Pentecostés 18 (C) – 12 de octubre de 2025
October 12, 2025
LCR: 2 Reyes 5:1–3, 7–15c; Salmo 111; 2 Timoteo 2:8–15; Lucas 17:11–19

Un joven monje, deseoso de crecer en sabiduría, recibió una tarea de su superior: “Pon atención a lo que te rodea. Observa, nota y mira con atención. De esta manera descubrirás dónde Dios ya está presente”. Tomando esto en serio, el monje fue al lago cercano al monasterio para su caminata semanal, se sentó en silencio en su lugar favorito junto al agua dejando que el mundo se desplegara ante él; observó los colores y las formas de las hojas que se mecían en los árboles, escuchó el susurro del viento; notó un pequeño grillo saltando en la hierba a su lado y las ondas que se extendían en el agua al lanzar unas piedritas al lago. En ese silencio algo se le reveló, una nueva maravilla. Se dio cuenta de que, simplemente al observar, notar y ver de verdad, su corazón se abría; estaba siendo sorprendido por la presencia de Dios, aprendiendo a reconocer los dones de gracia que llenan cada momento ordinario del día.
En el evangelio que escuchamos hoy podemos apreciar que los actos de notar y de ver juegan un papel muy importante en la narración. Jesús entró en una aldea desconocida, vio y notó a los leprosos que clamaban por misericordia. En cierto sentido reconoció su necesidad de ser sanados y restaurados de su “marginación” para que pudieran reintegrarse y formar parte de su comunidad. Uno de los comentarios bíblicos señala que el hecho de que Jesús “vio a los diez leprosos” sería un detalle superfluo si este relato no llevara un significado más profundo. Sólo unos capítulos antes, en la parábola del Buen Samaritano, tanto el sacerdote, como el levita y el samaritano “ven” al hombre en el camino, pero sólo éste último se detiene a ayudarlo.
Un tema importante en esta historia enfatiza el “ver y notar”. Uno de los leprosos -el samaritano- cuando “vio” que había sido sanado, regresó, alabó a Dios, se postró a los pies de Jesús y le dio gracias. Cuando este samaritano vio que había sido sanado, reconoció que se trataba de un milagro de Dios; su respuesta inmediata fue la alabanza y la adoración. En lugar de olvidar de inmediato el sufrimiento que había vivido y enfocarse sólo en su propia buena fortuna -como los otros nueve- él volvió a Jesús con gratitud y acción de gracias.
¿Qué es la gratitud? Según Ignacio de Loyola, es reconocer los dones amorosos de Dios y su presencia a través de ellos. Esto, de acuerdo con la espiritualidad ignaciana, está en el corazón mismo de nuestra relación con Dios. Ésa es la razón por la cual el samaritano regresó a la fuente de su bendición. Por eso es tan importante ver y notar. ¿Dónde podemos reconocer el amor incondicional de Dios en nuestra vida? ¿Identificamos los dones amorosos de Dios y su presencia a través de ellos? La Oración del Examen, inspirada en Ignacio de Loyola, como la describe en su Diario Espiritual, es una técnica de reflexión en oración sobre los eventos del día para detectar la presencia de Dios y discernir su dirección para nosotros.
Lo interesante de este examen es que después de hacernos conscientes, al comenzar el ejercicio, del amor con el que Dios nos mira, el primer paso es la gratitud. Éste, según Ignacio, es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. De nuevo, la gratitud es reconocer los dones amorosos de Dios y su presencia amorosa a través de esos dones. De esta manera la oración del examen comienza repasando los dones amorosos que Dios nos dio durante el día.
Durante esta práctica espiritual podemos preguntarnos: ¿De qué estoy agradecido? Y al repasar nuestro día empezamos a ver y notar todas las bendiciones que ya tenemos. Si tuviéramos que responder la pregunta quizá diríamos que estamos agradecidos por tener la oportunidad de estar vivos, por la familia, por su apoyo y amor, por los amigos, por el hogar, por la salud, por respirar, sonreír, llorar, por disfrutar de las cosas sencillas, por tener una comunidad de fe, por las personas que se preocupan por nosotros… Las posibilidades son infinitas. Luego nos daremos cuenta de que todo por lo que damos gracias se convierte en bendición. En el acto de ser y estar agradecidos todo se transforma en bendición.
Al ser agradecidos empezamos a ver el mundo con otros ojos. Empezamos a reconocer los dones de Dios, a verle en todas las cosas, a ver su grande amor por todos, a ver y a notar que Dios da en abundancia. A veces estamos tan enfocados en las preocupaciones de la vida diaria que nos cegamos y no vemos ni notamos todas las bendiciones que en realidad tenemos. Cuando no reconocemos los dones amorosos de Dios y nos enfocamos en lo que no tenemos o en lo que no hemos logrado, nuestra mentalidad de escasez empieza a dominarnos cada vez más. Esa mentalidad comienza entonces a detener el flujo de las bendiciones.
Un hombre sabio dijo una vez: “Sé agradecido por los tiempos difíciles, porque durante esos tiempos creces. Sé agradecido por tus limitaciones, porque te dan oportunidades de mejorar. Sé agradecido por tus errores, porque te enseñan lecciones valiosas”; y al final subrayó “Encuentra la manera de estar agradecido incluso por tus problemas y ellos se pueden convertir en tus bendiciones”. En esas bendiciones, Dios siempre está presente.
Ésta es la buena noticia que proclama este Evangelio: Dios da en abundancia. El deseo de Dios de dar es tan grande que sobrepasa nuestra capacidad humana de recibir. El samaritano fue un vivo ejemplo de la gracia amorosa y de la presencia de Dios porque pudo reconocer cómo él lo había bendecido.
La invitación hoy es a ver, a notar, a poner atención a cómo Dios ha estado activo en nuestras vidas; a reconocer los dones que Dios sigue derramando en cada vida, cada día;
a caminar en la presencia de Dios y notar sus alegrías y bendiciones. Concentrémonos en los dones habituales y cotidianos, miremos el trabajo que hacemos, las personas con las que convivimos, pongamos atención a las cosas pequeñas (las hojas en los árboles, el susurro del viento y las ondas en el lago); detengámonos, veamos y notemos, y descubriremos que la presencia amorosa de Dios siempre está ahí. Amén.
El Rvdo. Alfredo Feregrino, es nativo de la Ciudad de México y obtuvo su Maestría en Divinidad en la Escuela de Teología y Ministerio en Seattle University donde obtuvo también el primer Dr. Rod Romney “preaching award”. Fue desarrollador de misión en una congregación bilingüe y bicultural en Seattle/Renton Washington, fue Rector Asociado en All Saints Church en Pasadena California al cargo del desarrollo congregacional y ahora es Sacerdote a Cargo en St Lukes-San Lucas Episcopal Church en Vancouver Washington.
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