Sermones que Iluminan

Pentecostés 25 (B) – 14 de noviembre de 2021

November 14, 2021

LCR: Daniel 12:1–3, Salmo 16, Hebreos 10:11–14, (15–18), 19–25, San Marcos 13:1–8.

“Cuando ustedes tengan noticias de que hay guerras aquí y allá, no se asusten. Así tiene que ocurrir; sin embargo, aún no será el fin.” (San Marcos 13:7).

Las lecciones de hoy parecen apuntar a profecías apocalípticas o del fin del mundo; sin embargo, Jesús dice a sus discípulos que no se asusten o preocupen, que aún no será el fin. Algunas intérpretes asocian las palabras de Jesús con la predicción de la destrucción del Templo de Jerusalén. Sin embargo, sabemos que la destrucción del Templo no significó el fin del mundo ni el vencimiento de la esperanza del pueblo hebreo. Al contrario, el fervor por su Dios y por la disciplina en la oración y en la fe se multiplicó y se adaptó a una nueva realidad de exilio y persecución constante.

Jesús está hablando de algo que va más allá de la caída del templo, algo más fuerte y poderoso; porque los poderes temporales van y vienen, y tarde o temprano caen, ya sea por las tensiones insostenibles de la injusticia o porque las cosas se caen por su propio peso. Y aunque llevó mucho tiempo, y costó muchas vidas, el Imperio Romano eventualmente cayó; pero no fue el fin del mundo.

Jesús aconseja a los discípulos que no se asusten, que no se preocupen porque no será el fin. Sugiere que hay que estar más ocupados y preocupados por la construcción del movimiento de renovación espiritual que él lidera, porque ése es el camino de liberación y salvación. Jesús enseña a no distraerse con los movimientos temporarios de resistencia al camino de paz y justicia, ni siquiera distraerse con el miedo por la opresión y persecución. Debemos seguir encaminados en el ministerio en el cual Jesús nos ha iniciado. Él nos invita a reemplazar la ansiedad con oración y fe, con capacidad de entrega y lucha; nos invita a no permitir que el miedo nos paralice. ¡Al contrario! Debemos usar el miedo como termómetro de lo que está sucediendo y como guía para analizar y comprender qué es lo que debemos hacer.

¿Cuántas de nosotras caímos en el miedo y la ansiedad cuando comenzó la pandemia? ¿Cuántos de nosotros pensamos que el mundo se venía abajo? ¿Cuántas de nosotras pensamos que nuestras iglesias cerradas por el distanciamiento social acabarían y serían destruidas como el templo de Jerusalén?

¿Y qué pasó? Descubrimos que a través de ZOOM, YouTube y Facebook podíamos seguir conectados, por el amor a Jesús, en oración y en adoración. Como el pueblo hebreo reconstruimos nuestra fe, repensamos un modelo de iglesia y comunión espiritual para sostenernos y repensarnos como comunidades solidarias. No pudimos acercarnos a la mesa ni compartir el pan y el vino, pero nuestra fe, disciplina y amor por la comunidad de nuestras iglesias se fortaleció; y crecimos en número y creamos vínculos más íntimos a pesar del distanciamiento social. Las conversaciones fueron más sinceras y profundas, pues lo que teníamos en común era nuestra vulnerabilidad, miedos y ansiedades. Y ¿qué hicimos con esto? ¡Seguimos el consejo de Jesús! A veces titubeando, a veces con determinación; decidimos no asustarnos y fuimos testigos de que esta pandemia no fue, ni es, el fin del mundo.

Sin lugar a duda, muchas y muchos de nosotras y nosotros pasamos por momentos tremendos de aislamiento; sufrimos la pérdida de seres queridos y tuvimos que elaborar el duelo a la distancia, sin poder acompañar a nuestros muertos a su lugar de reposo; estuvimos en las salas de emergencia y de entubación en los hospitales. ¡Vimos y vivimos cosas tremendas! Y aún seguimos viviéndolas y sufriéndolas. Pero unidas y unidos en la fe y en la convicción de que Jesús está con nosotros constantemente, guiándonos y diciéndonos: “Tranquila, tranquilo. Concéntrate en las cosas de Dios, sigue preparándote para hacer el bien sin mirar a quien. No caigas en el ruido de aquellos que quieren que te distraigas, no haga caso a quienes te quieren dominar inculcándote miedos. Sigue en la lucha, vive día a día con plenitud; confía en mí, sígueme, esto no es el fin. El único que sabe cuándo es el fin, es Dios, Padre/Madre, y nuestra tarea es vivir en el aquí y el ahora”.

¿Acaso no nos lo ha dicho Jesús en el Evangelio según San Mateo? Que no nos preocupemos ni por lo que vamos a comer o como nos vamos a vestir, porque Dios provee todo lo que necesitamos y vela por nosotras y nosotros. La ansiedad, hermanas y hermanos, nos quita la oportunidad de estar presentes en el aquí y ahora, nos distrae de lo que es importante y nos roba nuestra habilidad de reclamar nuestra existencia como criaturas infinitamente amadas por nuestro Dios Padre/Madre.

La ansiedad nos distrae de lo que es importante, nos debilita y corroe nuestra fe. La fe en Cristo la confirmamos cuando experimentamos alegría, esperanza, confianza y certeza de que todo va a salir bien, no necesariamente por nuestros propios méritos, sino porque Jesús cumple su promesa de no abandonarnos. ¡Ninguna ni ninguno de nosotras y nosotros está sola o solo! Nuestras comunidades de fe son los brazos, manos, pies y hombros de Cristo. Todas y todos, juntas y juntos, conformamos el cuerpo de Cristo quien, en la unidad con el Espíritu Santo, nos mueve hacia la luz y la verdad que nos liberan. En el amor y por el amor de Cristo usamos nuestras manos en forma solidaria, caminamos con nuestros pies cansados para levantar a los caídos, socorrer a los enfermos y animar a los que sufren. Y vivimos en el aquí y el ahora, respirando profundo, una y otra vez, inhalando la paz de Dios Padre/Madre y exhalando el aire intoxicado con ansiedad y miedo.

Con la mirada en todo lo que es bello nos podemos concentrar en alabanza y gratitud. Y cuando le damos gracias a Dios y a la vida comprendemos el poder de la fuerza interior, de la fe y la abundancia que surge en los que se comprometen con su amor solidario.

El amor solidario es el que nos ayuda a combatir el hambre, la pobreza y la falta de techo o salud. Cuando podemos alabar y bendecir a Dios y a los demás, la ansiedad desaparece, no tiene más espacio para robarnos la esperanza o la fe. Y es así, como al respirar profundo, comprendemos la inmensidad de las palabras de Jesús: “Cuando ustedes tengan noticias de que hay guerras aquí y allá, no se asusten. Así tiene que ocurrir; sin embargo, aún no será el fin.” 

Anahí Galante es seminarista en Bexley Seabury Episcopal Seminary (Chicago, Illinois) y es Candidata para las Ordenes Sagradas en la Diócesis de Nueva York. Es miembro de la iglesia Saint Luke’s in the Fields (Manhattan, Nueva York), y sirve como Seminarista en Residencia en la Iglesia de La Santa Cruz/Holyrood (Alto Manhattan, Nueva York).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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