Pascua 6 (B) – 2024
May 05, 2024
LCR: Hechos 10:44–48, Salmo 98, 1 San Juan 5:1–6, San Juan 15:9–17
Jesús les dijo a sus discípulos: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes”.
Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar acerca del amor: amor solidario, ágape, entre hermanos y hermanas, amor incondicional. El amor que Jesús nos pide requiere creatividad, valentía, y esperanza. Creatividad para poder encontrar formas de responder con amor, incluso cuando nos parece que hemos agotado hasta la última idea acerca de cómo demostrar amor. Valentía para amar a los que nos desprecian, menoscaban e insultan, es la forma de responder como seguidores de Jesús: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mt), o como leemos en Romanos: “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber… No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence al mal con el bien.” (12:20-21). Esperanza para amarnos como Jesús nos amó, porque debemos creer con devoción que podemos empezar de nuevo cada día sin mirar cuántas veces hemos caído. ¿Acaso perdonar setenta veces siete no es una forma de esperanzar el amor para cada nuevo comienzo luego de haber tropezado?
La canción Un mandamiento nuevo nos da el Señor es cantada con frecuencia en muchas de nuestras congregaciones. Ésta nos invita a reflexionar en el sentido y sentimiento con que Jesús nos mandó a amarnos unos a otros: “Un mandamiento nuevo nos da el Señor, que nos amemos todos como nos ama Dios”. Cada estrofa explica claramente lo que Cristo nos dejó como enseñanza y legado: Jesús nos ha amado de semejante manera porque así es como Dios Padre amó al Hijo, y ese amor es precisamente el que nos identifica como cristianos. Se trata de la capacidad de amarnos los unos a los otros como hermanos. Si perdemos esa capacidad de amarnos entre hermanas y hermanos, entramos en un estado de falsedad, porque amar a Dios es amar a nuestros semejantes.
La evidencia de ese amor fraternal da testimonio de la presencia de Cristo en nuestras vidas y confirma que, al reunirnos en su amor, somos la manifestación concreta de su Iglesia. Ese amor se manifiesta cuando nos solidarizamos con los pobres, las que cargan un corazón quebrantado, los heridos, las explotadas, los prisioneros, las excluidas y los olvidados. Ese amor se manifiesta no de palabra, pero con acciones concretas: dándole de comer a los que pasan hambre, algo de beber a las que tienen sed, hospedaje a los que no tienen techo, ropa a las que no tienen que ponerse y visitando a los que están en prisión y privación de la libertad. Esa es la invitación de Cristo, nuestra luz, verdad y vida; perdonar para volver a empezar, amar incondicionalmente. Si no nos perdonamos los unos a las otras, y las otras a los unos, no podemos vivir como hijos e hijas de Dios, nuestra hermandad se resquebraja. Al compartir el pan y el vino estamos indiscutiblemente unidos en espíritu con Jesús, y esa unión, en el pan y el vino, es lo que nos da la vida verdadera. Dios jamás nos abandona, Dios camina con su creación, Jesús nos libera a través de su misión salvífica y el Espíritu Santo nos renueva la fe y nos santifica: “Un mandamiento nuevo nos da el Señor, que nos amemos todos como nos ama Dios”.
Jesús nos da este mandamiento nuevo luego de haber anticipado, en el párrafo inicial de este capítulo, con la frase: “Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada”. El pedido que nos hace de permanecer en él y con él, es también un mandamiento. Permanecer es un verbo y es tan activo como el verbo amar.
Permanecer es también una elección, un compromiso, un voto de fe, un cambio rotundo en nuestras vidas a partir del momento que decidimos seguir a Cristo: Nosotros y nosotras (las ramas) debemos permanecer íntimamente conectados a él (la vid) para que nuestra vida produzca frutos. Una rama partida, quebrada o caída, interrumpe su proceso de vida y su capacidad de dar fruto. A nosotros nos pasa lo mismo, si no permanecemos conectados y en el amor de Cristo no podemos mantener la unidad, no podemos sustentar la vida ni vivir en ese amor lleno de fe, creatividad, valentía y esperanza.
Permanecer en Cristo significa permanecer en su amor, siguiendo su mandamiento de amarnos. Este permanecer en el amor de Cristo está indudablemente relacionado con permanecer en el amor de Dios. Dios nos ama incondicionalmente, pero ¿somos nosotros y nosotras naturalmente capaces de involucrarnos en ese amor incondicional? Nuestra naturaleza humana es frágil, vulnerable, reactiva. Pero Dios nos ha dado tres instrumentos muy poderosos para permanecer activamente en el amor de Cristo: 1) La lectura diaria de las Santas Escrituras y la reflexión de como nuestro amor cristiano se puede manifestar en todo lugar y circunstancia; 2) la oración que nos mantiene espiritualmente conectados con Dios y con el Espíritu Santo; y 3) el compromiso comunitario, sirviendo donde nadie sirve, atreviéndonos a ir a los lugares donde muy pocos van, recordando siempre, que Jesús nos dice: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25:40).
Al permanecer en el amor de Cristo nos comprometemos a seguir ese mandamiento nuevo que nos ha dado el Señor, porque en la acción de amar y servir, nos amamos los unos a las otras, y las otras a los unos como nos ama Dios.
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