Sermones que Iluminan

Cuarto Domingo de Pascua (C) 2007

April 29, 2007

Hechos 13, 15-16,26-33 (34-39)
Salmo 100
Apocalipsis 7, 9-17
Evangelio según San Juan 10, 22-30

Hoy es el cuarto domingo de Pascua. Seguimos celebrando el misterio de la resurrección de Cristo, y nos gozamos, los que esperamos con fe, en el día de nuestra resurrección.
“Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. Palabras que nos animan a esforzarnos a conocer al Pastor que orienta nuestra vida.
La promesa de nuestro Señor Jesucristo es la vida eterna, y la unión con él. Jesús compara esa unión con la de su Padre celestial cuando dice: “El Padre y yo somos una sola cosa”. A esa misma unión nos llama el Señor cuando nos acepta como sus ovejas, que reconocen su voz, y que le siguen.

Pero, ¿cómo podremos seguirle si no le conocemos? ¿Tenemos realmente a Jesús como pastor de nuestras vidas? Si la respuesta fuera afirmativa, no cabe duda de que seríamos más felices. La vida en esta tierra se nos haría más llevadera.

Efectivamente, vemos con cuanto cariño y sacrificio un pastor cuida a su rebaño. Pronto por la mañana, se acerca al corral donde se encuentran las oveja, las acaricia y las conduce por verdes praderas en busca de buenos pastos donde puedan comer y recostarse. Las lleva hacia fuentes tranquilas donde sacien su sed. Las guía por senderos seguros para que no tropiecen. Cuando el sol calienta las lleva a lugares frescos y sombreados. Y allí descansan.Otras veces, cuando el peligro acecha, porque el lobo viene, el buen pastor arriesga su vida, y las salva. Las ovejas, sin saberlo están en el cielo.

Así es nuestro buen pastor, Jesús. En su caminar por esta tierra, ofreció ejemplos de amor, de cariño, de sensibilidad exquisita hacia todos. Amaba de manera especial a los pecadores, a los condenados. No excluía a nadie. Comía con buenos y malos. Sólo los de corazón duro no quisieron aceptarlo. Pero a quienes lo recibieron les abrió las puertas de la vida eterna donde se encuentra un enorme rebaño con miles de millones de almas que a través de la historia le han seguido.

Seguir a Jesús, implica el que muchas veces caminemos por senderos de polvo y lodo, por caminos escabrobos. Implica el que, a veces, encontremos espinas y cardos junto con pastos sabrosos. Mas el buen pastor siempre estará observando. Basta una voz suya para que le sigamos. “El Señor es bueno, su fidelidad perdura de generación en generación” canta el salmo de hoy. Dios está siempre a nuestro lado.

Queridos hermanos y hermanas, cualquiera que haya sido el motivo de su venida a la iglesia, el resultado es más hermoso: hemos decidido escuchar la voz de Dios en nuestros corazones y aquí estamos, uniéndonos con Cristo en su muerte y resurrección y compartiendo los unos con los otros el misterio de los sagrados alimentos que nos unen a Cristo. ¿No es esto lo más importante en nuestras vidas?

Por eso, cada vez que dudamos de la presencia de Cristo, nos separamos de su rebaño y nos convertimos en ovejas sin pastor. Hermanos y hermanas, ¡no permitamos que nos suceda eso a nosotros! Qué triste sería escuchar la voz de Dios en nuestros corazones sentenciar: “¡Tú no eres de mis ovejas!” Se perdería todo el sentido de la existencia, todo el sentido de la vida. Si conocemos a una oveja que no tiene pastor, invitémosla a que venga a compartir la vida eterna con Jesús. Y digamos con el salmisa: “Sepan que el Señor es Dios; él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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