Sermones que Iluminan

Pascua 6 (B) – 2015

May 11, 2015


¡Feliz Día de las Madres! Primeramente, comencemos este sermón reconociendo a nuestras madres y ofreciéndoles nuestro respeto en este día. Algunos de ustedes atesoran los recuerdos de sus madres, otros han estado en conflicto con sus madres por casi toda una vida; otros nunca han tenido una madre. Ser madre requiere sacrificios propios, requiere valor, amor y dedicación. Ser madre no está limitado al proceso biológico de traer una vida al mundo. Muy a menudo, un padre soltero es ambos, o una abuelita o una amistad de la familia o la madre de otra persona. Es en medio de este mundo complejo, diverso, hermoso y sentido de madre más amplio donde debemos desearle a todos un muy feliz día de las madres. ¡Felicidades!

Hay una historia sobre una mujer rica en una crisis espiritual; entra a una iglesia y se sienta en una de las bancas de atrás. Había también otra persona sentada cerca de ella que llevaba todas sus pertenencias en bolsas de compras y parecía que había andado vagabundeando en las calles por algún tiempo. La mujer rica se sintió incomoda e inmediatamente trató de simular como que estaba orando, para así evitar a la extraña vagabunda que estaba a su lado. Después de varios minutos llegó la parte de la misa donde las personas intercambian el gesto de la paz. La mujer rica se dio cuenta que otra persona que estaba al otro lado de la vagabunda evitó saludarla y se viró rápidamente para darle la paz a otras personas. La mujer rica pensó hacer lo mismo, pero se dio cuenta que ya era muy tarde, pues las otras personas a su alrededor habían aprovechado para cambiarse de bancas. La mujer rica, decidió entonces cerrar sus ojos y extender sus brazos para imaginarse que Dios le estaba abrazando. De repente sintió que alguien le abrazaba fuertemente. La extraña vagabunda, fue la única persona que le dio la paz esa mañana en la iglesia.

Momentos más tarde, la mujer rica se preguntaba a sí misma cuánto tiempo había pasado desde que la extraña vagabunda había recibido un último abrazo de parte de otro ser humano. Mientras pensaba en lo difícil que debe haber sido, lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Ella se dio cuenta que ese encuentro tenía que ver más con ella que con la vagabunda extraña. Entendió en ese momento que a través de una extraña vagabunda, Dios la estaba abrazando a pesar de todo el tiempo que había pasado en su vida alejada de Dios. Ella sintió el perdón de Dios a pesar de su prejuicio hacia la extraña vagabunda.

La mujer rica se refiere a esta historia como un encuentro con Cristo en el cual ella tenía miedo. Un momento donde el mandato a amarse unos a los otros se llevó a cabo a través del poder transformador del toque humano y la habilidad de crear un lugar en el corazón donde el amor de Dios pudiera alcanzar a alguien en necesidad de amor, de sanidad, de contacto humano y seguramente en necesidad de perdón.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un nuevo mandamiento: “Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes” (Lucas 15:12) “Amarnos unos a otros” es una cuestión de decisión para nosotros. Nuestro primer paso para vivir este mandamiento de Jesús requiere que creamos verdaderamente en nuestra capacidad humana para amarnos los unos a los otros. Y para eso tenemos que confrontar una vieja enseñanza de la iglesia que, sin ser su intención, le resta valor al potencial humano y su capacidad para amar.

La mayoría de nosotros que hemos crecido en la iglesia tenemos dificultad aceptando nuestra naturaleza humana, su esencia, como algo “bueno”. Es muy posible que la raíz de este problema se base en la creencia de que nuestra naturaleza humana es “pecadora” y que precisamente por eso Jesús, completamente humano, completamente divino y sin pecado, tuvo que morir por nuestros pecados, para que así podamos ser perdonados y poder participar de la salvación.

Una de las implicaciones de esta creencia es nuestra tendencia a pensar que en muchos casos somos incapaces de tener buenas intenciones, de hacer buenas obras. Este entendimiento de nosotros como seres humanos desvalora nuestra capacidad de amor y de aceptar nuestra naturaleza humana como “buena”.

No nos equivoquemos, nosotros los seres humanos somos capaces de hacer bien y también de hacer mal. La raíz de todos los problemas en el mundo es debido a nuestra inhabilidad de dar y recibir amor. Pero para dar y recibir amor es importante que nosotros estemos convencidos que esa es la intención con la que Dios nos creó. Por eso tenemos que reconsiderar esa creencia de que nuestra naturaleza humana es pecadora.

El libro de Génesis nos dice que cuando Dios creó a los seres humanos, Dios nos creó a su imagen y semejanza. Ustedes han escuchado también que Dios es amor. Por tanto, mientras más amamos, más humanos somos y más nos acercamos a la imagen y semejanza de Dios.

Nuestra naturaleza humana, mis amigos no es pecadora, nuestra naturaleza humana, nos dice el libro de Génesis, está hecha a imagen y semejanza de Dios. Nosotros somos pecadores por nuestra desobediencia, no debido a nuestra naturaleza.

Nuestra naturaleza es BUENA. Y la implicación que esta creencia tiene en nuestras vidas es que podemos aceptar y alimentar esa “Buena Naturaleza”. El Génesis dice: “Dios vio todo lo que había creado y era muy bueno” (Génesis 1:31).

Pero para aceptar el amor, ustedes tienen que saber que es una cuestión de opciones.

Hay una historia de una abuela que le explicaba a su nieto sobre dos corazones que latían dentro de ella y que luchaban entre sí para dominarse el uno al otro. Uno era frío y egoísta y estaba lleno de violencia y odio, decía la abuela. El otro era cálido y desinteresado y estaba lleno de amor y esperanza. El nieto le pregunto cuál de los dos corazones ganaría la batalla. Y la abuela le responde: “El que yo alimente, mi querido nieto, el que yo alimente”.

Nosotros sabemos que tenemos la capacidad de hacer daño al igual que hacer el bien. Todo es una cuestión de opción. Jesús nos llama a que alimentemos nuestros corazones con amor, compasión y perdón. Y cuando hacemos eso, de seguro hemos creado un lugar para que Dios habite en nuestros corazones y en el mundo. Corazones que se extienden más allá del infinito debido a nuestra capacidad de amar más y más. Jesús dice: “Así es como todos sabrán que ustedes son mis discípulos, amándose verdaderamente los unos a otros” (Juan 13:35)

¿Hermanos y hermanas, que corazón van a alimentar? ¿El corazón del odio, del miedo, de la violencia, los resentimientos y la opresión, o van a alimentar el corazón del amor, de la paz, la compasión, y el perdón? Ustedes deciden. Presten atención, porque de la forma que usted vive y las cosas que hace, y las personas que abraza pueden ser la única Biblia que otra persona pueda leer en su vida.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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