Sermones que Iluminan

Pascua 4 (B) – 2012

April 30, 2012


En el texto evangélico de este domingo, el Señor toma de su contorno el ejemplo de lo cotidiano, de lo que forma parte de la vida de sus paisanos: el rebaño. El pastoreo es una tarea que el pueblo de Israel viene ejecutando desde tiempos inmemoriales. En el pasado, Israel fue un pueblo nómada, es decir, transeúnte, recorriendo caminos y territorios en busca de pastos para sus ganados, para sus rediles.

Este trabajo de pastor y de pastorear al rebaño, exige de la persona, no solo su tiempo, de día y de noche, sino también su vida. Se da tal compenetración que, como dice Jesús, el conocimiento de las ovejas es parte de la vida y del bienestar del redil. El Señor así lo afirma cuando dice: “Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi”. Determinando así una de las características del que es un buen pastor, el conocimiento de sus ovejas, el conocimiento mutuo. Es tanto el amor por el redil, que el buen pastor incluso llega a dar la vida por ellas: “Yo doy mi vida por las ovejas”, dice el evangelio de Juan.

En este domingo celebramos la fiesta del Buen Pastor. Él es el único pastor del rebaño que somos todos. Los demás, ministros de la Iglesia, son solo ayudantes, intendentes, auxiliares del Buen Pastor que es Jesús y solamente él es el Buen Pastor por tres razones:

Primera: “Da la vida” por todos, es decir, no es un simple “asalariado” que se preocupa de su sueldo y que huye cuando llega la dificultad. Aunque todos los que se consideran sus ayudantes en el pastoreo del rebaño de la Iglesia deben estar dispuestos a dar la vida por las ovejas. Su ministerio no tiene razón de ser si no hay un desgaste, un darse totalmente por esa porción del rebaño que le ha sido encomendada. El sacrificio puede llegar hasta el martirio, donde logrará más sentido, ya que el auxiliar del Buen Pastor le imita, o trata de imitarle incluso hasta en la muerte.

Un ministro que no da su vida por aquellas ovejas que le han sido encomendadas es un simple “asalariado” que trabaja por unos pesos no por el bienestar del redil. Dar la vida implica, la entrega total y desinteresada al rebaño, especialmente en los momentos más difíciles, en los momentos de crisis. El auxiliar del Buen Pastor que no acompaña a sus ovejas en los momentos de desastre, no es digno de llamarse ministro, ni mucho menos ayudante del Señor. Su ausencia será terrible para las ovejas que a todo momento claman su presencia y asistencia. Dar la vida implica no solo la presencia física sino también la espiritual a través del acompañamiento en la oración, en la celebración de los sacramentos, en la fiesta eucarística, en la preparación a la muerte, en el jolgorio que demanda la nueva vida.

Dar la vida es amar como lo afirma Juan en su primera carta: “Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Juan 3:16-24). Los amores son recíprocos, se da la vida por los demás cuando se les ama. Cristo dio la vida por amor nuestro.

Segunda razón: “Conoce” a aquellos a los que sirve con un conocimiento que proviene del compromiso. Se dice que el pastor que cuida sus ovejas día y noche, llega hasta tal punto de compenetración que conoce a cada una y a cada una pone un nombre. El conocimiento proviene de la preocupación por conocer las necesidades del rebaño y suplirlas en el momento preciso, y de ese conocimiento fruto del compromiso, nace el amor. El pastor debe amar a sus ovejas para ofrecerles lo necesario, para atenderlas, para corresponderlas con su cariño como respuesta al cariño que ellas prodigan a su pastor. Es un amor reciproco, corresponsal, bilateral.

No se trata de algo paternalista, unilateral, sino por el contrario, un amor reciproco que lleva a ambas partes, pastor y rebaño, al compromiso por el crecimiento y fortalecimiento del redil. El salmo 23 nos expresa claramente lo que el Buen Pastor está dispuesto a hacer por su rebano: “El Señor es mi Pastor, nada me faltará. En verdes praderas me hace recostar…” El mayor esfuerzo que el encargado del rebaño debe hacer, es conocer a sus ovejas, sus necesidades, sus valores y talentos, sus aspiraciones, para suplir con lo que es necesario y mantener así al rebaño reunido en comunidad alrededor del fuego que es Cristo. Un redil unido bajo el calor del amor de Cristo, nada ni nadie lo dispersa, el amor lo mantiene compacto, fortalecido.

Tercera razón: “Reúne” en la unidad a los que están dispersos, a quienes atrae y reconcilia. Contrario al pastor, entre comillas, que dispersa por su obrar, a través del mal testimonio, por su abandono del redil, por su falta de cariño, a todo el que forma parte del rebaño y a todo aquel que pudiera estar allí, formando parte importante de la comunidad. De esto habla el evangelio de Juan: “Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga y no las ovejas” (Juan 10: 11-18).

El auxiliar del Buen Pastor debe atraer con el maravilloso encanto de su testimonio, de su atención a cada una de las ovejas a quienes de antemano conoce bien hasta en sus más mínimas necesidades. Debe ser el imán que reúna a todos alrededor de Jesús, no alrededor de sí mismo; para la adoración de Cristo, no para la veneración del ministro.

El amor a las ovejas hay que demostrarlo, como dice Juan en su primera carta: “Hijitos míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con hechos” (1 Juan 3: 16-24). Las ovejas que forman parte del redil esperan que el amor sea demostrado mediante hechos concretos: de perdón, de tolerancia, de aceptación, de respeto, de valoración, de reconciliación, de estimulo, de reconocimiento, de tal manera que aquellas ovejas que aún permanecen fuera del rebaño, se acerquen, entren y formen parte de la comunidad.

El ministro que ama a su rebaño, crea un hálito espiritual que atrae a aquellas personas que permanecen en el limbo de la fe, desconfiadas de todo lo que huela a religión, a Iglesia. La unidad del rebaño nace del testimonio personal en nombre de Jesús, como afirma el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Pedro lleno del Espíritu Santo, les contestó: jefes del pueblo y ancianos, ustedes nos preguntan acerca del bien hecho a un enfermo, para saber de qué manera ha sido sanado. Pues bien, declaramos ante ustedes y ante todo el pueblo de Israel, que este hombre que está aquí… ha sido sanado en el nombre de Jesucristo de Nazaret” (Hechos 4: 5-12). Porque todo lo que sea hecho o dicho en el nombre de Cristo Jesús conduce a la salvación.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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