Sermones que Iluminan

Día de Pascua (B) – 2018

April 02, 2018


Hoy celebramos el misterio glorioso de la Resurrección. Tan grandioso es este misterio que el mundo cristiano lo continúa celebrando hasta del día de hoy y hasta que Cristo vuelva. Desde el momento en el que ocurrió, la Resurrección de Jesucristo ha evocado todo tipo de asombro y maravilla.

Los primeros testigos de la Resurrección de Jesús se quedaron desconcertados y hasta se mostraron incrédulos. Ejemplos de estas reacciones muy humanas se encuentran en los evangelios: las mujeres aturdidas al ver la tumba vacía, los discípulos que descartaron el testimonio de estas mujeres como locura y que dudaron al ver a Jesús resucitado en el monte.  Reacciones como estas continúan repitiéndose a través de todas las generaciones de creyentes.

San Juan Crisóstomo, uno de los cuatro grandes eruditos del cristianismo, arzobispo de Constantinopla en el siglo cuarto y uno de los Patriarcas de la Iglesia, capta esta reacción ante la complejidad de este misterio, en un sermón de Pascua al decir:

 Él ha destruido la muerte habiéndola padecido; y destruyó al infierno cuando descendió a él, pues éste se amargó cuando saboreó Su Cuerpo; como Isaías anticipó y lo contempló, pues clamó diciendo:

“El Infierno, fue amargado cuando Te encontró en él abajo.
Ha sido amargado porque ha sido anulado.
Ha sido amargado porque ha sido burlado.
Ha sido amargado porque ha sido destruido.
Ha sido amargado porque ha sido encadenado.
Recibió un Cuerpo, y he aquí descubrió que este cuerpo era Dios.
Tomó tierra y contemplándola, encontró Cielo.
Tomó lo que estaba viendo, y fue superado por lo que no vio”.[1]

El misterio de la Resurrección nos invita a tomar una pausa en nuestro diario vivir para así contemplar lo extraordinario y lo sagrado de este evento. Al detenernos de esta manera, nuestros cuerpos y mentes se reconcilian con la realidad del corazón y del espíritu que reconocen el misterio de la Resurrección de Jesús. Creer en la Resurrección de Jesús es el empeño amoroso de todo cristiano y cristiana desde el siglo primero hasta hoy en día. Esta creencia fue la que María Magdalena, discípula fiel de Jesús, emprendió al salir en búsqueda del cuerpo de su maestro y amigo. Lo que encontró fue mucho más de lo que ella pudo haberse imaginado. En

lugar de un cuerpo en la tumba, se enfrentó al sagrado misterio, una tumba vacía, al Mesías resucitado. Se enfrentó a este milagro tan sin igual, que, al principio, ella misma no podía reconocer a Jesús. Esto es evidente desde el momento en que confundió a Jesús con un jardinero y se aferró a Él. Su reacción nace de un dolor muy humano transformado en esperanza. Jesús le dice a María que tiene que dejarlo ir para que se manifieste el poder de Dios que no podía ser contenido por el tiempo humano.

La resurrección de Jesús es diferente a todas las que se mencionan en los evangelios porque fue, es y será por siempre el inicio de la promesa de Dios para salvar y redimir al mundo a través del Hijo del Hombre. Su resurrección es diferente, por ejemplo, a la del hijo de la viuda de Naín, a la de la hija de Jairo y a la de su amado amigo Lázaro. Éstas fueron pruebas de su divinidad encarnadas en amor, compasión y gracia divina.

La Resurrección de Jesucristo nos demuestra que la oscuridad no puede ni podrá nunca eclipsar la luz divina. Desde un humilde pesebre, esta luz emergió para iluminar una nueva forma de vida. Esta luz proviene de Dios. Esta luz inició un movimiento que resultó ser la manifestación del reino de Dios en el mundo. Este reino lleno de promesa y esperanza fue sembrado y nutrido en los rincones más marginados que habían languidecido bajo la autoridad cruel y brutal del Imperio Romano. Este movimiento de luz divina surge del ministerio de Jesús que llena con nueva vida a pobres, huérfanos, viudas, enfermos, prisioneros, niños y niñas, mujeres y hombres, a los hambrientos y sedientos de justicia y a toda persona que obra por la paz.

La petición que Jesús le hace a María Magdalena de que ella se desprendiera de Él es necesaria para que el mensaje de la Resurrección se difunda por todo el mundo. Esta petición va acompañada de una invitación, no solo a ella, sino a toda la humanidad. Jesús dice: “No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con Él que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes.” Con estas palabras, Jesús nos invita a emprender un nuevo camino y una nueva manera de ser y de vivir. Él nos invita a una transformación de ser seguidores, ser testigos y proclamadores de las Buenas Nuevas de su Resurrección.

La muerte humana que siembra semillas amargas de inercia, temor, aislamiento y dudas fue derrotada. Y ahora es necesario sembrar nuevas semillas de esperanza, solidaridad, amor y compasión porque esas son las semillas de la vida nueva en Él que nos dan valor y poder para sanar este mundo quebrantado.

La invitación del Cristo resucitado es para vivir una vida que, a pesar de sus desafíos, se realiza con la certeza de que el amor, la compasión, la justicia y la paz de Dios no pueden ser vencidos por los poderes malignos de este mundo. Es por esto por lo que, con palabras y hechos, cada persona que escoge seguir a Jesucristo puede proclamar que la muerte no tiene la última palabra. Desde la cuna hasta la tumba este pueblo fiel exclama: ¡Aleluya! ¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

 [1] https://www.iglesiaortodoxaserbiasca.org/single-post/2017/04/16/CRISTO-RESUCITÓ—HOMILÍA-PASCUAL-DE-NUESTRO-PADRE-ENTRE-LOS-SANTOS-SAN-JUAN-CRISÓSTOMO

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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