Sermones que Iluminan

Fiesta del Santo Nombre – 2017

January 01, 2017


El nacimiento de Jesús marcó la historia de la humanidad al abrir un camino de total liberación de las esclavitudes que nos atan con frecuencia en nuestras vidas. La Iglesia dedica el primer día del año a la celebración del “Santo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo” y esto tiene pleno sentido porque Cristo es el Señor del tiempo y del espacio y sus huellas deben estar en cada evento de los días y los meses venideros del nuevo año. Lucas enmarca este nacimiento extraordinario en coordenadas históricas concretas en un período de dominio del Imperio Romano y en una coyuntura histórica precisa: la realización de un censo nacional con todo el protocolo que implicaba en ese tiempo la inscripción de cada ciudadano.

El elemento más importante para el evangelista Lucas y su comunidad de fe es que en un punto de la historia del tiempo y del espacio, se verifica un nacimiento muy particular: el del Mesías cuyo nombre es Jesús y que la Iglesia nos propone celebrar en esta fecha, inicio de un nuevo año para que sellemos el compromiso del 2017 sin olvidar que Jesús es el Señor y sin Él, nada podemos hacer.

Lucas hace coincidir este importante nacimiento en Belén de Judá en los mismos días que José y María han realizado su viaje a la pequeña ciudad llamada precisamente “Ciudad de David”. Es también muy importante para san Lucas, señalar las circunstancias materiales en que nace Jesús. Para el evangelista no es circunstancial, pues se trata de un acto supremo de la voluntad de Dios, indicando que así ha querido Dios que se desarrolle este acontecimiento histórico que significaría un cambio radical en la historia de la humanidad.

Prueba de esto que acabamos de decir es la aparición del ángel a los pastores para anunciar exclusivamente el nacimiento de Jesús, alguien que ya Lucas presenta como “El Salvador”. “El Mesías” y “Señor”. El otro elemento importante es el coro celestial y la movilización de los pastores hasta donde estaba María con el Niño con el fin de adorarle como Dios que es.

A pesar de la humildad del cuadro del pesebre, hay algo que le da a todo el ambiente, una luminosidad y una espectacularidad especial: la alegría de todos los que estaban alrededor que les motiva a realizar un acto de glorificación y alabanza a Dios y sobre todo que en medio de este maravilloso acontecimiento, Lucas resalta otro detalle: todo esto, María, lo medita y lo conserva en su corazón.

Aplicando todo esto a nuestro diario vivir como cristianos que somos, nos da a entender que nuestra actitud y nuestra fe está iluminada por este nacimiento histórico que creó un antes y un después en el correr del tiempo de la humanidad. Constantemente se nos aparecen ángeles a nuestro diario vivir para anunciarnos la Buena Noticia y repetir lo mismo que les dijeron a los pastores: “No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor”.

La señal que nos da el texto del evangelio de hoy es muy clara: “Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. No nos describe un palacio real suntuoso, ni una cuna de oro rodeada de adornos, pues la humildad es la virtud esencial que debe acompañar siempre al cristiano. Lo que verdaderamente da sentido a la vida no es la riqueza material ni el esplendor palaciego, sino la presencia de la gloria de Dios en una vida espiritual manifestada en la humildad y la sencillez.

San Pablo en su Carta a los cristianos de Galacia nos recuerda que en Jesucristo hemos recibido la liberación de las cosas que nos esclavizan y nos alejan de Dios. Él hace referencia a los que hoy, en el siglo 21 le damos culto al dinero, al consumismo, al afán de poder, a la apariencia basada en el orgullo que tantas injusticias están causando en nuestra sociedad actual. Muchas cosas nos esclavizan en nuestro estilo de vida social que nos alejan de Dios: el afán de poseer un carro de último modelo, la mansión lujosa que compite con los millonarios, el celular del año, las modas del momento… en fin, muchas cosas más y san Pablo nos dice muy claramente que de todo esto hemos sido liberados, pues “Dios infundió en sus corazones el Espíritu de Su Hijo, que clama a Dios llamándole Abba, es decir Padre”.

Esta primera invocación filial lo contiene todo en germen, madurez espiritual, conocimiento religioso, libertad del espíritu y esperanza de una herencia trascendente. Todos sin excepción hemos sido llamados a compartir esta herencia, pues el Espíritu no distingue sexos, ni edades, ni condición social. Jesús trajo la unidad en la diversidad, fundamentada en el amor fraterno, pues todos somos hijos del mismo Dios viviente.

El Salmista, por su lado, nos recuerda en este día “qué admirable” es el nombre de Dios, el Señor. El ángel proclamó al Niño Jesús como “El Señor”. La admiración se inspira en la contemplación y en el contraste de que el Hijo de Dios nace en un pesebre y no en un palacio real. El Señor acepta la alabanza que procede del cristiano que ora como la de un niño pequeño, pero el poder de los fuertes del mundo se desbarata a los pies del pesebre divino.

El nacimiento de Jesús ha traído la salvación a todo el mundo y en nuestra condición de cristianos debemos ser los anunciadores de esa Buena Noticia a una sociedad que ha perdido su rumbo y ha dejado de luchar contra la violencia intrafamiliar, la discriminación racial, el terrorismo y el autoritarismo denigrante. Ha llegado la hora de proponer la única ley que cambiará el rumbo de nuestro mundo: la ley del amor cristiano porque tanto amó Dios al mundo que dió a su Hijo Unigénito para salvarlo. Hagamos un propósito en este año nuevo: un cambio de vida radical que nos ayude a manifestar nuestro amor al prójimo para rebatir la situación de pecado que vive nuestra sociedad actual y de esa manera implantar el Reino de Dios que es un reino de santidad y vida, de amor y de paz. Nuestra consigna debe ser: ¡amemos sin frontera y sin condiciones!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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