Sermones que Iluminan

Adviento 1 (A) – 2013

December 01, 2013


En actitud de sincero agradecimiento, de honra y de alabanza a nuestro Dios, démosle gracias por estar aquí hoy, reunidos en torno a su mesa, como invitados directamente por él para participar de su Palabra, de su cuerpo y de su sangre, para renovar nuestras fuerzas y continuar nuestro camino.

Y bien, decíamos el domingo pasado que hoy daríamos inicio a un nuevo ciclo litúrgico en la Iglesia; y así es. Hoy damos inicio al año nuevo litúrgico; la ambientación del templo, las lecturas bíblicas, los cantos… en fin, todo nos ayuda a entender que nos preparamos externa e interiormente a vivir una nueva caminada al lado de nuestro Maestro, Jesús de Nazaret.

Hacia dónde vamos: con la celebración de este primer domingo de Adviento damos el primer paso para vivir los dos primeros momentos de la vida de Jesús y, por tanto, del misterio cristiano que forma parte de nuestra vida de fe. Quiere decir, entonces, que el Adviento es nuestra preparación inmediata para vivir la Natividad o Navidad y la Epifanía del Señor; dos momentos que forman uno solo porque una sola es la obra de Dios que celebramos: su Encarnación. “El Verbo se hizo carne y plantó su morada en medio de nosotros” (Juan 3:16). ¿No les parece lógico que para celebrar esta gran noticia, nos preparemos de la mejor manera, dedicando el tiempo suficiente y disponiendo nuestro espíritu de la manera más conveniente? Bueno, eso es lo que estamos iniciando hoy: la preparación para vivir del modo más sencillo, pero lo más profundo y sentido posible ese gran acontecimiento, único y definitivo para el mundo: la venida personal de Dios a la tierra a través de su hijo Jesús.

Sin pretender afirmar que nuestra religión es “la verdadera”, pues de un modo u otro, en todas las religiones hay semillas del Verbo, es importante que tengamos claro en qué coincidimos y en qué nos diferenciamos con las demás religiones. Digamos en primer lugar, que todas las religiones creen en un Ser Superior, sabio y poderoso; a ese Ser están llamados los creyentes a adorarlo, a darle culto; de una manera u otra, cada creyente busca la manera de “estar bien” con su divinidad, busca su amistad, su bendición.

Las diferencias comienzan a notarse en el modo cómo cada religión percibe a la divinidad; pero más específicamente aún, en la manera cómo se regulan las relaciones con la divinidad, qué hay que hacer y qué no hay que hacer para estar bien con la divinidad; es, entonces, cuando surgen las normas, las leyes, los mandatos y un largo etcétera de requisitos y preceptos cuyo cumplimiento o incumplimiento te hacen buen creyente o mal creyente.

Otro elemento que desafortunadamente se constata en la inmensa mayoría de religiones -por no decir en todas- es la tentación de dejarse echar encima el brazo del poder político. Esta tendencia se puede constatar a lo largo de toda la historia bíblica y extrabíblica y ha causado -y sigue causando- los peores males a las comunidades de fieles. Si queremos ver cuál es la posición de la Biblia respecto a ese maridaje pernicioso entre la religión y el poder político, vamos a Génesis 11:1-9 y leamos el relato de la torre de Babel; recomiendo leerlo en La Biblia de nuestro pueblo para que allí mismo lean también el comentario a ese pasaje.

A la luz de esta clave, podemos entender con más claridad lo que nos quiere decir hoy el profeta Isaías en esos cinco versículos que acabamos de escuchar en la primera lectura. El profeta Isaías es testigo directo del panorama religioso de su época; con sus propios ojos está viendo cómo en nombre de sus divinidades cada reino, cada imperio quiere imponer su dominio sobre los pueblos más débiles; en nombre de la divinidad del imperio dominante se comete toda clase de atropellos, injusticias y crueldades. Los ejércitos van a la batalla llevando como insignias las imágenes de sus divinidades; el ejército vencedor logra su victoria, no por su fuerza, sino porque el dios que los acompaña ¡ha estado a su favor!

Desde esta perspectiva, y a pesar de que el mismo Israel no escapó a esa actitud de mezclar la religión con lo político-militar, el profeta da un paso adelante en el proceso de la revelación: él intuye que el Dios Yahvé es otra cosa y que su querer es muy diferente al de las otras divinidades. Si bien las otras divinidades crecen y se hacen “fuertes” a medida que absorben la vida de sus adoradores, con Yahvé no es así: él se hace más grande y glorioso en la medida en que da más y más vida a sus fieles y, por tanto, en la medida en que quienes le siguen se hacen más humanos, más entregados al proyecto de la vida y de la justicia.

No obstante, las percepciones de Isaías y del resto y de los profetas del Antiguo Testamento sobre el Dios vivo, liberador y cercano al hombre, fueron solamente eso, percepciones, pero que de todos modos estaban preparando lo definitivo: el encuentro directo de ese Dios con la humanidad a través de su hijo Jesús. Aquí está pues, una de las diferencias más grandes y más claras de nuestra religión con las demás religiones: ninguna religión cuenta entre sus características el hecho de la Encarnación.

Todavía nosotros como creyentes cristianos, que adoramos el mismo Dios de Jesucristo, no hemos podido ser conscientes completamente de las consecuencias que tienen para nuestra vida de fe el hecho de la Encarnación. Año tras año conmemoramos el acontecimiento de la Natividad de Jesús, pero desafortunadamente el excesivo consumismo “navideño” que aumenta cada año, las miles de luces y colores con que nuestra sociedad pinta la Navidad, nos distrae de lo esencial y nos saca del humilde pesebre de Belén donde pasó su primera noche el Hijo de Dios, para “acomodarnos” en un mundo tan ficticio, tan pasajero y vacío como las luces y el humo de los juegos pirotécnicos.

Con la mano en el corazón preguntémonos ¿qué ha implicado para mi vida personal, familiar y comunitaria, la conmemoración de la Encarnación de Jesús? Después de haber tenido el tiempo suficiente para prepararnos a vivir ese misterio, ¿qué ha quedado en mi vida? ¿Qué rumbo nuevo y distinto ha tomado mi vida, la vida de mi familia, la vida de mi congregación? En Jesús, Dios se nos ha mostrado tal como él es; preguntémonos si la imagen o idea que tenemos de Dios es la que Jesús nos ha revelado o si todavía estamos como los creyentes de otras religiones dominados por su omnipotencia y omnipresencia y supuestamente unidos a él más por miedo y temor que por convicción y por amor.

Retomemos las palabras de Jesús hoy en el evangelio: estén vigilantes y despiertos… no dejemos pasar esta oportunidad que el mismo Dios nos ofrece para volver a examinar la calidad de nuestra fe; para volver a mirar con asombro, con admiración y devoción cómo en Jesús él decidió asumir nuestra condición humana para elevarnos a la categoría de hijos suyos. Él quiere que como hijos le amemos y estemos cercanos y unidos a él en todo momento. No demos más crédito a esos sermones o prédicas que pretenden mostrar la insondable distancia entre Dios y nosotros. Tengamos siempre presente que en Jesús, desapareció toda distancia entre nosotros y Dios; en Jesús “el velo del templo se rompió” (Marcos 15:38); la única distancia es la que yo, desde mis actitudes antievangélicas, quiera poner; las que yo, desde mi resistencia al querer de Dios quiera mantener.

Que a partir de este primer domingo de Adviento el Espíritu abra nuestra mente y nuestros ojos para estar siempre vigilantes, siempre despiertos y atentos a ver y escuchar la voz del Maestro que nos invita a vivir como hermanos, a servirnos con amor los unos a los otros y a construir verdaderas comunidades plenas de felicidad por el Dios en quien creemos que es Emmanuel, Dios-con-nosotros.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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