Sermones que Iluminan

Pentecostés 17 (C) – 2 de octubre de 2022

October 02, 2022

LCR: Habacuc, 1:1-4, 2:1-4; Salmo 37:1-10; 2 Timoteo 1:1-14; Lucas 17:5-10

“¡Danos más fe!”, “¡Danos más fe!” le piden los discípulos a Jesús. Pero ¿qué es “fe”? ¿De qué estamos hablando? En griego, la palabra fe significa confianza. Por eso podemos decir que tener fe es confiar en alguien. Por ejemplo, cuando una madre le dice a su hijo, “mijo, yo tengo fe en ti”, le está expresando su confianza en quien él es, sus capacidades y lo que puede lograr en la vida. Nuestra fe como cristianos no es simplemente estar de acuerdo con alguna teología. Aun en el credo, por ejemplo, no decimos que creemos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que creemos en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es decir, confiamos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Esta fe o confianza es poderosa. Nos motiva, nos hace levantarnos y abrazar el nuevo día lleno de posibilidades, confiando en que podemos vivirlo plenamente. La vida sin confianza en nadie es una tortura, es un sentirse solo y en peligro continuamente, es, literalmente, vivir sin esperanza, desesperados. Y aunque sea pequeñita, como una semilla, esta fe o confianza es tan poderosa que hasta puede mover montañas.

Nuestra fe en Dios no está basada sólo en ideas, sino en el testimonio de toda la creación que nos dice, si prestamos atención, a veces a gritos y a veces susurrando: “¡pst! ¡Dios me hizo y me sostiene! Dios crea y sostiene el universo –a cada uno de nosotros y a todo lo que nos rodea y mucho más– gratuitamente y por amor. ¿Cómo no vamos a confiar? ¿Cómo vamos a demandar esto o aquello, como si Dios nos debiera mejor vida, más dinero, etc.? Dios no es nuestro empleado, ni una mascota que dirigimos para que nos sirva. No. Dios es el fundamento, la causa y el sostén de cada uno de nosotros y de nuestras vidas. Merece nuestra confianza.

Aun así, es natural dudar de Dios. Al fin y al cabo, a veces no vemos su mano en el mundo. Hay días en que le decimos, como el salmista, ¡“Ay Dios!, ¿hasta cuándo gritaremos pidiéndote ayuda sin que nos escuches? ¿Hasta cuándo clamaremos por la violencia que sufrimos sin que vengas a liberarnos? ¿Por qué permites tanta angustia y maldad en nuestras vidas? Se ignora la ley, se pisotea el derecho, el malo persigue al bueno, se tuerce la justicia y el pobre sigue pobre y más pobre cada día”. Y Dios contesta, “Aún no ha llegado el momento de que se cumpla mi visión; pero no dejará de cumplirse. Tú espera y confía, aunque se demore, pues llegará en el momento preciso. Los malos están orgullosos, pero los justos vivirán por su confianza en Dios. No te enojes ni sientas envidia por gente mala, porque se marchitan pronto, como la hierba”.

Y como dice el profeta Habacuc en la primera lectura de hoy, “confía en Dios; haz el bien, vive, y mantente en fe. Ama a Dios con ternura y cumplirá tus deseos más profundos. Pon tu vida en las manos de Dios; confía en Dios, quien vendrá a tu ayuda, y hará brillar tu justicia como brilla el sol de mediodía. Espera con paciencia a que Dios te ayude. No te irrites por quienes triunfan en la vida, ni por quienes planean el mal. Deja el enojo, abandona el furor; no te enojes, porque eso sólo empeora las cosas. La gente mala será expulsada de la tierra. Dentro de poco, por más que los busques, no existirán; no volverás a verlos. Pero quienes confían en Dios tomarán posesión de la tierra.”

En la segunda lectura, Pablo le escribe a Timoteo a quien convirtió a seguir a Cristo. Alaba la fe sincera de Timoteo y su familia, y le dice que avive el fuego de lo que Dios le concedió. ¿Qué fuego? Es el fuego interior del Espíritu Santo que recibió en su bautismo. Ese Espíritu que todos y todas hemos recibido, que no es un espíritu de miedo sino de poder, amor y sabiduría. Un espíritu que, desde lo más profundo de nuestro ser, llama a Dios, como una criatura que somos, diciendo: ¡“Papá Dios!” o ¡Mamá Dios! No nos avergonzamos de ese espíritu, más bien en nuestras vidas damos testimonio de Cristo y su mensaje.

Y aceptamos el costo de lo que nos viene cuando proclamamos el mensaje del Evangelio, es decir, la buena noticia de Dios proclamada por Jesús: “El Reino de Dios está cerquita. Cambien de corazón y confíen en la buena noticia”; la buena noticia del reino que viene a nosotros, como pedimos en el Padre Nuestro cuando decimos: “Venga a nosotros tu reino”. “Venga”, no “llévanos”. No en el más allá, ni en las nubes, sino aquí, en este mundo desgarrado y lleno de injusticia; venga tu reino en el que diremos la verdad, recibiremos justicia, viviremos en paz y nos amaremos unos a otros. Aquí. Entre nosotros.

Dios nos rescató y nos llamó, y nos hizo un pueblo santo, nación sacerdotal, porque así quiso, con la bondad y amor que tiene por nosotros desde siempre, un amor revelado en Cristo Jesús, nuestro Libertador, quien, al vivir la buena noticia del reino, nos enseñó cómo vivir ya, aquí, en ese nuevo mundo que esperamos.

Al igual que a Pablo, Dios nos ha encargado y enviado también a nosotros y nosotras para anunciar el mensaje del Evangelio, que es: “El Reino de Dios está cerquita. Cambien de corazón y confíen en la buena noticia”. Y lo anunciamos, no tanto con muchas palabras y discursos, sino en la manera en que vivimos nuestras vidas: con confianza en Dios, esperanza en el reino prometido y diciendo la verdad, luchando por la justicia, para que así pueda haber paz y amor. Aquí. Ya. Y aunque suframos a causa de anunciar esto en nuestras vidas, no nos avergonzamos, porque sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza: en Dios y sólo en Dios y su mensaje del reino.

Así que sigamos la enseñanza que hemos recibido y vivamos en la fe, es decir, en la confianza en Dios y su amor, revelados por Cristo y en el Espíritu Santo que vive en nosotros, según vivimos día a día la vida del Reino.

Que Dios derrame su gracia, su misericordia y su paz sobre todos nosotros. Amén.

El Rev. Dr. Juan M.C. Oliver es el anterior Guardián del Libro de Oración Común y profesor de liturgia. Su libro, La liturgia: casa de los sentidos, ha sido publicado por Church Publishing. Reside en Santa Fe, Nuevo México.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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