Sermones que Iluminan

Pascua 5 (B) – 2 de mayo de 2021

May 02, 2021

LCR: Hechos 8:26–40; Salmo 22:24–30 (LOC); 1 San Juan 4:7–21; San Juan 15:1–8

En este primer domingo del mes de mayo, al que llamamos el mes de las flores, nuestro mundo, después de más de un año, aún sufre y trata de sobreponerse a los graves estragos producidos por la pandemia del COVID-19. La pérdida de la vida humana causada por este virus ha sido enorme y dolorosa. A millones de personas nos ha quitado, antes de tiempo, el amor y compañía de nuestros seres queridos. Muchos de nuestros sueños tal vez no se lleguen a realizar y en mucho se ha perdido la esperanza de poder volver a compartir y disfrutar de nuestros familiares y amigos. Vivimos de encerramiento en encerramiento, de restricciones que se imponen y luego se levantan. Vemos, con gran tristeza, como se han exacerbado y salido a la luz las desigualdades, injusticias, prejuicios y la opresión que siempre ha existido y que, en este tiempo pandémico, nos urge confrontar para que podamos arrancar de raíz estos males sistémicos y ofrecer soluciones para el bien de cada persona, de grupos y de tantas comunidades afectadas.

Ante este cuadro tan desolador hay que decir que la presencia del amor divino nos ha acompañado siempre. Esa presencia nos ha abierto los ojos al dolor en nuestro alrededor y en el mundo. Hemos actuado, y al ver sufrir al prójimo que vive en nuestras comunidades, nos hemos unido en la ayuda solidaria para estar pendientes y cuidarnos mientras cuidamos a toda persona que nos rodea. Esta pandemia nos ha mostrado que podemos amar a nuestros semejantes, que con la ayuda de Dios podremos lograr muchos de los cambios que son urgentes en nuestras sociedades. Ésa es la tarea que tenemos entre manos y que nos dará la oportunidad de ser más amables, generosos, de aceptarnos y abrirnos a ser transformados por la presencia del otro, de sanar nuestras heridas y reconciliarnos mientras continuamos viviendo en medio de nuevos brotes y diferentes mutaciones o variantes de este gran flagelo que nos ha traído el Coronavirus.

Las lecturas que acabamos de escuchar validan nuestra experiencia y nos invitan a comprender y recostarnos más y más en la presencia del amor divino que nos ha dado el consuelo que busca nuestro espíritu en estos momentos de pena y sufrimiento. Reflexionar sobre estas lecturas afianzará nuestra fe, aliviará nuestros miedos, abrirá nuestras almas a la inspiración del Espíritu divino de Dios Padre que vive en nosotros y en nosotras y en todo lo que nos rodea.

En el evangelio de Juan, Jesús dice: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el que la cultiva”. El Padre poda las ramas y saca la maleza cuando es necesario para que la viña dé fruto. El Padre y el Hijo están íntimamente unidos, y nosotros sabemos que son el mismo Dios. La viña y el viñador que la cultiva, siempre están juntos, día tras día, de sol a sol, unidos en una relación de constante cuidado; el viñador siente orgullo de ver crecer cada planta y gozo de mostrar los frutos en tiempo de vendimia. Si alguien recorre los viñedos hoy día, siempre verá a un hombre agachado, y si se acerca a hablarle, con alegría contará cómo ese año la vendimia será mejor que la del año anterior por miles de razones que, en realidad, hablan de su amoroso cuidado y del amor de los dos: la viña y el viñador.

Cuando Jesús nos invita a vivir unidos a Él para poder dar fruto, nos está invitando a estar siempre a su lado, a “permanecer” en Él, a nunca separarnos, a ir de la mano con Él, a aprender de sus enseñanzas y llegar a ser sus amados discípulos para la gloria de su Padre. Sin Jesús, no podemos hacer nada porque Jesús es nuestro pastor, el pan de vida, el camino, la verdad, la resurrección, la luz del mundo, la puerta del cielo.

La carta de San Juan, por su parte, expande esa invitación de Jesús a ser discípulos y discípulas permaneciendo en Él, al exhortarnos con cariño y pasión a “amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios”. Nos dice la carta que Dios nos amó tanto “porque Dios es amor”, el que envió a su Hijo único, Jesús, para vivir entre nosotros y que se ofreció en sacrificio para que tuviéramos vida y vida en abundancia.

En estos momentos, llenos de tantas emociones que hacen que lágrimas broten fácilmente de nuestras almas, el llamado para nosotros y nosotras es a tener fe, confiar plenamente en el amor de Dios Padre que nos creó a su imagen y semejanza, creer en la presencia de ese amor que nos cuida, nos alimenta, nos consuela como el más dedicado de los labradores que con tiernos gestos también poda nuestras asperezas para que demos el fruto por Él soñado. Tengamos fe en nuestro Dios encarnado que desea que permanezcamos siempre unidos en su Espíritu, unidos en esa vid, fuente de toda vida y vida para ofrecerla al mundo.

¿Cómo entonces vivir en ese amor? ¿Cómo vivir en Dios sabiendo que es el amor que vive en cada ser y en su sagrada creación? ¿Cómo podemos vivir en el amor, que es Dios, en estos tiempos de tanta necesidad y lucha?

Las respuestas a estas preguntas las encontraremos si abrimos nuestros corazones al amor de Dios, si nos llenamos de ese amor con el que Dios nos creó y que nos ofrece, y si reconocemos ese amor en nuestro propio ser y en los seres que nos rodean. Siendo sus hijos e hijas amados encontraremos respuestas al dejamos llevar de la mano de su Hijo Jesucristo, la vid verdadera, siendo las ramas que se dejan podar para dar fruto, siempre unidos y unidas en su amor, caminando a su lado, dejando que nos abra caminos de verdad y vida. En otras palabras, haciendo que nuestras comunidades de fe vivan la misión de Dios en el amor divino y, de esa manera, llegar a amar con el mismo amor con el que Dios nos ama y que ofrece al mundo a cada paso.

Hermanos y hermanas. Que el amor de Dios Padre y de su Hijo nos renueven las fuerzas y sople aliento de vida en cada uno de nosotros y nosotras para sobrellevar, en el amor de Dios, nuestras luchas y sufrimientos y los de nuestros hermanos y hermanas a quienes amamos en el amor de Cristo. Amén.

La Rvda. Ema Rosero-Nordalm es diácona en la Diócesis de MA. Se desempeña como Gestora del Título IV de los Cánones y sirve en el Comité Ejecutivo del Proyecto de St. Luke//St. Margaret en Allston/Brighton MA. Ema es la Representante de Justicia Social para la Junta Nacional de Mujeres Episcopales (2018-2022) y forma parte del Grupo Asesor de los Oficiales del Obispo Primado para la Implementación de la Comunidad Amada (2019-2021).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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