Sermones que Iluminan

Adviento 3 (A) – 2007

December 16, 2007


Durante este tiempo de Adviento, nos hemos estado preparando no sólo para la celebración de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, sino también para su segunda venida al fin de los tiempos. Y así como la primera sucedió después de que lo anunciaran los profetas del Antiguo Testamento y le pidieran al pueblo de Israel que se preparara, así las lecturas de estos dos últimos domingos nos piden que nos preparemos para su definitiva venida. Y no sólo que nos preparemos, sino que también seamos responsables de preparar adecuadamente a otros y al mundo entero.

El cristianismo tiene como uno de sus pilares la Encarnación del Hijo de Dios; el misterio de que Dios se hizo hombre y vivió entre nosotros. Después de la muerte y resurrección de Jesucristo, el mismo Cristianismo nos urge a que hagamos de esa encarnación una realidad: que seamos responsables si tenemos fe en la aparición de Dios en la tierra. El esfuerzo de nuestro ministerio debe conducirnos a mostrarlo y al mismo tiempo enderezar los caminos para que Cristo regrese en toda su gloria.

La primera lectura viene tomada del profeta Isaías y sus amonestaciones nos sirven de consejo e instrucción para cambiar de conducta. El mensaje del profeta es de aliento y de esperanza: “Todos verán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios… En el desierto, tierra seca, brotará el agua a torrentes. El desierto será un lago, la tierra seca se llenará de manantiales…Y habrá allí una calzada que se llamará ‘el camino sagrado”.

Pero el profeta Isaías insiste también en la responsabilidad que el pueblo de Israel tiene en que se realice este programa fantástico. Invita a “fortalecer a los débiles, a dar valor a los cansados, y a decirle a los tímidos: ‘¡Aquí está tu Dios para salvarte!’” Entonces “los ciegos verán y los sordos oirán; los lisiados saltarán como venados y los mudos gritarán”.

Si lo pensamos bien, la fantasía de que nos habla Isaías se está logrando: hay desiertos que se han convertido en tierra fértil, el agua corre por tierras que eran de secano; y la ciencia nos habla de que pronto lo sordos oirán, los ciegos verán y los lisiados tendrán agilidad de movimientos. Sin duda alguna, científicamente, el futuro es prometedor.

¿Cuáles entonces, son nuestros deberes y obligaciones mientras esperamos la última venida de Cristo?

Santiago nos pide que tengamos paciencia, una paciencia acompañada de trabajo y responsabilidades. Se sirve del ejemplo del campesino que tiene paciencia porque ya sembró la semilla y sabe que tarde o temprano, después del paso de las lluvias, la semilla brotará. Se trata de una paciencia activa y segura. Si sembramos con amor y buen ejemplo, cosecharemos recompensas divinas.

Debemos también, imitar a Juan el Bautista que fue firme en su testimonio de vida. Cristo espera de nosotros no sólo una actitud semejante sino mucho más, ya que conocemos el resto de la historia, algo que Juan no tuvo el privilegio de experimentar. Jesucristo coloca grandes responsabilidades sobre nuestros hombros cuando dice que “ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él”. Entonces, ¿qué se espera de nosotros? A veces tenemos la impresión de que el mal domina la sociedad en que vivimos, nos llenamos de temor y de angustia. Mas la verdad es que el bien va abriendo nuevas veredas y caminos, y sin darnos cuenta, el reinado de Dios se va estableciendo en el mundo entero. Se espera de nosotros que sigamos, sin desaliento, difundiendo por doquiera el amor que hemos heredado de Jesús

Tengamos, entonces, la fe y la esperanza para mantenernos firmes mientras esperamos la venida triunfante de Cristo. Es cierto que todavía no ha llegado el tiempo de la cosecha. Pero la semilla ya ha sido arrojada. Y germina en silencio bajo el hielo del más riguroso invierno. Como los profetas, esos hombres de la esperanza nunca defraudada, como el labrador que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, estemos seguros de que lo que ocurra ha de superar todas nuestras expectativas. Guardémonos de las rencillas y de quejarnos unos de otros. Estas cosas no conducen sino a enfrentamientos inútiles, cuando de lo que se trata es de trabajar juntos para apresurar la venida del juez-labrador que está cerca.

Pero nunca nos olvidemos de que esa fe y esperanza vienen acompañadas de la proclamación del evangelio y del testimonio que Cristo quiere que encarnemos en el mundo en que vivimos.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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