Sermones que Iluminan

Domingo de Ramos (B) – 2012

April 02, 2012


La tradición respecto al Domingo de Ramos tiene dos momentos importantes. En muchos lugares se acostumbra realizar una procesión antecedida de la lectura del fragmento del evangelio que nos habla de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén y de la bendición de las ramas o palmas. Hagamos de este momento una verdadera experiencia de fe; un encontrarnos con Jesús para “entrar” con él a Jerusalén. Él sabe que aunque inicialmente la gente sencilla del pueblo lo aclama jubilosa, su verdadera confrontación será con quienes ostentan el poder, con las autoridades del templo y los líderes religiosos que se opondrán abiertamente a su ministerio y su mensaje.

Mientras caminamos hacia el templo, cantando y alabando al Señor, pidámosle que nos dé la fuerza y la sabiduría necesarias para vivir con auténtico compromiso nuestra fe; que nos dé la luz que necesitamos para poder ver en el diario vivir la injusticia, el desamor, la violencia, y que nos haga valientes defensores de la justicia, del amor y de la paz.

Liturgia de la Pasión

Las lecturas de este domingo están orientadas a la escucha y meditación de la Pasión de Jesús. Varios son los elementos de la Pasión según san Marcos que podemos subrayar en nuestra reflexión. Vamos a centrar nuestra atención especialmente en tres elementos. El primero lo vamos a llamar “motivos por los cuales Jesús es apresado y enjuiciado”. Con toda claridad pudimos ver que Jesús es apresado porque los sumos sacerdotes y autoridades del templo no lo soportaban. Marcos no nos narra exactamente cómo ellos entraron en contacto con uno de los discípulos de Jesús y desde ese momento en cualquier oportunidad podía darse la captura. De todos modos, el motivo principal para capturar a Jesús lo intuye muy bien Pilato: “porque le tenían envidia”.

Ahora, ¿por qué es enjuiciado Jesús; cuáles son los motivos de la acusación y del juicio? Nos dice Marcos que: “El sumo sacerdote y el Consejo en pleno buscaban un testimonio contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte, y no lo encontraban, ya que aunque muchos testimoniaban en falso contra él, sus testimonios no concordaban” (Marcos 14:55-56). Es evidente que hay de por medio celos de poder, odio, intransigencia e intolerancia. Es imposible hallar un motivo verdadero para acusarlo. Sin embargo, la malévola astucia del sumo sacerdote encuentra lo que ellos consideraron el motivo preciso: a la pregunta del sumo sacerdote: “¿Eres tú el Mesías”?, Jesús responde afirmativamente y esta respuesta se convierte en su sentencia de muerte. Para la intransigente mentalidad de los líderes religiosos, ningún humano podía abrogarse este título, reservado exclusivamente al Hijo de Dios que debía venir entre nubes, directamente enviado por Dios. El motivo religioso para la condena a muerte de Jesús estaba ya dado: “Este hombre se hace llamar ‘hijo de Dios’”. No perdamos de vista este rechazo por parte del pueblo judío para que lo confrontemos con las palabras del centurión romano en el momento en que Jesús expira: “En verdad este hombre era el hijo de Dios”.

Pero el motivo religioso para eliminar a Jesús no era de incumbencia para la autoridad romana representada en Poncio Pilato. Fue necesario, entonces, inventar un motivo político de acusación para que Pilato pudiera proceder a la ejecución de la pena máxima, reservada exclusivamente a los romanos; por eso, ante Pilato se acusa a Jesús de hacerse llamar rey; de ahí la pregunta del funcionario: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. La respuesta de Jesús: “Tú lo dices”, hace que Pilato acceda al deseo de los líderes religiosos, crucificarlo.

El segundo elemento que podemos subrayar en el relato marquiano de la Pasión podríamos llamarlo “el silencio de Jesús en todo el proceso”: contrario a lo que sucede muchas veces con nosotros que nos deshacemos en mil explicaciones para justificar nuestros actos, especialmente cuando enfrentamos algún revés en nuestra vida, Jesús mantiene un silencio asombroso y absolutamente majestuoso. Uno esperaría que en este momento ocurrieran dos cosas: primera, que quienes habían experimentado de una manera u otra la acción salvífica y sanadora de Jesús, se pronunciaran en su favor, y segunda, que el mismo Jesús hubiera hecho toda una apología de sí mismo y de su ministerio. Sin embargo, nada de esto ocurre, parece que Jesús tiene absoluta conciencia de que la verdad brilla y se impone por sí misma aunque no sea en el momento que uno quisiera. Quizás su oración en el huerto antes de su prendimiento: “Abba, si es posible aparta de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”, le ha llevado a comprender que si bien, la voluntad del Padre no es que él padezca y muera -Dios no quiere el dolor, los sufrimientos ni la muerte de ninguno de sus hijos-, sí es querer de Dios que los hombres encontremos la verdad a fuerza de equivocarnos. Este silencio de Jesús durante su proceso es semejante al silencio de Dios durante el suplicio de la cruz. Con todo, en la cruz Jesús no está solo: con él está también el Padre; Jesús ha sido rechazado por su pueblo, y con él también ha sido rechazado el Dios de Jesús, el auténtico Dios bíblico; ambos están en la cruz y ambos callan. La verdad se impondrá por sí sola en su momento.

Y el tercer elemento para subrayar hoy lo vamos llamar “los efectos de la crucifixión de Jesús”. Nos narra san Marcos que en el momento en que Jesús expiró, “el velo del santuario se rasgó en dos de arriba abajo”. Por supuesto que este dato no podemos interpretarlo de manera literal; se trata una imagen simbólica utilizada por el evangelista para decir que, con su muerte, Jesús abrió el acceso al genuino Dios bíblico a toda la humanidad. Ese Dios que pretendidamente el judaísmo mantenía “secuestrado” detrás del velo del templo, para nada le interesaba al resto de la humanidad, ha quedado al descubierto con el máximo sacrificio de Jesús. Si bien las autoridades del templo y los líderes religiosos no pudieron o no quisieron ver en Jesús al enviado del Padre, al mismo Mesías, su sangre derramada en la cruz derrumba la barrera impuesta por la ideología religiosa del templo. La verdad comienza entonces a brillar, los efectos de la crucifixión comienzan a sentirse: “El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo expiró, dijo: ‘realmente este hombre era Hijo de Dios’”.

Recordemos que precisamente Jesús es condenado a muerte porque según los sumos sacerdotes presumía de ser el Hijo de Dios. Pues bien, a pesar de los largos siglos de espera del enviado del Padre, ellos no lo quisieron aceptar; sin embargo, el plan de Dios sigue adelante; su propio pueblo no lo ha aceptado, pero otros que no vivían en esta esperanza, lo pueden ver y confesar como tal. El conocimiento de Dios y la experiencia de su amor y misericordia es pues, el primer gran efecto de la crucifixión de Jesús.

Señor Jesús, que tu sangre derramada en la cruz destruya todas las barreras de nuestro corazón; las que nos impiden reconocerte como el Mesías, como el hijo de Dios que nos ha abierto una vez para siempre las puertas al Padre y que nosotros por nuestro egoísmo, tantas veces pretendemos cerrar a los demás.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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