Sermones que Iluminan

Navidad (I) – 2007

December 25, 2007


Queridos hermanos estamos celebrando un acontecimiento sin paralelo en la historia de la humanidad. Algo increíble. El nacimiento de Dios entre nosotros. El Dios creador del universo vino a morar en la tierra. ¿Quién de nosotros, si viviera en un país de encanto y felicidad lo abandonaría para irse a otro de dolor y lamento? ¿Quién de nosotros, si estuviera gozando de completa felicidad la abandonaría para meterse en un lugar de lucha y sufrimiento? Nadie, ¿verdad? Y sin embargo, Dios ha querido realizar tan inaudita empresa.

Esas preguntas nos ayudan a comprender cuánto nos ama Dios, que se dignó acampar entre nosotros para orientarnos. Isaías dice que “el pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9,1). Ahora, los que andan a oscuras pueden, si quieren, encontrar luz en Cristo Jesús, los que viven rodeados de tinieblas pueden, si quieren, encontrar, el faro que ilumina a todo descarriado. Sí, hermanos, una luz nos ha brillado y con ella ha llegado la alegría y el gozo para quienes buscan con celo la presencia de Dios.

San Pablo en la Carta a Tito le recuerda este maravilloso acontecimiento: “Se ha manifestado la gracia de Dios que salva a todos los humanos”. Estemos alegres y de una vez para siempre renunciemos a “los deseos mundanos y a vivir en esta edad con templanza, justicia y piedad”. Si no renunciamos al vivir terrenal seguiremos rodeados de tinieblas y no seremos capaces de ver la luz que nos ha llegado

Una voz celestial anunció por las cercanías: “Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy… os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. Mas, ¿dónde creéis que ha nacido ese salvador? ¿En una mansión, en un palacio, en el calor de una cama y de un hogar? No, María lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. ¿Cómo es posible que el creador del mundo, el rey de los cielos, llegue a la tierra y no encuentre lugar en su posada?

Algunos dicen que tal vez eso del pesebre fuera una invención piadosa. Puede ser, pero no es menos cierto que Jesús nació en la pobreza. Sus padres eran pobres y Jesús fue pobre durante toda su vida. Sin duda alguna, el Hijo de Dios, quiso darnos a entender que, comparado con las moradas celestiales, tanto el hotel como la mansión como el palacio, no dejan de ser más que un pesebre. Nada terreno tiene equivalencia en el cielo.

De pronto, sucedió algo inaudito, una legión del ejército celestial entonó esta canción: “¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres (a los seres humanos) que él ama!”. La voz de Dios envía la paz a la tierra para todo ser humano. Dios ama a todos los humanos, nosotros tenemos que aceptar esa paz que nos viene de lo alto, de lo contrario sólo tendremos guerras.

Hermanos y hermanas, ¡qué bella es esta fecha que nos habla de luz, de salvación, de paz, de amor! Este acontecimiento evoca otro de mayor transcendencia cristiana, la Pascua de Resurrección en la que la Vida se hizo definitiva y plena para todos los humanos. La Navidad del Señor empezó a celebrarse en el siglo IV para cristianizar la fiesta pagana que el 25 de diciembre celebraba el “Sol invicto”. Nuestra fiesta nos presenta una Luz infinitamente más resplandeciente que el sol y que nunca pierde su fuerza: Jesús, el Cristo, muerto y resucitado, eternamente vivo. La Natividad del Señor ha sido desde su origen una fiesta explícitamente pascual.

Que este tiempo navideño sirva para reflexionar y darnos cuenta que tenemos a Dios a nuestro lado, siempre; no sólo en los días festivos. No permitamos que el ambiente secularizado y mundanal oscurezcan un mensaje tan hermoso como es este de la Natividad del Señor.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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