Sermones que Iluminan

Propio 22 (C) – 2025

October 05, 2025

LCR: Habacuc 1:1–4; 2:1–4; Salmo 37:1–9 [= 37:1–10 LOC]; 2 Timoteo 1:1–14; San Lucas 17:5–10.

La dinámica de la fe, el compromiso del deber y la profundidad de la gracia en Cristo

Hoy nos encontramos con un pasaje del evangelio de Lucas que nos invita a reflexionar profundamente sobre la fe, el deber y la gracia de Dios. Los apóstoles le piden al Señor: “Auméntanos la fe”. La respuesta de Jesús a esta petición, y la parábola que le sigue, nos ofrecen una perspectiva vital para nuestra vida cristiana, especialmente desde nuestra comprensión episcopal de la fe.

La fe como grano de mostaza.

Jesús responde a la petición de los apóstoles con una afirmación poderosa: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, le dirían a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar’, y les obedecería”.

Esta imagen del grano de mostaza es recurrente en las enseñanzas de Jesús. No se trata de la cantidad de fe, sino de la cualidad de esa fe. Una fe, aunque pequeña, genuina, confiada y dirigida hacia Dios, tiene un poder transformador inmenso. No es una fe que busca milagros para confirmarse a sí misma, sino una fe que confía en el poder de Dios independientemente de las circunstancias.

Desde la teología episcopal comprendemos que la fe es un don de Dios, una gracia que se nos concede. No la generamos por nuestra propia voluntad, sino que la recibimos. Y al recibirla estamos llamados a cultivarla, a nutrirla a través de la oración, la lectura de las Escrituras, la participación en los sacramentos y el servicio a nuestro prójimo. Es en la comunión con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, donde nuestra fe se fortalece y se hace visible.

El deber del siervo.

Luego Jesús nos presenta una parábola que, a primera vista, puede parecer dura: la del siervo que, después de un día de arduo trabajo, no espera agradecimiento, sino que continúa sirviendo. “Cuando hayan hecho todo lo que se les mandó, digan: ‘Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.”.

Esta parábola nos recuerda que nuestro servicio a Dios no es una transacción para ganar su favor o gratitud, sino una respuesta natural y necesaria a su amor y gracia. Como cristianos somos llamados a vivir vidas de servicio desinteresado. No servimos para acumular méritos, sino porque es inherente a nuestra vocación de discipulado.

En la tradición episcopal el servicio es una piedra angular de nuestra vida de fe. Desde el ministerio ordenado hasta el laicado comprometido todos somos llamados a servir a Dios y al prójimo. Este servicio se manifiesta en la liturgia, en la misión evangelizadora, en la defensa de la justicia social y en la atención a los necesitados. Reconocemos que, aunque nos esforcemos, nuestra labor siempre será una respuesta humilde a la inmensurable gracia de Dios. No somos dueños de nuestra fe o de nuestro servicio; somos administradores de los dones que Él nos ha dado.

La Gracia por encima del mérito.

La conclusión de la parábola es crucial: “somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. Esta frase no debe desanimarnos, sino liberarnos. Nos libera de la trampa de la autosuficiencia y de la idea de que podemos ganarnos la salvación o el favor de Dios por nuestras obras.

Aquí resplandece la verdad fundamental de la gracia divina. Nuestra salvación no depende de la perfección de nuestra fe o de la magnitud de nuestras obras, sino del amor incondicional y la misericordia de Dios manifestados en Jesucristo. Hacemos lo que hacemos no para ganar la gracia, sino porque ya hemos sido receptores de esa gracia.

Desde la perspectiva episcopal, la gracia sacramental es central en nuestra experiencia de fe. La Eucaristía, el Bautismo y los demás signos sacramentales no son premios por nuestra obediencia, sino canales a través de los cuales la gracia de Dios fluye libremente hacia nosotros, fortaleciéndonos y capacitándonos para vivir vidas que honran a Dios.

Así pues, este pasaje de Lucas nos enseña que la fe es un don poderoso de Dios que nos capacita para lo que parece imposible. Nos enseña que el servicio es nuestro deber como discípulos, una respuesta humilde al amor de Dios. Y, sobre todo, nos recuerda que todo lo que somos y todo lo que hacemos es, en última instancia, una manifestación de la gracia inmerecida de Dios.

No necesitamos una fe gigantesca, sino una fe auténtica, como un grano de mostaza. No servimos para acumular méritos, sino porque es nuestro deber y nuestra alegría como hijos e hijas de Dios. Y, al hacerlo, nos mantenemos humildes, reconociendo que todo es por la gracia de nuestro Padre celestial.

Que el Señor cualifique nuestra fe, nos inspire a cumplir con nuestro deber en su servicio y nos mantenga siempre conscientes de su inmensurable gracia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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