Sermones que Iluminan

Cuaresma 1 (B) – 2015

February 23, 2015


Hermanos y hermanas … nos convoca nuevamente el Señor para alimentarnos con su Palabra y con el cuerpo y la sangre de su hijo que se ha hecho uno con nosotros para hacer brillar su luz en la comunidad y en cada uno de quienes creemos y confiamos en él.

Hemos iniciado ya el camino de la cuaresma que nos prepara para celebrar con auténtico sentido de fe la Pascua de Jesús. Como pueden darse cuenta, el color litúrgico, los cantos y las oraciones que predominarán durante estos próximos cuarenta días, nos irán ayudando a adentrarnos más y más en este camino con un renovado espíritu de sobriedad, humildad y cambio de vida. Durante este tiempo no entonaremos el Gloria ni el aleluya, como preparándonos para dejar estallar esa alegría y gozo la gran noche de la Pascua.

Pero, por encima de todos los signos y gestos litúrgicos, lo que más nos mueve y nos anima durante este tiempo cuaresmal, es la Palabra de Dios en la cual centraremos nuestra atención para lograr una experiencia profunda de comunicación con nuestro Padre y con nuestros semejantes.

Para comenzar, en este primer domingo escuchamos el pasaje del libro del Génesis donde Dios hace una alianza con Noé. Como bien sabemos, este primer libro de la Biblia nos narra el episodio donde Dios decide inundar toda la tierra a causa de la maldad de la humanidad, pero antes de hacerlo, se dirige a Noé y su familia para que construyan un arca y metan en ella una pareja de cada animal para que haya con quien iniciar una creación y una humanidad nuevas después del diluvio.

Y bien, el inicio de esa nueva humanidad o, si se prefiere, el inicio de esa nueva etapa de la historia de la salvación, arranca entonces con los sobrevivientes del diluvio. Dios toma la iniciativa para anunciar ese nuevo comienzo a través de este pacto: “el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que destruya la tierra” (Génesis 9:11), y la señal de dicho pacto es el arco iris: “he puesto mi arco iris en las nubes, y servirá como señal de la alianza que hago con la tierra. Cuando yo haga venir nubes sobre la tierra, mi arco iris aparecerá entre ellas. Entonces me acordaré de la alianza que he hecho con ustedes y con todos los animales, ya no volverá a haber ningún diluvio que los destruya…” (v.13-16).

Como podemos ver, la característica central de esta alianza es la universalidad, la inclusividad; en ella está incluida la creación entera, todos los hombres y mujeres de todas las culturas y procedencias de cada tiempo y lugar. Y es importante tener esto presente ya que, como veremos el próximo domingo, cuando volvamos a tocar el tema de la alianza, en esa ocasión entre Dios y Abrahán, la otra parte pactante ya no será la humanidad entera, sino exclusivamente la descendencia del patriarca, esto es, lo que será el pueblo de Israel.

Así resuelve la teología del Antiguo Testamento uno de los grandes interrogantes teológicos que surgen después de la experiencia del cautiverio en Babilonia (587-534 a.C.): ¿Es Yahveh exclusivamente el Dios de Israel, o será un Dios universal, padre de toda la humanidad? Para la línea profética representada en el Tercer Isaías (Isaías 56—66), está claro que Dios no es propiedad exclusiva de Israel, como también está muy claro que Dios no excluye de su presencia a ningún “hijo de Adán” siempre y cuando haya en cada uno la actitud de practicar la justicia y el derecho (Isaías 56:1-8). Con todo, otra línea mucho más conservadora del judaísmo se resiste a aceptar ese universalismo y de ahí que recobre allí tanta importancia la alianza de Dios con Abrahán donde el signo de dicho pacto es la circuncisión, es decir, la marca visible de pertenencia única y exclusiva al pueblo elegido.

El pasaje del Génesis que escuchamos hoy está entonces en perfecta línea con el espíritu profético de Isaías; en tanto creador, Dios no excluye a nadie ni a nada de su paternidad universal; y al contrario, todos estamos llamados a construir una sola familia y a renovar constantemente ese compromiso de luchar por un orden justo, por una relaciones fraternas y por el más profundo respeto por los bienes creados.

En ese sentido, hemos de entender también el ministerio y la obra de Jesús con quien queda completamente definido el tema de la paternidad universal de Dios. Hemos escuchado hoy en el Evangelio de Marcos cómo Jesús toma la decisión de ir hasta el río Jordán para hacerse bautizar por Juan. Y es muy significativo el hecho de que Marcos resalte esta decisión de Jesús como el primero y más importante paso con el cual dará inicio a su vida pública. Examinemos de cerca este trozo de evangelio y tratemos de comprenderlo escena por escena.

En primer lugar, Jesús se hace bautizar; entra como el resto de pecadores de Israel a las aguas del río para salir renovado; segunda escena: se abre el cielo, baja el Espíritu y se oye la voz del Padre: “tú eres mi hijo querido, mi predilecto”; tercera escena: ese mismo Espíritu lleva a Jesús al desierto donde pasa cuarenta días y es tentado por Satanás; la cuarta escena nos debería mostrar cómo Jesús vence al Tentador, tal como lo hacen Mateo y Lucas; sin embargo, para Marcos, esa cuarta escena es Jesús ya en acción; anunciando la Buena Nueva del reino y llamando a la conversión.

Por tanto, bautismo, confirmación por parte del Espíritu y del Padre, desierto (tentaciones) y predicación, son un todo indivisible y enfocado a un fin: volver a abrir para todos, sin excepción, la paternidad única de Dios. No podríamos entender a cabalidad el ministerio y la obra de Jesús si no fijamos primero nuestra atención en este punto de partida.

En sintonía con el tema de la alianza con Noé, Jesús renueva esa alianza, ya podemos hablar de “nuevo pacto”, el cual yo no tiene por signo el arco iris, sino la apertura del cielo y el don del Espíritu. La maldad y los pecados del pueblo y de la humanidad mantenían cerrado el cielo; ahora se abren no para que desciendan la ira y el castigo divinos, sino para dar paso al Espíritu que quiere abrazar y acompañar a quien ha decidido mediante su baño en el Jordán, recuperar para el Padre al resto de sus hermanos; por eso el Padre lo declara “mi hijo amado, mi predilecto”.

Si miramos con atención la trama narrativa de Marcos, nos daremos cuenta de algo que es clave para poder comprender la totalidad del mensaje de su evangelio: notemos que en el momento del bautismo de Jesús, el cielo se abre y desciende el Espíritu y se oye la voz del Padre; y en el momento en que muere en la cruz, el velo del templo se rompe… ahora es el hombre, el pecador, el ser humano quien puede acceder sin obstáculos para encontrarse con su Dios.

Podríamos decir, que las lecturas de hoy son completamente programáticas, pues nos abren todo un proyecto para mejorar nuestra vida; para renovar nuestro propio pacto bautismal y volver a conectarnos con el deseo del Padre de que todos seamos uno a través del Espíritu y de su Hijo Jesucristo. Para este programa tenemos toda la cuaresma; hagámoslo paso a paso, con la firme convicción de que el Padre siempre nos mirará con aprobación y, en la medida en que asumamos esta tarea con auténtico compromiso, siempre nos expresará: “tú eres mi hijo y mi hija amados, mis predilectos”. ¿Estamos preparados? Comencemos entonces el camino.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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