Sermones que Iluminan

Cristo Rey (C) – 2019

November 24, 2019

Nos encontramos en el último domingo después de Pentecostés, día en que algunas Iglesias celebran la Fiesta de Cristo Rey. Se trata también de un momento de transición pues, con éste, se culmina el año litúrgico; es el domingo anterior al primero del tiempo de Adviento, es decir, al inicio del nuevo calendario de la Iglesia.

El profeta Jeremías habla, en nombre de Dios, sobre el exilio al que se verá avocado su pueblo. Empleando la imagen conocida bíblicamente de pastores y ovejas, Dios reprueba a los líderes y gobernantes del pueblo: “Ustedes han dispersado mis ovejas, las han hecho huir y no las han cuidado.” Es una acusación directa sobre quienes han hecho un mal trabajo como pastores, causando daño, dolor, división y muerte; lo que ha traído, como consecuencia, que el pueblo se vea obligado a abandonar su tierra y vivir en una que le es extraña, bajo otro gobierno y cultura.

Actualmente vivimos en tiempos en los cuales las condiciones políticas, económicas y sociales de muchos países han obligado a buena parte de su pueblo a salir y andar por el mundo buscando seguridad y mejores condiciones de vida. Ellos han dejado sus tierras y se han convertido en migrantes. En ese andar encuentran condiciones adversas: caminan o viajan largas horas al día, enfrentan inseguridad en el camino: robos, asaltos, violaciones, falta de albergues, transportes riesgosos, traficantes humanos y de drogas; dependen de la hospitalidad y voluntad de las comunidades y autoridades que encuentran en su recorrido. Al llegar a su destino hallan más dificultades: obtener la documentación exigida para trabajar, buscar una vivienda, acceder a servicios de salud y educación para sus hijos. El gran número de inmigrantes y la presión que ejercen sobre los servicios del país que los reciben, han generado actitudes de rechazo de parte de la población local. Muchas veces, al carecer de documentos, viven en la clandestinidad, en la informalidad, lo que los hace aún más vulnerables.

El papel de los pastores es proveer las condiciones; servir de guía, protectores y compañeros constantes de las ovejas; trabajar de la mano con otros para atender al rebaño. Ellos tienen una posición de autoridad y responsabilidad. Jeremías contrasta aquellos líderes que no han cuidado del pueblo con los pastores, líderes y gobernantes, que Dios quiere y que pondrá para su pueblo. Se trata de pastores cuidadosos, que se esmeran para que las ovejas no tengan nada que temer y para que no falte ninguna de ellas.

Un gobierno legítimo es aquel que gobierna con sabiduría y actúa con justicia; es aquel en el que el pueblo está a salvo y vive seguro. Esto representa un desafío para los pastores, líderes y gobernantes del pasado Bíblico y de la actualidad ¿Cómo revertir las condiciones que empujan a muchos a migrar y dejar sus hogares y sus tierras? ¿Cómo crear las condiciones para que haya justicia y equidad en las sociedades de tal forma que conduzcan al desarrollo y a la paz social? También es un desafío para el mismo pueblo, a generar procesos sociales de participación que no sean exclusivos de algunos que tienen mucho y dejan por fuera a los que no tienen; sino, al contrario, que permitan encontrar, en los que la sociedad ve como menos importantes, las cualidades y atributos dirigidos al bien de todos.

El evangelio de hoy nos presenta al Cristo crucificado, colgando de una Cruz entre dos ladrones. Sobre su cabeza, un letrero de burla: “Éste es el Rey de los Judíos”.  Aquél que reprende demonios, sana enfermos, leprosos y paralíticos; que anuncia las buenas noticias del reino a los pueblos; que reúne, forma y da autoridad a un grupo de acompañantes; que enseña a amar a los enemigos, a no juzgar, a tener compasión del prójimo; que algunos creyeron que había venido a liberar al pueblo del yugo de las autoridades romanas; el que les enseñó que la persona más importante era la más insignificante; el que enseñó a orar y perdonar; el mismo que acusó a los gobernantes del pueblo, a fariseos y maestros de la ley, de corrupción y de no hacer caso de la justicia y el amor de Dios; ese Cristo ahora está crucificado, pero también es Rey.

Ese es el Cristo, el ungido. Es Jesús quien vino al mundo como niño migrante junto a sus padres, que luego fue caminante con el pueblo mientras mostraba lo que es amor, lo que es ser pastor y líder de verdad. Es ése que en el evangelio de hoy cuelga de la cruz: para algunos, Rey derrotado; para otros, burla; para uno de los ladrones crucificados con él, es esperanza: “acuérdate de mí cuando comiences a reinar”, a quien Jesús promete: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Jeremías proclama la esperanza de Dios para su pueblo. A quienes están en el exilio el Señor promete reunirlos y traerlos nuevamente a sus pastos donde tendrán crías y vivirán en paz. Para los migrantes de hoy y mañana, para los que sufren y están en condiciones de vulnerabilidad, Jesús es la esperanza. Como dice la epístola a los Colosenses “Cristo es la imagen visible de Dios, que es invisible…  y por medio de él Dios reconcilió a todo el universo ordenándolo hacia él, tanto lo que está en la tierra como lo que está en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz.” Su resurrección anuncia la esperanza de que un nuevo mañana es posible; un mañana de comunidades transformadas donde los jóvenes puedan hacer realidad sus sueños y construir nuevas familias de paz y progreso; un nuevo mañana conformado por migrantes y pueblos anfitriones donde trabajando juntos encuentren, cada uno en el otro, el rostro de Cristo.

Aún hoy Dios llama a los pastores, gobernantes y líderes de las naciones, de la sociedad civil y de la Iglesia, a crear condiciones para que la esperanza en Dios sea una realidad para todos, especialmente, para los más vulnerables. El Adviento viene y, con él, la expectativa de un nuevo mañana.

Oremos con el salmista: “Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar, aunque ruja el mar y se agiten sus olas, aunque tiemblen los montes a causa de su furia. Un río alegra con sus brazos la ciudad de Dios, la más santa de las ciudades del Altísimo. Dios está en medio de ella, y la sostendrá; Dios la ayudará al comenzar el día.”.

La Rvda. Glenda McQueen es Oficial de Compañerismo para América Latina y el Caribe de la Iglesia Episcopal.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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