Sermones que Iluminan

Adviento 4 (A) – 2007

December 23, 2007


Hemos llegado al último domingo de Adviento. Las lecturas de hoy pareciera que estuvieran anticipando el nacimiento de Cristo. Tanto Isaías como el evangelio re refieren a la venida del Mesías, que ya conocemos, Jesús. Isaías dice: “Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ´Dios-con-nosotros” Mateo nos dice que “el nacimiento de Cristo fue de esta manera”.

Sin embargo, si hemos de ser fieles a esta estación de Adviento hay algo mencionado en la liturgia de hoy que no podemos pasar por alto. Nos referimos a dos personajes de gran importancia, a la bendita Virgen María y a su esposo José.

Sin duda María fue un personaje imprescindible para que la venida del Mesías se realizara. Por designio misterioso divino fue escogida de entre todas la mujeres para que por ella nos llegara la luz divina.

Los evangelios son muy parcos en darnos detalles de María.Estaban centrados en Jesús. Pero al mismo tiempo, vemos, que no han podido ignorarla por completo, hasta el punto de que Juan coloque a María en la misma crucifixión de Jesús (Jn 19,25-27).

No cabe duda de que la importancia de María reside en su maternidad, en dar a luz a Jesús. La madre de todo personaje histórico tiene un lugar en la historia por haberlo engendrado. Con María no podía ser menos. Sin embargo ahí ha radicado la dificultad de mantener un equilibrio justo en la reflexión teológica. Algunos quisieron ensalzar tanto su maternidad del hijo de Dios que pronto aparecieron leyendas y doctrinas no justificadas. El ensalzamiento siguió en crescendo a través de los siglos, hasta el punto de que muchos cristianos han profesado más devoción a María que a Jesús. Para muchos María quedó convertida en una diosa.

Era evidente que la reacción contra tales exageraciones habría de llegar tarde o temprano. Así sucedió con la Reforma Protestante. En el siglo XVI, el cristianismo se dividió y se pusieron en cuestión y también se negaron algunas verdades hasta entonces tenidas por ciertas. Con relación a María se fue al extremo. Muchas denominaciones protestantes decidieron ignorarla por completo, y todavía perdura esa actitud en algunos hermanos cristianos. Una actitud que peca por insensible y exagerada. Si admiramos a personas famosas en la historia ¿por qué no habríamos de admirar y respetar a la que fue madre de Jesucristo, salvador del mundo?

Desde la infancia, pasando por la juventud, todo ser humano está inclinado a imitar héroes, ídolos, modelos, deportistas, artistas. Esto es algo normal. Si en la vida espiritual tenemos un modelo inigualable: Jesucristo, también es verdad que se han dado otros héroes y modelos de virtud, a quienes podemos imitar. María fue uno de ellos. María fue ejemplar en la fe. ¿Cómo vivir una fe completa y entregada, estando tan cerca del misterio de Cristo, que ofrecía, desde el punto de vista humano, múltiples contradicciones? Por poca imaginación que uno tenga no puede uno menos de concluir que la vida de María no fue nada fácil. Sin embargo, tuvo fe, esperanza, y amor, al prójimo en manera sublime.

Hoy, a cualquier mujer le gusta atraer la atención. Es este un fenómeno femenino natural a su sicología. ¿No quedará una mujer halagada cuando su hijo es el presidente de una nación? “¡Ahí va la madre del presidente!”, esta frase debe enorgullecer a cualquier mujer y más a cualquier madre. Sin embargo María supo vivir una vida de silencio y de retiro, devolviendo a su hijo cualquier atención que pudiera caer sobre ella. Así nos dice: “Haced -siempre- lo que él os diga” (Jn 2, 5). María quería que toda la atención se centrara en su hijo, Jesús.

Ningún cristiano puede avergonzarse de profesar amor a María. Ningún cristiano debe profesar más amor a María que a Cristo. Y todo cristiano debe avergonzarse de ignorar por completo a María. Tal vez cuando lleguen a la otra vida, esos cristianos, oirán el reproche de Jesús: ¿Cómo pudiste olvidarte de mi madre? Es verdad, ¿cómo puede haber cristianos que se olviden e ignoren por completo a María. ¿Es que no creen en la encarnación del Hijo de Dios? ¿Es que piensan que Cristo no fue real sino un fantasma, como algunos herejes de antaño? Y si creen que Cristo se encarnó, ¿cómo no ven el dolor y el amor de María por Jesús?

Imitar a María debe ser para nosotros la mejor preparación para recibir a Cristo Jesús. Y démosle gracias a María por tan precioso Hijo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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