Sermones que Iluminan

Pascua 6 (B) – 9 de mayo de 2021

May 09, 2021

LCR: Hechos 10:44–48; Salmo 98; 1 San Juan 5:1–6; San Juan 15:9–17

Las lecturas de hoy giran en torno al amor, tema muy importante en la vida de toda persona y, como vamos a reflexionar, impronta que caracteriza al cristiano. Sin embargo, antes debemos aclarar un problema que suele surgir en la comprensión del amor, incluso del amor al prójimo. Infortunadamente, se emplea la palabra “amor” para tantos sentimientos, que ha terminado por tener muchas aplicaciones e incluso volverse etérea, superficial.

Alguien puede decir “amo esos zapatos”, “amo este vehículo”, “amo aquel pastel”; pero ¿eso es amar? O, al tratarse de personas, para muchos se limita a las relaciones de pareja, como si amar a alguien se redujera a una vinculación afectiva o fisicoquímica. De ahí que, para volver a hallar el significado de “amar”, es preciso redescubrir la entrega de Jesús. Sólo así se puede entender que Dios es amor.

“Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí”, dice Jesús en el evangelio de Juan; luego, explica en qué consiste ese amar: “Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. El Señor está explicando cómo funciona y se evidencia su amor hacia el Padre y viceversa, y su amor hacia sus discípulos y viceversa. Se trata de “permanecer” en el amor de Cristo y del Padre. Y el amor que nace en Dios y a Dios vuelve, es totalmente creativo, reconstructivo, renovador, que hace del que lo practica, un ser nuevo. El amor, que viene de Dios, es misericordioso, salva y perdona. Hasta aquí, Jesús nos explica su amor por el Padre y el amor que éste le tiene a él, también su amor hacia sus discípulos y de sus discípulos a él. Se entiende que si nosotros obedecemos los mandamientos de Jesús permanecemos en su amor.

Pero ¡atención! ¿Qué hay del amor a los demás? Jesús lo explica en forma de nueva ley: “Mi mandamiento es este: que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes”. Y ese “como”, es tal, que se vincula con su propia muerte en cruz: “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos”. Por un lado, se trata de un mandamiento porque no es algo ya supuesto, implica decisión, respuesta; es decir, el amor es donación, entrega, desprendimiento y sacrificio. De ahí que el amor verdadero, a la manera de Cristo, no se reduce a meros sentimientos de apego, autocomplacencia, satisfacción personal que, al final, son explicitación del egoísmo y la superficialidad. De otro lado, el amor de Cristo por la humanidad está unido indisolublemente al signo de la cruz; no podemos simplemente privarla del mensaje del amor de Jesús, pues son inseparables: el amor de Dios por nosotros consiste en que el Padre nos dio a su Hijo unigénito quien murió por muerte de cruz.

¿Y cómo hablar del amor “a Dios” en contextos de pandemia, guerra, movilización forzada, racismo, xenofobia, homofobia, machismo y ecocidio? Por esto es por lo que debemos comprender que estos dos amores, a Dios y al prójimo, no están desvinculados sin más, como si en la práctica pudieran estar separados. Estos amores son recíprocos, complementarios, el uno no puede existir sin el otro: “Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve”, dirá Juan en su Primera carta. En efecto, nuestra labor evangelizadora consiste en anunciar el amor de Dios a través del bien que hacemos a los demás. Amar hoy, como Cristo nos ha amado, consiste en entregarse, donarse sin esperar retribución alguna, compartir, sacrificarse por los demás, darse en servicio, cuidar el planeta pues la crisis del medio ambiente es un atentado contra los más pobres. Así las cosas, si no se puede amar a Dios sin amar primero al hermano, preguntémonos: ¿podemos decir que amamos a Dios?

Demos comienzo a un nuevo mundo, a una nueva sociedad, a una nueva comunidad cristiana sembrando la semilla del amor en cada corazón, comenzando por el de nuestros hijos y familiares. La Primera carta de Juan hace referencia a este tema: “… el que ama a un padre, ama también a los hijos de ese padre. Cuando amamos a Dios y hacemos lo que él manda, sabemos también que amamos a los hijos de Dios”. La evangelización se realiza en el amor a Dios y a sus hijos, a quienes debemos mostrar el amor divino mediante nuestro testimonio vivo. Así, poco a poco, iremos irradiando y asperjando el amor de Dios por nosotros, al estar unidos a su Hijo, quien fue puro amor para con los demás.

Llevemos pues el mensaje del Reino en estos tiempos de necesidad e incertidumbre, mediante nuestro testimonio de vida, para que los demás entiendan en la solidaridad, el compartir, en la mano extendida, en qué consiste el amor de Dios. Permitamos que todos vean, en el amor que nos profesamos entre los hermanos, el amor del Padre hacia la humanidad y el amor que profesamos a Dios.

Que nuestras acciones en adelante sean de verdadero amor, es decir, de entrega, de donación de la vida por el otro como lo hizo Cristo. Sólo amando de verdad, lograremos vivir lo que el Señor nos dice hoy en el evangelio de Juan: “Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa”. Pues sólo en el amor de Dios y a los demás, hay plenitud, alegría, realización y verdadera liberación.

Amén. ¡Aleluya!

Escrito por el Rvdo. Hernán Afanador y equipo de editorial de Sermones Que Iluminan.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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