Sermones que Iluminan

Pascua 2 (C) – 24 de abril de 2022

April 24, 2022

LCR: Hechos 5:27-32; Salmo 118:14-29 o Salmo 150; Apocalipsis 1:4-8; San Juan 20:19-31

¡Aleluya! Cristo ha resucitado. Es verdad, el Señor ha resucitado. ¡Aleluya!

Hoy es el segundo domingo de la época pascual, los importantes cincuenta días entre el Domingo de Resurrección y la fiesta de Pentecostés según nuestro calendario litúrgico actual. Esto significa que hoy la Iglesia sigue de fiesta en honor de Jesucristo, el Señor Resucitado. En este sentido el mensaje de los discípulos frente a las autoridades judías, que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, tiene particular relevancia: “El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, el mismo a quien ustedes mataron colgándolo en una cruz.” 

Este anuncio de Pedro y los demás apóstoles revela una gran e inesperada audacia. Es tanto una proclamación de las maravillas de Dios como una denuncia del pecado humano: Dios resucitó a Jesús, al que ustedes mataron; y no sólo eso, Dios lo ha glorificado y ahora llama a todos a arrepentirse y ser perdonados. Es un mensaje atrevido de verdad. ¿De dónde vino esta audacia, esta valentía apostólica? El Evangelio según San Juan nos responde esa pregunta: la audacia de los apóstoles surgió como respuesta al encuentro con el Cristo vivo, Jesús el Señor Resucitado, y a su experiencia de la vida nueva en él.

Recordemos que, tras la crucifixión de Jesús y los acontecimientos que llevaron a ella, los seguidores de Jesús, los apóstoles y otros discípulos hombres y mujeres sufrieron la tristeza y el miedo. Creyeron con cierta razón que sus vidas también corrían peligro y se cargaron el peso de la desilusión al ver el cuerpo muerto de su amigo y maestro. Es importante no minimizar el efecto de la muerte de Jesús en ellos. Estaban destrozados.

Así, tristes y miedosos, Jesús los encontró en la noche de aquel primer Domingo de Pascua. Se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías, las que habían entregado a Jesús a las fuerzas romanas para crucificarlo y que podrían hacer lo mismo con ellos. El Señor entró donde estaban y los saludó: “¡Paz a ustedes!” y en seguida les mostró sus manos y su costado, como para comunicarles: “Aquí estoy, soy yo, Jesús”. El silencio de los apóstoles, en este momento, cuenta más que mil palabras el asombro frente al Resucitado. Estaban atónitos y Jesús se vio obligado a saludarles de nuevo, diciendo: “¡Paz a ustedes!”

Lo que aconteció tras el segundo saludo es la clave para entender el cambio en la actitud de los apóstoles y para entender las lecturas de hoy. Jesús comisionó a los discípulos a proclamar el perdón, soplando sobre ellos y entregándoles el don del Espíritu Santo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.”

El don del Espíritu Santo es lo que cambia todo. Por él los discípulos miedosos se vuelven valientes y los pecadores reciben el perdón, por él los apóstoles pudieron proclamar la resurrección y la gracia de Dios delante de las mismas autoridades que crucificaron a Jesús. Como nos cuentan las páginas del Nuevo Testamento, les cambió la vida entera.

En ese detalle el autor del Evangelio según San Juan y el autor de los Hechos están de acuerdo. Aunque es cierto que ubican la entrega del Espíritu Santo en momentos distintos en sus respectivos textos, Juan en la noche de Pascua y Lucas en el día de Pentecostés, el efecto es exactamente el mismo: el don del Espíritu Santo capacitó a los discípulos de Jesús para llevar a cabo la misión que les había encomendado, la de proclamar su resurrección a toda la humanidad.

Históricamente la teología anglicana ha leído los eventos que nos relata el Evangelio de hoy como el origen del orden sacerdotal, de decir, del ministerio que comparten los obispos y presbíteros (no en la Última Cena como hacen otras iglesias). Incluso, la fórmula de ordenación usada por siglos en todas las iglesias de la Comunión Anglicana -hasta hace muy poco- básicamente consistía en repetir las palabras que Cristo pronunció sobre los apóstoles. Así de importantes son: “Reciban el Espíritu Santo…”, para entender la misión y el ministerio de la Iglesia. 

Con la conexión entre estas palabras de Jesús y el ministerio de la Iglesia firmemente establecida, vemos que nuestra actividad cristiana nace de la resurrección de Cristo en la Pascua y, por tanto, no es el producto del esfuerzo humano o el resultado de los mejores comités de planificación. El ministerio y la misión auténticos son el fruto del don de Dios y de la fuerza divina activa en el mundo que quita piedras, perdona a los pecadores y resucita a los muertos.

Además, este enlace entre la entrega del Espíritu Santo y el ministerio actual de la Iglesia, nos recuerda que en nuestro tiempo Cristo nos capacita a proclamar su mensaje de perdón y de la vida nueva en él, exactamente como lo hizo con los apóstoles hace más de dos mil años. Los creyentes de hoy, bautizados en el muerte y resurrección de Jesús, continuamos la misión apostólica, siendo impulsados y equipados por el mismo Espíritu de Dios. Eso significa que, sin miedo, con audacia y valentía, nosotros también podemos anunciar las obras maravillosas del Señor. 

Finalmente, sirva la porción del Evangelio que nos describe el encuentro de Santo Tomás con Cristo Resucitado para hacernos entender que no todos llegamos a la comprensión de nuestra fe al mismo momento. Algunos necesitan más tiempo para asimilar la magnitud de lo que Dios quiere hacer con nuestras vidas. A veces el anuncio es tan asombroso que nos cuesta captar su profundidad. Cristo no reprochó a Tomás, le invitó a creer en él y le extendió el mismo don que entregó a los demás. Tras este encuentro con “el alfa y la omega, el que es y era y ha de ser”, Tomás confesó a Cristo como “¡Mi Señor y mi Dios!”

Hagamos nosotros lo mismo. Durante esta época de Pascua, unidos a los apóstoles y con todos los santos, proclamemos que Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

El Rvdo. Dr. John J. Lynch es un sacerdote, autor y educador, que ha servido en las diócesis episcopales de Honduras, el Sur de Virginia y Rhode Island. Actualmente sirve como director en el Instituto Ecuménico del Ministerio Hispano y el Cura párroco de la Iglesia Episcopal San Jorge en la ciudad de Central Falls, Rhode Island.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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