Día de Pentecostés (C) – 8 de junio de 2025
June 08, 2025

La fiesta de Pentecostés que conmemoramos hoy cierra todo el ciclo de celebraciones pascuales que muestran al Señor resucitado. Hoy acogemos la llegada del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo, como el acontecimiento más significativo narrado en los Hechos de los Apóstoles que marca el nacimiento de la Iglesia. La llegada de Espíritu en Pentecostés es esa consumación o sello de lo que el Señor prometió a sus discípulos y discípulas.
En el libro de los Hechos se relata que con ocasión de la “Fiesta de Pentecostés” o “Fiesta de las Semanas” -que era una celebración agrícola de las cosechas o Shavu’ot– estaban reunidos junto a los doce apóstoles personas provenientes de otros países. Estando allí, en la casa donde se alojaba el grupo, vino del cielo un fuerte ruido, un viento de huracán y se vieron lenguas como de fuego; en ese momento el Espíritu Santo descendió sobre todos los presentes.
Pentecostés es una verdadera fiesta, un momento nuevo en la vida de la Iglesia. Es una teofanía o manifestación de lo que Dios quiere de nosotros, una expresión de su voluntad para los y las creyentes. Ya no se trata de la manifestación de lo portentoso, de eventos milagrosos y poderosos que no pueden controlarse humanamente. Como nos narra también el capítulo 14 del evangelio de Juan, los discípulos, y especialmente Felipe en nombre de ellos, ponen la mirada y piden esos eventos extraordinarios. Quieren que Jesús les muestre al Padre, como señal –una señal más– de la divinidad de Jesús y de que Él es el camino hacia el Padre. También nosotros nos quedamos absortos ante los eventos asombrosos exteriores que acontecen el día de Pentecostés, el ruido celestial, el fuego, las lenguas, deseando tener ese poder religioso y simbólico. Pero lo más importante de Pentecostés no son estas señales milagrosas, sino estar atentos y atentas a las promesas de vida en Cristo que se nos recuerdan en la festividad de Pentecostés. Veamos algunas de ellas.
Pentecostés es la fiesta de la unidad. Junto a los discípulos galileos se encontraban judíos piadosos que habían venido a Jerusalén procedentes de diferentes países del mundo: partos, medos, elamitas, mesopotámicos, capadocios, asiáticos, frigios, egipcios, libios, entre otros. Era un grupo internacional de judíos que probablemente se comunicaba entre sí en el idioma hebreo aprendido en las casas maternas. Quizás algunos hablaban entre sí utilizando algo de griego y latín. Pero lo primero que nos dice el texto es que los creyentes empezaron a hablar en todos esos idiomas, lográndose el entendimiento entre todos. El Espíritu de Dios hizo que las personas se pudieran comunicar y entender, hablando en sus propias lenguas y con expresiones de las más diversas culturas. El Espíritu que el Resucitado envió a los suyos es el Espíritu de la unidad, del entendimiento mutuo, de la no discriminación debido a la nacionalidad, raza, etnia, género o procedencia; en fin, se trata del Espíritu de la apertura de la buena noticia del Evangelio a todos los pueblos. En tal sentido, Pentecostés fue lo contrario de Babel con toda su confusión, dispersión y falta de comprensión; fue una experiencia de unidad, entendimiento y reconciliación.
Pentecostés es la fiesta del Espíritu. Jesús ha cumplido su promesa y ha enviado sobre la Iglesia el Espíritu de vida, verdad y consolación: “el Defensor, el Espíritu Santo que… les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Pentecostés es la prolongación del Emmanuel, el “Dios con nosotros”, que ya no estará de cuerpo presente, pero cuyo Espíritu seguirá acompañándonos todos los días; este Espíritu nos ayuda a vivir a la manera de Cristo, a buscar la santidad, a guardar en el corazón y cumplir la Palabra del Señor, a tener una actitud profética frente a los problemas del mundo contemporáneo, a amar a nuestros prójimos con el amor del Resucitado.
Pentecostés es la fiesta de la comunión con Dios. En el evangelio de Juan, Jesús percibe la angustia de sus discípulos a causa del anuncio de su pronta partida, de ahí que les dice que no se inquieten ni tengan miedo y que sigan sus enseñanzas para llegar al Padre. Ese Padre predicado por Jesús no es un dios ajeno, extraño o lejano, sino que se muestra, se conoce y reconoce en las obras de amor y misericordia realizadas por Jesús. Él les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. Es el Espíritu Santo en su rol de Maestro quien nos confirma que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y Dios mismo. El Espíritu de verdad o, lo que es lo mismo, el Espíritu que revela la verdad de Dios, da testimonio y nos muestra esa cercanía y relación filial íntima entre Jesús y el Padre, del mismo modo que nos invita a asumir ese mismo tipo de relación con el Padre y con nuestros hermanos.
Pentecostés es la fiesta de la paz. Frente a la incertidumbre de los discípulos, Jesús les da un mensaje de paz: “Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo”. Muchas veces la sociedad, los políticos, incluso los terapistas nos prometen una paz que son meras promesas o simple tranquilizante para evitar el dolor y los conflictos. La paz que se experimenta con la llegada del Espíritu en Pentecostés se da aun en medio del dolor, el sufrimiento y la incertidumbre, porque Dios no nos promete que los cristianos no sufriremos, pero sí nos garantiza que estará presente con nosotros en tales momentos. La paz que Cristo nos ofrece se va haciendo realidad a través de la acogida, la solidaridad, el perdón, el amor; se hace presente toda vez que recibimos al Espíritu Santo en nosotros.
En esta fiesta de Pentecostés pidamos al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios, al Espíritu de Cristo, que venga a nosotros y nosotras, y nos permita reconocer su presencia a cada momento de nuestras vidas, en la cercanía y la consolación; que nos muestre al Padre a través de nuestra comunión con el Hijo; que nos haga más perceptivos y sensibles al entendimiento con nuestros hermanos que piensan, hablan y actúan distinto a nosotros, para que vivamos como hijos suyos en unidad y amor. Y que la paz que Cristo ya nos ha dado permanezca en nuestros corazones, familias, comunidades y en nuestro mundo. Que así sea.
La Rvda. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio como clérigo asociada en la Catedral San Pablo, en Bogotá. Es doctora en Teología por la Universidad de Hamburgo y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son la Teología Sistemática, el Ecumenismo y la Ética teológica.
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