Sermones que Iluminan

Propio 18 (C) – 2025

September 07, 2025

LCR: Deuteronomio 30:15-20; Salmo: 1; Filemón 1-21; Lucas 14:25-33.

Las lecturas que hemos escuchado para este decimotercer domingo después de Pentecostés vienen muy a propósito de nuestra realidad de vida tanto política como social, tanto a nuestro alrededor como a nivel mundial. Lo que vemos y oímos nos hace sentir gran incertidumbre, mucho temor y constante ansiedad al ver el horror de la violencia, el desalojo y el hambre causados por poderes autocráticos que desmantelan las estructuras democráticas que han protegido nuestros derechos humanos, no importa quiénes seamos y dónde vivamos.

En estos momentos nuestro espíritu busca con desespero un rayo de esperanza que nos muestre el mejor camino a seguir, cómo poder confrontar tanta inequidad, injusticia y dolor infligido a poblaciones enteras sin que simplemente dejemos que el mal y la muerte nos devore o nos destierre al abandono, al sufrimiento y a la infelicidad. Como hemos escuchado muchas veces, necesitamos más que orar y orar sin cesar. La invitación es que junto con el poder de la oración podamos movernos a la acción.

En la lectura del Antiguo Testamento Moisés nos sirve de guía hacia la acción con palabras bien simples de entender: “Miren, hoy les doy a elegir entre la vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal, por el otro”. Moisés le ordenaba a su pueblo elegir la vida y el bien al amar a Dios, siguiendo sus caminos y cumpliendo sus mandamientos. De esa manera recibirían la abundancia y la prosperidad dondequiera que vivieran.

Para nosotros y nosotras, en estos momentos, las palabras de Moisés nos invitan a amar a Dios como le ordenó a su pueblo y también a permanecer centrados y nuestra fe aferrada más y más a ese amor a Dios que nunca nos abandona, confiar en Dios nuestro Padre porque Él es fiel acompañante en nuestro dolor, en nuestras pérdidas, en la maldad del poder mal llevado. Que nunca dudemos de su santa y misericordiosa presencia en nuestras almas porque así podremos vencer todo obstáculo que debamos confrontar y no caer en el camino de la muerte y el mal.

Ese camino de muerte que observamos con nuestros propios ojos nos mantiene aterrados. Cada día que pasa vemos cómo el mal acecha todo lo que creíamos sólido y permanente. Con Dios delante podremos armarnos de fortaleza, y con valentía y coraje confrontar todo mal. La carta de Pablo a Filemón nos alienta a pensar que en esta lucha no estamos solos. Hay otros seres a quienes podemos amar y llamar hermanos y hermanas y que caminarán a nuestro lado como hermanos en Cristo. Pensemos en las veces en que, hablando de nuestra realidad, muchas almas se han unido o han sido ofrecidas como Filemón ofreció a su, antes esclavo y ahora hermano en el espíritu, muy amado Onésimo para, al compartir nuestra fe, sentirnos unidos y seguir a Cristo como lo hicieron los discípulos.

El evangelista San Lucas nos insta más aún, a considerar las palabras de Jesús dirigidas a tantos seres que seguían sus pasos y sus palabras a donde fuera que se encontrara: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Si la respuesta a lo que nos pide Jesús, mientras seguimos de cerca sus pasos, es amarlo por encima de todo amor que sintamos y siempre llevar nuestras propias cruces a cuestas en un gran “¡Sí, lo hacemos y lo haremos siempre con la ayuda de Dios Padre y Señor!”, entonces sintámonos discípulos suyos, porque lo somos. Sintamos el gozo de poder serlo con las cualidades que encontramos en nuestro ser y que podemos compartir con nuestros hermanos y hermanas para unidos y unidas poder vencer el poder del mal y de la muerte.

Salgamos al mundo afirmando que somos discípulos de Jesús porque nuestra fe y nuestro compromiso para con Él es firme, leal y primordial en nuestras vidas al igual que sus dos mandamientos esenciales: amar a Dios y amar al prójimo, alimentándonos de las enseñanzas de la Palabra de Dios en las Santas Escrituras. Que nuestras luchas vayan siempre acompañadas de la oración sentida en el silencio de nuestras almas donde le damos gracias a Dios por todo lo que nos prodiga a cada paso, por su presencia tierna y amorosa en nuestras vidas y que elevemos la petición constante de que nos siga fortaleciendo en lo que su Espíritu de amor nos inspire. También la oración en silencio nos permite entrar en su presencia y escuchar lo que necesitemos para seguir adelante; escuchar sus palabras de consuelo, de aliento y de saber que Él va de la mano con nosotros y nos muestra el camino a seguir. En Él podemos anclar nuestra esperanza.

Finalmente, no vayamos solos en este caminar. La invitación a otras personas que siguen a Cristo es a que emprendamos un caminar juntos que nos lleve a ese gozo en el alma de ser y sentirnos discípulos fieles, comprometidos y llenos de la gracia del amor divino a Dios Padre y Señor y a su amado hijo Jesucristo. Es así como vamos a poder luchar por lo que se necesite confrontar en estos momentos de tanta adversidad.

Las palabras del salmo que acabamos de escuchar nos pueden servir de recordatorio en nuestro caminar con Cristo como sus amados discípulos: “Bienaventurado el que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como el árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará”.

Querida comunidad. Que con agradecimiento al poder divino siendo y sirviendo en unidad como discípulos y discípulas de Cristo, sintamos por siempre en nuestras vidas la alegría de la luz de la esperanza, la bienaventuranza y la prosperidad. Amén y amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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