Sermones que Iluminan

Navidad (I) – 25 de diciembre de 2022

December 25, 2022

LCR: Isaías 9:2–7 (= 9:1–6 DHH); Salmo 96; Tito 2:11–14; Lucas 2:1–14, (15–20)

¡Feliz Navidad!

Mucha gente asume que la Navidad termina hoy porque se abren los regalos, pronto se seca el arbolito y se acaba el ponche. Pero de hecho hoy empieza para celebrarse a diario hasta el día de Reyes. ¡No tengan miedo! Les traigo una buena noticia, de gran alegría de todos y todas. Hoy nos nace un niño, un Salvador, es decir, un Liberador, un Sanador, el Escogido, el Mesías, el Cristo de Dios.

Feliz Navidad, porque Dios venció la esclavitud que oprimía al pueblo y la opresión que lo afligía, dándonos un niño que extenderá su reino a todas partes, y la paz y el bienestar nunca se acabarán, basados en la justicia y el derecho desde hoy y para siempre, por el entrañable amor de Dios todopoderoso. ¡Feliz Navidad!

A través de la historia, nuestra espiritualidad como episcopales y anglicanos se ha basado en nuestra apreciación de todo lo creado por Dios. Es una espiritualidad basada en la naturaleza y en lo humano. A través de la poesía, himnos, arquitectura, arte, o el mismo culto en el cual se encuentran todos estos aspectos, nuestra espiritualidad le otorga mucha importancia a la presencia de Dios en su creación. No basta con sólo el espíritu; es necesaria también la materia, que se toque, se vea, se oiga, se sienta con las manos. La espiritualidad anglicana no podría existir sin la Palabra de Dios hecha carne hoy, el día de Navidad.

Hace años Bette Midler cantaba sobre un Dios que observa la tierra desde muy lejos. Recuerdo que pensé entonces, “eso no es cristiano.” No es cristiano porque la Navidad proclama precisamente lo opuesto: Dios no está lejos. Dios se ha unido con su creación. Se ha unido a nosotros (Emmanuel) a la naturaleza, a la tierra, a la historia. Dios se enrolla las mangas y se mete en lo humano, sí, en nuestra vida humana llena de conflictos, injusticia, pobreza, abuso y opresión, y rehúsa dejarla así, insistiendo que puede ser mucho, mucho mejor; puede ser el reino de Dios, en el cual se hará su voluntad aquí en la tierra como en el cielo.

La Palabra de Dios, por la cual todo lo que existe fue creado, se ha convertido en carne viva. En Jesús, Dios vive su mensaje en carne nuestra para que todos lo veamos y lo oigamos. Dios pone su tienda de campaña entre nosotros y convive con nosotros, igualito. Quinientos años antes Isaías lo deseaba tan profundamente que ya lo podía ver: la justicia y la alegría ganarán. Ganarán. Tenemos que creerlo y desearlo con todas nuestras fuerzas precisamente porque todavía no es una realidad: la justicia y la alegría ganarán. Dios ya no está lejos, distante, más arriba de las nubes, sino que ha llegado aquí para ser nuestro compañero, papá, mamá, amigo, amante, caminando por la vida mano a mano con nosotros. Por esto, la Navidad no sólo significa que algo importante sucedió hace dos mil años; significa que ya no podemos ser solamente “espirituales” sin ser también materiales. Esa separación es falsa porque cada uno de nosotros es no sólo espíritu sino cuerpo, materia.

Nuestras vidas físicas -la alegría de vivir, nuestra conexión con la naturaleza, las satisfacciones del cuerpo y su cuidado- son importantes. Pero también lo son el duelo, el hambre, la enfermedad, la carestía y aún la muerte misma. No podemos creer en un evangelio que es sólo “espiritual.” No podemos seguir ignorando, en nombre de Dios, los cuerpos de seres humanos y de toda la naturaleza. El hambre del hambriento es un escándalo espiritual; la falta de hogar de quienes viven sin techo es un insulto a Dios. Los moretones de la mujer abusada son los moretones de Dios. Porque Dios ahora vive en su pueblo.

Por esto, porque ocurrió la Navidad, un dizque “cristiano” a quien que no le importa el sufrimiento real y tangible de cuerpos físicos no es cristiano verdadero. Los supuestos cristianos que atropellan los derechos de la mujer, o de gente de diferente aspecto, o de personas de sexualidad o género diferentes, o de pocos recursos o educación, lo que sea, esos supuestos cristianos que sólo respetan a los que son como ellos, blancos y acomodados, con más educación, no son cristianos. Dios les juzgará por mentirosos e hipócritas. Si vamos a ser verdaderos cristianos, tenemos que enrollarnos las mangas como Dios para sanar el sufrimiento humano y cambiar las estructuras económicas y sociales que hieren y destruyen a las criaturas de Dios. No hay otra.

La buena noticia es que esto ya ha comenzado. Fue una buena noticia para aquellos pastores pobres, analfabetos y sólo capaces de velar ovejas. Es una buena noticia para todos los pobres, y toda persona marginada de hoy, que la escuchan con gran claridad, porque tienen tan poco, que viven sólo de fe y esperanza. Hoy brilla alrededor de ellos la gloria de Dios. Hoy el pueblo que andaba en la oscuridad ve una gran luz. ¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a la humanidad que goza de su favor! Hoy es la Fiesta de los Pobres.

Unámonos a ellos, por tanto, y sigamos a este niño, hijo bastardo de una adolescente soltera que yace en un pesebre sucio y mugroso porque no había lugar para ellos. Nace para proclamar buenas noticias a los pobres y sanarlos, para perdonarlos gratis, sin ningún requisito, y para confrontar los poderosos que riegan el mal y la muerte destruyendo la creación de Dios. Nace para sufrir y morir precisamente por confrontarlos y para resucitar entre nosotros, miembros de su Cuerpo vivo, su Iglesia. Nace para pedir que el Padre envíe el Espíritu que nos vivifica y nos lanza al mundo a sanarlo, y para que en la tierra se haga su voluntad como en el cielo: un nuevo mundo de verdad, justicia, paz y amor. Llega la Palabra de Dios, hecha carne. Viene a sanar la tierra y gobernar con verdad y justicia, para que pueda haber paz y amor entre toda la humanidad tan amada por Dios

Así que, con toda la tierra, cantemos al Señor una canción nueva, anunciando día a día su liberación. Proclamemos su gloria y sus maravillas ante todos porque Dios es grande y muy digno de alabanza, su presencia entre nosotros, que somos su templo vivo, es resplandeciente, bella y poderosa.

En unos minutos le daremos gracias a Dios, rindiéndole el poder y la gloria. Traigámosle nuestras humildes ofrendas, adorándolo en su santuario, y recibamos la ofrenda de Dios mismo para nosotros: su Hijo, nuestro Liberador.

¡Alégrese todo el mundo, los cielos y la tierra! ¡Brame el mar y todo lo que contiene! ¡Alégrese el campo y todo lo que hay en él! ¡Griten de alegría los árboles del bosque porque Dios ha llegado a liberarnos! Suyos sean el poder y la gloria ahora y por siempre. Amén.

El Rvdo. Dr. Juan M.C. Oliver, antiguo Guardián del Libro de Oración Común, es el autor de La Liturgia: Casa de Los Sentidos.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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