Domingo de la Trinidad (C) – 15 de junio de 2025
June 15, 2025
LCR: Proverbios 8:1-4, 22-31; Salmo 8; Romanos 5:1-5; Juan 16: 12-15.

“Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión en el Espíritu Santo sean con todos ustedes”. Con esta bendición el apóstol Pablo se despide de la comunidad de creyentes de Corinto en su segunda carta, y no es simplemente una despedida común, es una bendición que refleja, ya desde esos primeros tiempos del cristianismo, que el apóstol y los seguidores de Jesús van descubriendo y profesando en su vida un triple concepto de Dios. Y es precisamente esto lo que celebramos en este primer domingo después de Pentecostés: el domingo de la Trinidad.
En el calendario litúrgico de la Iglesia, desde hace unos seis meses, hemos venido conmemorando acontecimientos como el anuncio del nacimiento de Jesús, su encarnación, crucifixión, muerte y resurrección, su gloriosa ascensión a los cielos, hasta llegar (el domingo pasado) a la fiesta de Pentecostés, y hoy, como un resumen de toda esta historia de la salvación, recordamos y profesamos que creemos en un Dios que es uno y trino. La enseñanza y teología sobre la Trinidad ha sido, a través de los siglos, un pilar fundamental de la fe cristiana; desde los primeros tiempos la Iglesia proclamó, con diferentes confesiones de fe como el Credo Atanacio, el Credo Niceno, el de los Apóstoles, el misterio de un Dios que es uno y al mismo tiempo tres.
Pero, llegar a esta conclusión de fe no es algo sencillo, ni se realizó de la noche a la mañana; uno de los desafíos más grandes es que no existe ni un solo pasaje en la Sagrada Escritura que nos hable de esta comprensión cristiana de Dios como tres personas distintas en un sola Divinidad. Por tanto, en ninguna parte de la Sagrada Escritura encontramos la palabra Trinidad; solamente encontramos alusión a distintos actores divinos en los que podemos descubrir roles diferentes y con misiones específicas.
¿Cómo llegamos entonces a esta confesión de fe? Fueron los Padres de la Iglesia, filósofos, teólogos y doctores quienes trataron, a lo largo de los tiempos, de develar este misterio a un nivel humano, y aproximarse, desde un limitado entendimiento, a la grandeza de Dios, y contestar preguntas como: ¿Quién es Dios? ¿Cómo es? ¿Cómo obra? ¿Cómo podemos acercarnos a Él? Y todo ha sido sólo intentos para comprender la grandeza de Dios que generan muchas más preguntas que respuestas. Es hasta que Dios mismo se revela a nosotros en nuestra misma historia cuando podemos acercarnos a su divinidad; se manifiesta como un sólo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Como creyentes así lo proclamamos cada domingo con el Credo -que es el sello distintivo de nuestra fe como cristianos-; en él proclamamos a Dios que es Padre: “Creemos en un solo Dios, Padre todo poderoso, creador del cielo y la tierra…”, a Dios que es el Hijo redentor: “Creemos en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero…”, y a Dios santificador (sustentador): “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.
La segunda pregunta que podríamos hacernos es ¿cómo tomamos parte de esa comunión perfecta de Dios? Podemos decir que desde nuestra creación participamos de esa unión con Dios y que luego, como bautizados, toda nuestra vida cristiana está rodeada de esa perfecta presencia trinitaria; por ejemplo, somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, nuestras oraciones personales y comunitarias, casi siempre, terminan con esta aclamación trinitaria y la bendición final en el servicio dominical termina, de igual forma, con esta fórmula trinitaria.
Entonces la invitación para todos, en este domingo, es a acercarnos a la experiencia trinitaria de Dios desde otra perspectiva, desde la experiencia humana y todo lo que significa para nuestra vida: comunión, perfección, unidad, igualdad, pluralidad; y para experimentar esta relación íntima con Dios: “Tenemos que nacer de nuevo del agua y del Espíritu”, como le dijo Jesús a Nicodemo, acercándonos a un Dios que es esencialmente amor.
La Trinidad es, pues, una comunidad perfecta, unida por el amor, es la unidad en la diversidad. Para aproximarnos a esta verdad debemos hacerlo también libres de cualquier prejuicio y sentido de discriminación hacia cualquier ser humano. La celebración de la Trinidad de Dios en este domingo nos llama a vivir, como Iglesia y como sociedad, en primer lugar, con una actitud de respeto y reverencia por la creación y, en segundo lugar, como seres humanos en un compromiso mutuo de respeto, igualdad, justicia, comprensión y solidaridad.
Como miembros de una comunión de fe, que es la Iglesia, no podemos bajo ningún motivo y de forma selectiva decidir qué derechos de una persona defender y proteger, y qué otros sancionar y pisotear; estamos llamados por mandato divino a valorar, abrazar, desarrollar y defender todos los derechos y la dignidad del ser humano sin importar su religión, raza, sexo o condición social. Nuestras comunidades, los miembros de nuestros vecindarios, la sociedad en general, deben encontrar entre la comunidad de cristianos una familia que les valora y apoya, porque todos compartimos como creación de Dios, como sus hijos, esa hermosa herencia del Padre que nos llama a través del Maestro: “Ámense unos a otros como yo los he amado”.
La relación de amor en Dios, de uno y tres a la vez, es un modelo valioso para nosotros y para un mundo que sufre grandes transformaciones y convulsiones. Vivimos momentos difíciles, de explotación, división y falta de empatía, donde muchos hermanos son ignorados, silenciados, relegados y violentados en sus derechos y dignidad. Nuestra esperanza, como cristianos, es la lucha por alcanzar un mundo mejor; oramos y luchamos para que vengan tiempos mejores, de sanación, dialogo y reconciliación. Ahora es el momento de poner en acción uno de nuestros compromisos adquiridos en el Pacto Bautismal: “Lucharemos por la Justicia y la paz entre todos los pueblos y respetaremos la dignidad de todo ser humano”.
Concluyamos con las palabras de consuelo y confianza de una gran mística, escritora y poetiza del siglo XVI, Teresa de Ávila, que nos dice en uno de sus poemas más famosos:
“Nada te turbe, nada te espante, todo pasa.
Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”.
El Rvdo. Francisco Valle, sacerdote salvadoreño, es rector de la iglesia multicultural – Episcopal Church of Our Saviour, en Silver Spring, Maryland. Diócesis Episcopal de Washington D.C.
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