Sermones que Iluminan

Adviento 4 (B) – 2008

December 22, 2008


El Evangelio de hoy nos presenta el pasaje de la anunciación de María. En el Antiguo Testamento hay muchas historias paarecidas a ésta anunciando elnacimiento de algún personaje importante. Por ejemplo, tenemos el nacimiento de Isaac (Gn 21, 5; 17,17), el nacimiento de Esaú y Jacob (Gn 25,21-26) el de José (Gn 30, 22-24), el de Sansón (Jc 13, 2-25) y el de Samuel (1 Sm 1,1-20). En San Lucas también se ofrece la anunciación de Juan el Bautista (Lc 1, 5-25).
El fin que buscan estas historias es familiarizar al lector con la persona que va a nacer y el papel que ejercerá en la historia de la salvación. Evidentemente se trata siempre de un personaje importante y de una función de primera categoría.

La situación normal de una anunciación es la del nacimiento milagroso comunicado a una pareja anciana y estéril. En la historia de la anunciación a María hay elementos que transcienden otras anunciaciones. En el nacimiento de Jesús se trata de una virgen y sin esposo. Vemos cómo, en este caso, el poder divino se manifiesta de una manera grandiosa. Dios es el “progenitor”. Con el nacimiento de Jesús se rompe el proceso histórico de nacimientos especiales. Es un momento histórico en el cual Dios establece lazos únicos con la humanidad. El mensaje de esta historia es provocar al lector a una pregunta: ¿Qué importancia tendrá para el mundo el nacimiento de Jesús? ¿Cuál será su rol en la historia de la salvación, si nace por obra y gracia de lo alto? Evidentemente, la respuesta es: el nacimiento de Jesús va a ser importantísimo en la historia de la salvación.

Pero ahora pasemos brevemente nuestra atención a María. En el Antiguo Testamento hubo mujeres que jugaron un papel importante en el nacimiento de sus hijos profetas. Todas estas mujeres “gozaron de favor ante Dios”. Fueron ensalzadas y benditas. El Antiguo Testamento no se hubiera podido escribir sin ellas. Ahora le toca el turno a María. Tampoco el Nuevo Testamento se hubiera podido escribir sin el papel desempeñado por María.

Es verdad que, en el pasado, la función de María en la historia de la salvación se exageró; en detrimento, en algunos casos, de un entendimiento adecuado de la obra de Jesús. Pero también es verdad que no podemos ignorar a María como pretenden algunas denominaciones cristianas. Eso no es justo. Ni los evangelios ni la historia de la Iglesia, han ignorado a María.

Estoy seguro que nadie conoció a Jesús mejor que María. Nadie vivió más cerca de María que Jesús. Nadie estuvo más unido a María que Jesús. María no tuvo miedo al ángel. María quedó asombrada porque “el poder del Altísimo te hará sombra” (Lc 1, 35). El Señor decidió estar con ella.

Al paso que Jesús crecía e iniciaba su ministerio público, también María crecía y se asombraba, cada día más, por todo lo que sucedía en su amado Hijo; pero ella, “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 51). María, pues, por ser madre Jesús, por llevar una vida de santidad en un grado eminente, se merece toda nuestra admiración, respeto y amor.

Estamos rodeados por el misterio divino más de lo que nosotros nos imaginamos. El ángel del Señor vino a nuestras vidas en la anunciación de nuestro bautismo. El ángel nos anunció: “¡Te saludo, porque Dios está contigo!” .

Todos los domingos repetimos este saludo para no olvidarnos de que llevamos a Dios con nosotros. El principal objetivo de nuestras vidas es descubrir y manifestar a todo el mundo la divinidad que llevamos en nuestro interior. Esta es la auténtica novedad que nos trajo Jesús. El nos descubrió, como nadie, la realización de Dios en su persona. Este objetivo no se logra fácilmente. Por ello debemos recordarnos constantemente unos a otros: “¡El Señor está contigo!” Que quiere decir: en la hermosa y tremenda tarea que te ocupa de manifestar la divinidad que llevas dentro, que Dios te ilumine y fortaleza siempre. Y nosotros podríamos responder con María: “Hágase en mí según tu palabra”. Que la voluntad de Dios se realice en nosotros hoy y siempre.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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