Sermones que Iluminan

Día de Pascua (B) – 2012

April 09, 2012


Amados hermanos y hermanas; nos concede el Señor la inmensa gracia de participar en esta celebración de la Pascua. Dispongamos nuestro corazón y nuestra mente para experimentar con gozo la presencia de Jesús resucitado en nuestra vida y pidámosle a él la fuerza y la sabiduría necesarias para saber cómo llevar a la práctica cotidiana lo que por el testimonio de los primeros cristianos y por la fe se nos ha revelado: que Jesús ha resucitado y que está presente en nuestro camino. Una de las colectas propuestas para esta solemnidad, dice:

“Dios omnipotente, que por medio de tu Hijo unigénito Jesucristo has vencido la muerte y nos abriste la puerta de la vida eterna: Concede a los que celebramos con gozo el día de la resurrección del Señor, que seamos resucitados de la muerte del pecado por tu Espíritu vivificador; mediante Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén (LOC, 137).

Con estos sentimientos, dispongámonos a meditar sobre el gran acontecimiento que nos congrega este domingo: la Resurrección del Señor. Los cuatro evangelistas coinciden en la noticia sobre la resurrección de Jesús. Cada uno a su manera y atendiendo las necesidades catequéticas y pastorales de la comunidad a la cual dirige su evangelio, elabora el relato de la resurrección. Un buen ejercicio para realizar en casa es tomar los relatos de cada evangelista, leerlos simultáneamente y tratar de establecer cuáles son las semejanzas y cuáles son las diferencias. Esto nos ayudará a entender varios aspectos de este acontecimiento que sustenta y da forma a nuestra fe cristiana, pero al mismo tiempo nos dará una idea de cuán diversas eran las tradiciones en cada una de las comunidades primitivas.

Pero bien, vamos a centrarnos en el pasaje del evangelio que nos sugiere la liturgia de este día. Probablemente ya nos es familiar a todos el famoso pasaje sobre “el peregrino de Emaús” que nos trae exclusivamente el evangelista Lucas. Aclaremos que este no es el relato lucano sobre la resurrección (este lo podemos leer en Lucas 24:1-12), más bien se trata de un relato sobre la primera aparición de Jesús resucitado.

Es muy importante que tratemos de integrar este relato que escuchamos hoy a todo el ministerio público de Jesús; esto es, que conectemos esta aparición del Resucitado con la vivencia misma de Jesús a lo largo de su vida. Veamos poco a poco: el evangelista Lucas resalta dos manifestaciones importantes del Padre en dos momentos clave de la vida de Jesús: la primera en el momento de su bautismo, próximo ya a comenzar su ministerio público y la cual el mismo Jesús exterioriza públicamente en Nazaret utilizando las mismas palabras de Isaías: “el Espíritu del Señor está sobre mí… (4,18); es decir, desde el momento mismo de su bautismo, Jesús es consciente de que el Espíritu del Padre está sobre él, se le ha revelado plenamente.

La segunda manifestación del Padre, la podemos ver en pleno ministerio público de Jesús, en momentos previos a comenzar el camino hacia Jerusalén y la cual queda confirmada con los eventos de su pasión, muerte y resurrección; se trata del relato de la Transfiguración. Es como si Lucas quisiera decirnos que la opción de vida de Jesús no es una idea descabellada de él, sino su respuesta obediente al llamado del Padre quien, además, en ningún momento lo deja abandonado a su suerte, sino que en todo momento lo acompaña.

Pues bien, ahora es Jesús, ya glorificado, quien se manifiesta a dos de los discípulos, en escenarios muy diversos, en condiciones muy distintas, pero al fin de cuentas, es una manifestación, una Cristofanía. En el caso de los discípulos, las condiciones son absolutamente diversas; ellos necesitan, más que una revelación, una detallada explicación de las Escrituras y un toque especial de la gracia divina que los lleve al re-reconocimiento de Jesús por una parte, y por la otra, a la aceptación de que su tarea mesiánica ya ha tenido su cumplimiento y que desde este momento sus vidas serán totalmente transformadas desde la fe en el Cristo resucitado.

No es fortuito que este proceso de crecimiento y transformación de vida por la fe, esté ambientado según Lucas mientras van de camino a una aldea; sabemos que en Lucas, el camino posee unas características teológicas importantes. Los discípulos han hecho un camino con Jesús; pero, mientras el camino de Jesús tiene por meta final llevar a cumplimiento el designio salvífico del Padre, el camino de los discípulos termina en decepción, tristeza y frustración: “esperábamos que iba a ser él (Jesús Nazareno) el liberador de Israel” (v. 21); la vida, pasión, muerte y resurrección del Maestro, todavía no es una alternativa de camino para el discípulo (vv. 19-20.22-24).

Este es el momento propicio que aprovecha el Resucitado para comenzar a rectificar el camino del discípulo, y lo hace con base en dos elementos: el primero tiene su fundamento en la Escritura, por eso parte de ella y la explica punto por punto hasta que ellos la entienden; el segundo elemento es la parte vivencial de la Escritura que ya Jesús había puesto en práctica a lo largo de su vida y que quiso simbolizar con el gesto del compartir la mesa; aquí la comparte con dos de los discípulos, pero durante su vida la compartió con toda clase de hombres y mujeres, y con toda seguridad, en cada ocasión tuvo que haber realizado algo, algún signo, alguna palabra que de un modo u otro le daba al compartir la mesa una dimensión nueva que iba más allá del simple gesto de consumir unos alimentos. Pues bien, eso es lo que ahora “abre” los ojos de los discípulos, lo reconocen y ahora sí manifiestan lo que producía en ellos la explicación de la Escritura: el ardor, la fuerza de la gracia; necesitaban ver también el signo de la mesa/pan para ahora sí entenderlo todo.

Nótese que inicialmente Emaús era el destino final de estos discípulos; a raíz de la autorrevelación de Jesús el Cristo, el camino queda rectificado, ellos lo desandan y vuelven a Jerusalén en donde están los demás compañeros, y donde van a encontrarse con un ambiente bastante agitado: todos están entrando en el proceso de reconocer y aceptar que él está vivo, que se está manifestando entre ellos (vv. 33-35). No hay que perder de vista entonces, los dos elementos esenciales para reconocer y aceptar a Jesús resucitado: la Escritura y la vivencia de lo que en ella Dios exige, o si se prefiere, la puesta en práctica al estilo de Jesús de lo que en ella Dios nos dice.

Poco a poco toda la comunidad de discípulos se va “contagiando” de la fe en la resurrección. Esta nueva aparición de Jesús nos da idea de que este fue un proceso que comenzó con unos cuantos -o cuantas- hasta llegar a convertirse en una vivencia de tipo comunitario. Seguramente fue necesario experimentar las dudas, el temor, el sentimiento de frustración y de derrota; por eso, esas primeras experiencias de fe en la Resurrección y de adhesión total al Resucitado son confusas, “ellos creían estar viendo a un fantasma” (v. 39).

Pidamos con humildad al Señor que nos dé la gracia de hacer de nuestra fe en la resurrección de Jesús un motivo para rectificar nuestro camino; que cada una de nuestras acciones sean signo y testimonio de la vida nueva manifestada en la resurrección.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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