Pascua 4 (C) – 11 de mayo de 2025
May 11, 2025
LCR: Hechos 9:36-43, Salmo 23, Revelación 7:9-17, San Juan 10:22-30

La Iglesia sigue celebrando el gozo que nos ha dado la resurrección de Cristo. Nos reunimos para celebrar a Jesús que se presenta como el buen pastor que conoce a sus ovejas y a quien ellas escuchan y siguen con la seguridad que manifiesta el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”.
En sintonía con esto, y en el contexto del cuarto domingo de Pascua, la Iglesia dedica este día como el del Buen Pastor, y lo hace con el Evangelio de San Juan. Las palabras de Jesús: “Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”, adquieren una fuerza especial: nos recuerdan que como cristianos no caminamos solos, que nuestra vida está bajo el cuidado de Aquel que nos ama con ternura y mantiene la decisión de protegernos. La relación de Jesús con sus ovejas no es sólo entre un líder y seguidores; es una relación de amor profundo, de intimidad. Él deja bien claro la diferencia entre sus ovejas y las que no lo son: “Ya se lo dije a ustedes, y no me creyeron. Las cosas que yo hago con la autoridad de mi Padre, lo demuestran claramente; pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas”. Jesús es quien elige a sus ovejas, quien las llama por su nombre y, como Buen Pastor, les ofrece seguridad, guía y consuelo. Con Jesús el vínculo será de amor, cercanía y confianza absoluta.
Por su parte, las ovejas escuchan su voz. En medio del ruido de este mundo hay algo en el corazón del creyente que reconoce esa voz que da vida, que no juzga, que no condena, sino que llama y acompaña. ¡Qué hermosa lección de amor y cuidado nos brinda el evangelio en este tiempo pascual! Celebramos que Cristo no es sólo el Cordero que dio su vida por nosotros, sino el Pastor que nos guía. En medio de tantas incertidumbres podemos afirmar con el salmista que la victoria de Cristo es una bendición y una esperanza para todos: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento”.
Y es que la victoria de Cristo sobre la muerte continúa manifestándose con sus apóstoles, en la Iglesia. Leemos en los Hechos de los Apóstoles, la conmovedora historia de Tabita (también llamada Dorcas), una mujer discípula, con un testimonio de vida dedicada a hacer el bien, conocida por sus obras de caridad y por ayudar a los pobres, ejemplo de una vida en seguimiento de Jesús. Cuando parecía que la oscuridad de la muerte había vencido, la presencia de Dios transformó esa oscuridad en esperanza. Este relato nos recuerda que la fe cristiana no es indiferente al dolor ni a la muerte. Dios no se aleja de nuestro sufrimiento, sino que actúa en medio de él. A través de la comunidad de los apóstoles, de la Iglesia, de los que oran y creen, el amor se manifiesta con el poder de Jesús, nuestra vida y verdadero Pastor.
Esa imagen de Cordero-Pastor la podemos concretar en el libro de Revelación. El pasaje que escuchamos nos presenta una visión celestial impresionante: “una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos… delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos”. ¡Qué escena maravillosa! La imagen del Cordero, que es Jesús resucitado, ocupa un lugar central y allí una multitud ofreciéndole alabanzas en señal de victoria. Nos recuerda, en este tiempo pascual, que la salvación no es para unos pocos, sino para todos los que han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero, es decir, todos los que han sido fieles, quienes aunque hayan pasado por pruebas y dificultades siguen confiado en Cristo. La imagen del Cordero que nos presenta el texto del Revelación, y que ocupa el lugar central, es Jesús resucitado. El mismo que ha vencido, no con la fuerza del poder, sino con la entrega total, con el amor que se da hasta el extremo. Aunque estamos viviendo en tiempos difíciles, este texto se convierte en un canto de esperanza. Nos muestra que el dolor no tiene la última palabra, que la injusticia no triunfa y que la fidelidad será recompensada con una presencia eterna junto a Dios.
Hay una promesa bellísima en este pasaje: El que está sentado en el trono es el Pastor y los protegerá con su presencia: “Ya no sufrirán hambre ni sed, ni los quemará el sol, ni el calor los molestará; y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios secará toda lágrima de sus ojos”. Aquí encontramos el corazón de nuestra fe cristiana: el mismo Jesús, el Cordero inmolado, es también el Buen Pastor. Él es quien nos guía, nos consuela y nos da vida en abundancia. En este mundo tan marcado por el sufrimiento, la confusión y el miedo, este texto es un bálsamo. Dios nos ofrece la paz y el descanso para cualquier corazón abatido: él es el buen Pastor.
Hoy Jesús sigue caminando en medio de su templo, entre nosotros, y su voz sigue resonando con la ternura de un Pastor que llama por su nombre a quienes somos suyos. No basta con saber quién es; hay que escucharlo, reconocer su voz y seguirlo con confianza. El Señor nos invita a dejar la duda, a salir del miedo, a ser sus ovejas y a seguirlo con fe. Porque el Buen Pastor no abandona, no olvida, no se rinde, nos protege y nos ama. Hoy el Pastor nos llama por nuestros nombres. Si hemos estado lejos, si el ruido del mundo ha apagado su voz en nuestro corazón, es momento de volver a escucharla.
Hoy es un buen día para confiarle nuestras vidas y caminar con Él hacia pastos de vida eterna. Escuchemos su voz y sigámoslo. Que el Señor Jesús, el Buen Pastor, nos guíe y nos sostenga en su mano, para que nada ni nadie pueda apartarnos de su amor. Amén.
La Rvda. Marivel Milien ejerce su ministerio en la Iglesia Santísima Trinidad en Miami, Diocesis del Southeast Florida.
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