Sermones que Iluminan

Pascua 6 (B) – 2018

May 07, 2018


Las palabras de Jesús que acabamos de escuchar del evangelio según San Juan están dentro de las últimas que dirige a sus discípulos antes de ser arrestado para luego ser llevado a su muerte en la cruz. Después de compartir la cena y lavarles los pies a sus discípulos, Jesús hace referencia a lo que les deja como herencia a sus seguidores: el amor incondicional y el servicio ofrecido con amor y humildad sin mirar a quién.

Compartir la cena y lavar los pies de sus discípulos es lo que llamamos eucaristía y diaconía, dos aspectos centrales de la misión cristiana y la razón principal de toda comunidad de fe en el mundo. Al concluir su ministerio terrenal, Jesús les deja a sus discípulos el legado del sagrado sacramento eucarístico atado al servicio hacia la humanidad. Ese legado nos compromete a dar testimonio sobre la encarnación de Jesús en el pan y el vino y sobre la encarnación de Jesús al servir al prójimo.

El sacramento eucarístico y el mandamiento a servir están unidos porque forman parte de una misma base: la comunidad de fe, el cuerpo de Cristo. Es en el cuerpo de Cristo, la Iglesia, donde se trasciende de lo celebrativo para salir al mundo a seguir el ejemplo de Jesús.

El amor que uno ha de tener en el servicio ha sido definido por Jesús a lo largo de su vida y que conocemos a través de los evangelios.  Nuestro Señor nos presenta a un Dios padre y madre, que nos protege, que nos cuida, que nos levanta cuando estamos caídos y que nos recibe con brazos abiertos cuando nos apartamos y volvemos a él. Jesús invita a muchas personas a ser portavoces suyos, no como capataz o jefe, sino como participante entre líderes que comparten la fe y el amor de Jesús. Es como lo escuchamos en el evangelio: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho”.

El amor de Jesús es práctico e inclusivo, nos lo ofrece a todos y a todas por igual. A partir de recibir ese amor, con el compromiso de seguirlo, Jesús nos manda a irradiar nuestro amor y compartir de lo que Dios nos ha dado. Jesús dio su vida, pero una condición de seguirlo a Él no implica dar la nuestra, pero sí nos compromete a servir al mundo en todo momento de nuestras vidas. El amor de Cristo es práctico, porque trasciende las palabras, los discursos y los panfletos.  Este Jesús práctico, y nosotros sus discípulos y discípulas, hemos de romper con convencionalismos o estructuras porque el amor de Cristo crea relación de hermandad, compromiso mutuo, una comunidad viva que busca servir y dar testimonio en su comunidad.

El cuerpo de Cristo, la Iglesia, ha de asumir ese compromiso de Cristo y establecerlo como una señal de identidad, una marca que llevamos en nuestras almas, ojos, manos y pies. Es la invitación que nos hace nuestro Obispo Primado, el Reverendísimo Michael Curry, al decir que somo el Movimiento de Jesús. Como lo hizo nuestro salvador Jesucristo, nuestro Primado invita a los feligreses episcopales a que restablezcamos una nueva alianza, la identificación de ser los discípulos y discípulas de amor y servicio en nombre de Cristo y ofrecido a nuestros hermanos y hermanas. Nuestro compromiso bautismal, las marcas de la misión, caminar en el movimiento de Jesús, se hacen tangibles y son la base de nuestra razón de ser como iglesia cada vez que seguimos a Jesús unidos de las manos y de las personas en nuestras comunidades. ¡Comprometámonos entonces a crear espacios de vida, de fraternidad, de celebración, de canto, de juego, de relación, de creatividad! Es nuestra razón de ser como comunidad de fe.

Este discipulado de amor al servir nos puede traer muchos inconvenientes en la comunidad en que estamos y en nuestras vidas. Muchas veces cuando asumimos un compromiso como de fe en la iglesia, se nos presentan críticas y desafíos que nos pueden desalentar. En nuestras propias iglesias cada persona asume el compromiso de fe de maneras diferentes y a diferentes niveles e intereses.  El caminar como iglesia no siempre implica ir juntos a una misma misión, esto es parte de la condición humana. Reflexionemos en la cantidad de posibilidades que tenemos para servir al prójimo a metros de las puertas de nuestras iglesias. ¡Les invito a resistirse a esa cultura del individualismo y de compartir los dones que Dios les ha dado!

Hoy es un tiempo preciso y precioso para que la iglesia se alimente del sacramento vivo que es Jesucristo, y que de esa manera salgamos al mundo para dar testimonio a través de nuestro servicio. Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo.” Hemos escuchado que el sacramento eucarístico y el mandamiento a servir están unidos porque forman parte de una misma base: la comunidad de fe. En estas palabras del evangelio Cristo afirma, antes que nada, que su amor incondicional es el verdadero alimento para poder salir al mundo en su nombre.

Hermanos y hermanas, vayamos entonces al mundo como Jesús les dice a sus discípulos a que “vayan y den mucho fruto, y que su fruto permanezca”. Confiemos plenamente que siguiendo el mandato de Jesús de amarnos unos a otros, Dios nuestro Padre y Señor nos dará lo que pidamos en nombre de su amado Hijo Jesucristo. Acompañémonos y salgamos con alegría como nos canta el salmista, cantando al Señor “un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Cantemos al Señor “con el arpa y la voz de cántico. Con trompetas y al son de clarines” ¡Aleluya, Aleluya!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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