Sermones que Iluminan

Adviento 3 (A) – 2016

December 11, 2016


Hoy celebramos el Tercer domingo de Adviento que también es llamado el domingo de gaudete o regocíjense. Hoy alumbramos la tercera vela, la vela rosada. La corona de adviento con su forma circular nos invita a la eternidad; las hojas verdes representan la vida. Tres velas de color morado o azul, y la de color rosa. Cada semana podemos observar un tema; entre ellos: esperanza, fe, paz, gozo y amor. Las velas anticipan la venida de Jesucristo, que llega como la luz que alumbra la oscuridad del mundo.

Hoy las lecturas bíblicas nos transmiten el gozo, la alegría, la esperanza, la fuerza, el valor y el ánimo que nos prepara para recordar el nacimiento de nuestro salvador y nos prepara para su segunda venida. Durante el Adviento nos preparamos mediante la práctica de la oración, la compasión, la solidaridad y la tolerancia para con todos los hijos e hijas de Dios. La esperanza de que nuestro salvador vendrá y nos llevará con él a su gloria. Es una de las promesas en que confiamos y esperamos. Y como leemos en el libro del profeta Isaías:

“Los que el Señor ha redimido; entrarán en Sión con cantos de alegría, y siempre vivirán alegres. Hallarán felicidad y dicha, y desaparecerán el llanto y el dolor”.

En la carta del apóstol Santiago se nos exhorta a tener paciencia y a orar hasta que el Señor venga; a mantenernos firmes en nuestra fe, a no quejarnos unos de otros, de modo que no seamos juzgados, pues es Dios el verdadero juez y que ya está a la puerta.

Adviento es tiempo de hacer buenas obras, no por quedar bien con los demás o por parecer mejores personas, sino porque sentimos la necesidad de compartir el amor de Dios sirviendo a quienes lo necesitan. Visitar a los enfermos y orar con ellos es parte de vivir el Adviento. Dar de comer a quien tiene hambre, consolar a los desconsolados, ejercer el deber cristiano de procurar la paz a nuestro alrededor y ser luz son testimonio a nuestros hermanos y hermanas en Cristo del poder transformador de la luz de Cristo Jesús en nuestra vida.

La venida del Hijo de Dios, el amor de Dios encarnado, es un acontecimiento que generación, tras generación ha soñado y esperado a través de los siglos. Cuando Juan el Bautista estaba en la cárcel envió a algunos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si él era el Mesias a quien ellos esperaban. Para sorpresa suya la respuesta de Jesús fue: “Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo…” Jesús nos muestra ciegos que ven, cojos que andan, leprosos que quedan limpios de su enfermedad, sordos que vuelven a oír, muertos que vuelven a la vida y a los pobres quienes reciben el mensaje de salvación el mensaje de esperanza para el mundo.

¿Qué es lo que Jesús realmente quiere transmitirnos? Que su amor es acción y que si nos proponemos podemos hacer grandes cosas en su nombre. La ceguedad, la sordera, el ser cojo, el volver a la vida no necesariamente son problemas físicos, pueden ser dolencias espirituales.

Vivimos en un mundo muchas veces cargado de odio, rencor, amarguras, discriminación racial y de género, diferencias entre clases sociales, avaricia que lleva al afán de poseer cosas materiales. En un mundo moderno que se deja llevar por tantas calamidades sociales, ¿qué papel jugamos los cristianos? Hay mucha hambre espiritual a nuestro alrededor y más allá. Puede ser que llenemos el estómago de un hambriento, pero saciar el hambre y la sed de justicia es más difícil de lograr. Estar muerto puede significar una muerte espiritual. Pensemos en las personas que encontramos en nuestro camino; que se sienten abandonadas y olvidadas por su propia familia; que no tienen ilusión de vivir; que la vida no les importa; que se han acostumbrado a vivir en el mundo de los alucinógenos y otras sustancias que no les permiten usar sus capacidades. Estas personas necesitan que les llevemos la luz de Cristo con amor; que les llevemos la esperanza en Cristo; que las tomemos de la mano sin juzgarlas. Ese amor de Cristo y esa luz poco a poco puede llegarle al corazón y que cuando estén listas, animarlas a buscar la ayuda que necesitan.

Vivamos esta estación litúrgica con la esperanza de que nuestro mundo puede ser un mejor lugar para vivir y que con la fe y la perseverancia en las promesas hechas por el Maestro de Galilea, alcanzaremos hacer grandes cosas mediante su gracia y su poder. Que las ramitas verdes de la corona de Adviento nos llenen de esperanza. Que el círculo de la corona que no tiene principio ni fin, como el amor de Dios, nos mantenga siempre unidos en ese gran amor. Que las velas que iluminan nos recuerden de la luz de Cristo que necesitamos siempre para alumbrar a los que aún viven en las tinieblas que los acechan.

Pidamos al Señor sabiduría y fortaleza espiritual para ejercer nuestro ministerio; pues cada uno de nosotros y nosotras estamos llamados a ser luz en el mundo. Preparémonos para recibir en nuestros corazones al Niño Dios, la Luz de salvación.

Meditemos en las palabras de algunos versículos del salmo asignado para hoy: “El Señor liberta a los cautivos; el Señor abre los ojos a los ciegos; el Señor levanta a los caídos; el Señor ama a los justos; el Señor protege a los forasteros; sostiene al huérfano y a la viuda… Reinará el Señor para siempre, tu Dios, oh Sión, de generación en generación.

Vivamos el Adviento saboreando estas palabras y gocemos la celebración del nacimiento del Niño Dios que se aproxima. Compartamos nuestro pan material y espiritual con los menos afortunados, especialmente con las viudas, los huérfanos, los que no tienen hogar, los abandonados y olvidados por sus familias y con los que aún no conocen al Señor. Que este Adviento transforme nuestras vidas mediante la gracia y el poder del inmenso amor de Dios—la Luz del mundo que penetra la creación, alumbra el camino del las almas heridas y brilla en todo corazón.

Colecta (opcional): Suscita tu poder, oh Señor, y con gran potencia ven a nosotros; ya que estamos penosamente impedidos por nuestros pecados, haz que tu abundante gracia y misericordia prontamente nos ayuden y libren; por Jesucristo nuestro Señor, a quien contigo y el Espirito Santo, sea el honor y la gloria, ahora y por siempre. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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