Adviento 3 (A) – 14 de diciembre de 2025
December 14, 2025
LCR: Isaías 35:1–10; Salmo 146:4–9; Santiago 5:7–10 Mateo 11:2–11

Antes de abordar los textos que acabamos de escuchar, vale la pena hacer una pausa y dar un paso atrás, al capítulo uno del evangelio de Lucas, donde se nos relata el encuentro especial entre María e Isabel; María embarazada de Jesús, Isabel de Juan el Bautista. En ese episodio único, conocido como la Visitación, se nos narra cómo cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó de alegría en su vientre y proclamó: “¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!”. Juan, desde antes de nacer, reconoció la presencia de su Salvador; fue el primero en anunciar la llegada del Mesías esperado y el primero en reconocerle. Sabemos por el testimonio de los evangelios que, a lo largo de su vida, Juan fue fiel a su misión profética; preparó el camino del Señor, predicó la conversión y anunció la llegada del Reino de Dios.
Más adelante, esta vez en el evangelio de Mateo, se muestra un momento de profunda humanidad, cuando Juan, el mismo que tuvo claro desde antes de nacer la identidad de Jesús, ahora encarcelado por denunciar las injusticias del rey Herodes, envía mensajeros a preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”. Aquel profeta, firme y valiente, que había bautizado a Jesús en el Jordán, que había oído la voz del cielo decir: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, ahora se ve asaltado por las dudas, dudas humanas, reales y concretas. La pregunta de Juan refleja una realidad con la que muchos pueden simpatizar: cuando la vida se vuelve difícil, cuando las cosas no suceden como se espera, la fe puede tambalear. Juan había predicado a un Mesías poderoso, juez de justicia, que separaría el bien del mal con fuerza. Pero Jesús actuaba de manera distinta: en lugar de condenar, sanaba; en lugar de juzgar, perdonaba; en lugar de imponerse con poder, servía con humildad. Por eso Juan se pregunta: ¿es éste realmente el Mesías?
Sí, Juan siempre reconoció en Jesús, al mesías, al salvador; pero aquí nos enseña que conocer a Jesús es un proceso que no acaba. No podemos abarcar nunca la totalidad de Dios. Jesús no responde con una afirmación directa: sí, lo soy; su respuesta es una invitación a observar los signos del Reino: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Para Jesús la respuesta es clara: no son las palabras, sino con hechos los que hablan. Su identidad se revela en el amor.
Ese mensaje sigue siendo actual. Muchas veces los creyentes esperan un Cristo que resuelva los problemas de carácter inmediato, que cambie las circunstancias difíciles o que imponga justicia de manera visible. Pero Jesús muestra un camino diferente: la transformación del mundo comienza por la compasión, la misericordia y la sanación del corazón humano. Juan, desde su vulnerabilidad, nos enseña que incluso la fe más firme puede pasar por momentos de duda. Sin embargo, la duda no es el final del camino, sino parte del proceso de crecimiento espiritual. Preguntarse por Dios, por el sentido del sufrimiento, por la presencia del mal en el mundo, es también una forma de buscar la verdad. El Adviento, tiempo de espera y esperanza, es una oportunidad para traer esas preguntas ante el Señor y dejar que él mismo las ilumine.
Jesús, en su respuesta a Juan, invita a mirar más allá de las propias circunstancias. Cuando Juan está en prisión, sin libertad y vulnerado por la injusticia, Jesús le recuerda que el Reino de Dios ya está en acción. Los milagros, las curaciones y la buena noticia a los pobres eran señales de que el amor de Dios estaba transformando la realidad, incluso cuando no parecía evidente. Jesús no liberó a Juan de su cárcel, pero sí le mostró una libertad más profunda: la libertad interior que nace de confiar en el amor de Dios, aun en medio del dolor.
Esa misma libertad es la que el evangelio ofrece hoy a cada persona. La verdadera fe no consiste en que todo salga bien, sino en descubrir la presencia de Dios incluso cuando nada parece tener sentido. Cristo no siempre quita las cadenas externas, pero puede romper las cadenas del miedo, la desesperanza y el resentimiento. Esa es la libertad que cambia el corazón humano. El Adviento y las interrogantes de Juan nos recuerdan que descubrir quién es Jesús es una tarea que no termina nunca. Cada generación, cada creyente está llamado a redescubrirlo. Jesús no deja de sorprender, no se ajusta a las expectativas humanas, sino que las transforma. Por eso el Adviento es un tiempo para mirar al mundo con nuevos ojos, para ver en los pequeños gestos de amor la presencia del Mesías que viene.
Jesús y Juan dieron testimonio del amor de Dios con sus vidas. Juan preparó el camino con su palabra y su sacrificio, mientras que Jesús lo hizo con su entrega total, sirviendo, sanando y amando hasta la cruz. Hoy los discípulos de Cristo están llamados a continuar ese testimonio. No se trata sólo de hablar de la fe, sino de hacer visible el amor de Dios en las relaciones humanas, en la solidaridad con el necesitado, en la defensa de la vida, la justicia y la verdad. Cada creyente vive su propio Adviento y se hace sus propias preguntas desde su realidad más personal. Cada hijo de Dios busca algo nuevo, una palabra que dé sentido, una esperanza que le devuelva la alegría. En los pueblos, ciudades y barrios de cada continente, hay hombres y mujeres que buscan consuelo, justicia, perdón o simplemente una razón para seguir adelante. El mensaje del Evangelio invita a cada creyente a ser signo de esperanza, a mostrar con obras la presencia de Cristo que libera y renueva. No tienen que ser obras titánicas, basta la autenticidad del corazón que se ofrece con lo que tiene.
Cuando llegue Navidad, ya tan cerca, al cantar los himnos de alegría y encender las luces del pesebre, será importante recordar a quienes todavía viven en la oscuridad: los que están presos, física o espiritualmente; los que lloran la pérdida de un ser querido; los que sufren rechazo o discriminación; quienes enfrentan enfermedad o soledad. Mostrarles amor, escucharlos, acompañarlos es también anunciar el nacimiento del Salvador. El Dios que vino al mundo, en la humildad de un pesebre, sigue viniendo hoy en el silencio del corazón humano que se abre a su presencia y al misterio. La fe cristiana no consiste en tener todas las respuestas, sino en reconocer las señales del amor de Dios que sigue actuando, como dijo Jesús: los ciegos ven, los cojos caminan, los pobres reciben esperanza. Con cada gesto de compasión hacemos visible la realidad del Dios de amor encarnado en Cristo.
Así como Juan el Bautista, cada uno está llamado a descubrir quién es Jesús, no sólo con palabras, sino con experiencias de amor concretas y encarnadas, no perfectas. Quien lo descubre no puede callarlo. Anunciar a Cristo hoy significa ser testigos de un Dios que no se impone por la fuerza, sino que transforma el mundo con ternura. En ese testimonio el Adviento encuentra su sentido más profundo: preparar el corazón para recibir al Señor que viene, a aquel que hace nuevas todas las cosas.
El Rvdo. Andreis Diaz es Vice Rector de Christ Church, Ponte Vedra Beach. Diócesis de la Florida.
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