Sermones que Iluminan

Pentecostés 4 (B) – 20 de junio de 2021

June 20, 2021

Pentecostés 4

Propio 7 (B)

LCR: Job 38:1–11; Salmo 107:1–3, 23–32; 2 Corintios 6:1–13; San Marcos 4:35–41

“¿Porque están tan asustados? ¿Todavía no tienen fe?”. Se trata de dos preguntas fundamentales para nuestra vida cristiana y que hoy la palabra del Señor nos invita a responder en este tiempo particularmente atravesado por sentimientos de temor y desconfianza.

Cuando miramos hacia atrás y revisamos nuestra vida en otros momentos de mayor tranquilidad, cuando el mundo no estaba siendo afectado por una pandemia, muchas más personas en el mundo tenían resueltas sus necesidades básicas, tenían un trabajo digno para la realización de sus sueños y proyectos; muchas familias no habían perdido a sus seres queridos y tenían esa invaluable oportunidad de visitarlos y compartir con ellos. Quizá teníamos otras razones, otros problemas, otros temores que hoy vemos como menos importantes.

La existencia del ser humano siempre ha estado llena de retos; muchos se presentan como grandes dificultades por sortear, como gigantes a los que sentimos que no podemos hacer frente; y el miedo nos hace caer en la desesperación: guerras, hambre, injusticia, enfermedad, desempleo, desastres naturales y, particularmente en nuestros tiempos, la pandemia por el COVID-19.

En la lectura del libro de Job que la liturgia nos propone para este domingo, Dios hace un llamado a nuestra memoria y conciencia: “¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia? Muéstrame ahora tu valentía, y respóndeme a estas preguntas: ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra?”.

Es propio de nuestra condición humana tener miedo, sin embargo, la presencia de Dios que hemos experimentado a través del tiempo en la oración, la eucaristía, la comunidad de fe, la familia, los amigos, tiene que ser nuestro sustento en las horas de oscuridad. Vivir nuestra fe en medio de una congregación que se ama y se reconoce cristiana debe tener un impacto concreto en la forma como el creyente recibe las situaciones buenas o difíciles que se le presentan. Ser parte del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, debe llevarnos al reconocimiento del auxilio y guía permanentes que los creyentes recibimos de Dios, cuando le permitimos actuar en nuestras vidas.

Tener la certeza de que somos guiados por el Espíritu Santo debe generar en nosotros la plena confianza y seguridad de que todas las decisiones que tomamos en nuestra vida y todas las dificultades con las que nos encontramos, están respaldadas por el Dios de la vida que nos conoce de manera personal y nos cuida con amor perfecto.

Las grandes obras de Dios dan testimonio de su poder y, ante las cosas que superan nuestro entendimiento, debemos confiar siempre en que Él tiene un propósito, que es soberano de todo, lo conoce todo y lo orienta todo para nuestro bien, aún si en un primer momento, al igual que Job, no lo podemos comprender. Cuando el cristiano se deja invadir y dominar por el miedo y la desesperanza, no da razón de la fe que profesa; cuando el cristiano cuestiona a Dios y se deja absorber por la arrogancia, creyendo que puede hacer planes y proyectos por fuera del plan divino de salvación para la creación, finalmente se verá confrontado con su propio orgullo que no lo llevará más allá de donde sus muy limitadas fuerzas y  capacidades lo pueden conducir, pues como el Señor dijo al grande y anchuroso mar, en el texto que estamos meditando: «Llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes.»

Cuando estamos en momentos de dificultad, son muchos los pensamientos que vienen a nuestras mentes; en medio de la desesperación acudimos a cualquier tabla de salvación, como dice el salmista; así como subimos al cielo y clamamos a Dios, bajamos al abismo y perdemos la confianza, nuestro corazón se derrite, se desbarata ante el peligro, titubeamos como borrachos y tomamos malas decisiones por más conocimientos que tengamos o incluso por más espirituales que creamos ser; solamente cuando bajamos la cabeza ante Dios y nos ponemos incondicionalmente en sus manos, seremos librados realmente de la aflicción a través de una nueva y mejor comprensión de los acontecimientos de nuestra vida.

En el Evangelio de Marcos, Jesús invita a los discípulos a ir al otro lado del lago; la tarea sigue, es dinámica, no podemos quedarnos anclados; la humanidad necesita de nuestro trabajo, oración, anuncio de la buena nueva; cruzar el lago no siempre es fácil, habrá tormentas, retos por superar, obstáculos; muchas veces sentiremos que la iglesia -simbolizada en la barca- se llena de agua y que los fuertes vientos la inundan de ideologías, intereses personales, escándalos, malos ejemplos, al punto que pareciera hundirse; oramos con fe y tratamos de sacar el agua que nos empuja hacia el fondo, pero entramos en desespero y gritamos con los discípulos: “¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?”.

Y Jesús, con toda certeza, se levanta y calma al viento. Es el viento el que está inundando la barca; el agua por sí sola -mientras la barca esté sin agujeros- no puede inundarla; el agua es necesaria para que la barca navegue y avance. La Iglesia siempre estará rodeada de las aguas propias del pensamiento humano que está en constante búsqueda. Es el ser humano quien lleva y trae los pensamientos, ideas, propuestas buenas o dañinas. Somos como ese viento que inunda la Iglesia de ideologías: unas, para bien, impulsarán a la barca a llegar a la otra orilla; otras, para mal, tratarán de inundarla y hundirla. Pero Cristo es la última palabra. Él es la respuesta definitiva: puede calmar nuestros impetuosos pensamientos y guiar a su iglesia por la senda segura. Es por que, por más oscuro que se vea el panorama, agitada que se encuentre la Iglesia y temores que estemos experimentando, debemos derrotar al miedo por medio de una fe inquebrantable en aquél que tiene poder para salvarnos y nos invita a dar testimonio suyo en todo tiempo y lugar, para que el mundo encuentre paz.

Somos colaboradores en la obra de Dios en este momento y lugar en que nos encontramos. Es nuestro compromiso bautismal dar testimonio para que las promesas de Dios no sean desprestigiadas. En esa tarea, como nos dice San Pablo en la segunda carta a los Corintios, vamos a encontrar quien hable bien y hable mal de nosotros, quien acepte y valore nuestro trabajo evangelizador, pero también quien ridiculice, desprestigie y ataque lo que hacemos; sin embargo, vuelve el señor a preguntarnos: “¿Porque están tan asustados? ¿Todavía no tienen fe?”

El Rvdo. Hno. Ricardo Antonio Betancur Ortiz FSB, es abogado de profesión y presbítero en la iglesia del Espíritu Santo de la ciudad de Soacha, en la República Colombia, donde ha ejercido el ministerio ordenado por los últimos 3 años; ha practicado la docencia en temas de anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis. Profesó votos monásticos Benedictinos de Obediencia, Estabilidad y Conversión de vida el 16 de octubre de 2020.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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