Sermones que Iluminan

Pentecostés 18 (C) – 9 de octubre de 2022

October 09, 2022

LCR: 2 Reyes 5:1-3, 7-15c; Salmo 111; 2 Timoteo 2:8-15; San Lucas 17: 11-19

Unidos en la adversidad y agradecidos en la prosperidad.

La respuesta a nuestras oraciones llega de donde menos esperamos y de las formas más asombrosas, pero a la vez más sencillas que pudiéramos imaginar. Dios está actuando permanentemente en nuestra historia a través de personas y situaciones que, muchas veces, escapan a nuestra comprensión. Es por ello por lo que, cuando imploramos al Señor en medio de nuestras necesidades, enfermedades o angustias, debemos estar atentos y abiertos para escuchar la respuesta que puede llegar de la manera más inesperada.

El pasaje del Segundo Libro de los Reyes nos relata la curación de Naamán, el sirio, por medio del profeta Eliseo, y el Evangelio nos narra la curación de diez leprosos por parte de Jesús, mostrándonos una serie de elementos que debemos tener en cuenta si queremos profundizar en los textos y sacar el mayor provecho para nuestras vidas.

En primer lugar, vemos cómo la respuesta llega de personas y situaciones inesperadas, una esclava, un extraño, un enemigo e incluso un carpintero como Jesús. Eliseo, al igual que uno de los leprosos de Lucas, es samaritano; Naamán, como los enfermos del evangelio, padecen lepra. Ninguno de nuestros personajes conoce a su sanador, sólo han oído hablar de ellos. Sabemos por el Evangelio que los samaritanos no aceptan a Jesús por ser judío y los judíos tampoco lo aceptan por llamarse Hijo de Dios; asimismo, los asirios son enemigos declarados de los judíos y, para la época de Eliseo, Samaria era la capital de Israel.

En medio de este confuso contexto histórico y geográfico, hay personas sufriendo y no importa si son amigos o enemigos, de una nación u otra, si practican la misma fe o una distinta. La lepra era quizá la enfermedad más terrible porque determinaba el aislamiento de la persona de su vida familiar, social, política y religiosa, reduciéndola al total abandono en medio de la miseria y el dolor. Quizá para Naamán la situación era menos dramática ya que, según el relato, seguía disfrutando de la comodidad de su hogar, de su familia y del afecto de rey de Asiria; sin embargo, estos privilegios no evitan el dolor de la enfermedad.

¿De dónde vendrá socorro para el que sufre? La enfermedad es una gran prueba para todos, ricos o pobres, pero es más grave para quienes carecen de lo mínimo para tratarlas, y peor cuando la enfermedad o la situación, o incluso la condición especial de la persona, la convierte en víctima de la discriminación y el aislamiento. Las enfermedades catastróficas y de alto costo llevan a muchos a la miseria y la destrucción de la persona por falta de recursos para acceder a tratamientos y medicinas. La enfermedad está presente inevitablemente en nuestra realidad humana, pero la forma como la enfrentamos depende en gran parte de la solidaridad que tengamos unos con otros. Quizás hay muchos “Naamanes” en nuestras comunidades de fe, que tienen los recursos para acceder a los mejores médicos y a los mejores equipos y medicinas, pero son más, los que al igual que los leprosos del Evangelio, viven su dolor en la periferia, sin esperanza y victimizados por un sistema de salud inoperante.

Pero también hay muchos marginados a causa de la injusticia social, del desempleo, de la falta de acceso a la educación. Cientos de miles de personas que sobreviven en los cinturones de miseria de nuestras ciudades ante la mirada indiferente de los que vamos por el camino, sin reconocer a esa importante porción del cuerpo de Cristo que sufre sin esperanza en medio de una sociedad enferma. En estos escenarios de injusticia, opresión, enfermedad, exclusión y discriminación, es donde el mensaje del Evangelio de Jesús tiene que irrumpir como una fuerza sanadora y liberadora de toda opresión. No debemos como Joram (rey de Israel en tiempos de Eliseo), tener miedo o desconfianza del que nos pide ayuda; es necesario abrir nuestro corazón y nuestra mano generosa, superar los desacuerdos y evitar las discusiones inútiles que lo que hacen es perjudicar a quienes las escuchan. (2 Timoteo 2:14).

Las situaciones injustas requieren de cada cristiano una actitud de misericordia y unión. Tanto en el pasaje de la curación de Naamán como en de los diez leprosos, encontramos una actitud de solidaridad universal expresada en la preocupación por el que padece la enfermedad, sin importar si es extranjero o tiene otras creencias, o incluso si es un desconocido; lo más importante es que esa persona encuentre sanidad, porque como nos dice Pablo en este domingo: “la palabra de Dios no está encadenada”. La desgracia, con todos los elementos negativos que implica, genera en las personas sentimientos y actitudes de unión en medio de la dificultad y esa unión es el motor que debemos impulsar para superar la injusticia y la marginación.

El mensaje de Jesús es universal, llama a personas de todas las latitudes, pueblos y condiciones sociales, a reconocerle como el Señor de sus vidas a fin de que encuentren libertad y dignidad. Así lo manifiesta el leproso samaritano que “regresó alabando a Dios a grandes voces y se arrodilló delante de Jesús inclinándose hasta el suelo para darle gracias”, y también Naamán reconoce al Señor al verse curado: “Ahora estoy convencido de que en toda la tierra no hay Dios, sino sólo en Israel”. Éstas son manifestaciones de unas existencias liberadas que reconocen a Dios y logran vivir a plenitud y dar testimonio, para que también otros crean y sean curados.

Las causas de un mundo enfermo son múltiples, sin embargo, desde la sencillez del Evangelio podemos aportar respuestas simples a esos grandes males en nuestro diario vivir: en nuestra generosidad para compartir lo que tenemos, en el agradecimiento, en una palabra de aliento, en un gesto de amor y comprensión; tenemos la fuerza necesaria para cambiar las cosas siendo levadura en medio de la masa.

Muchas veces los seres humanos nos complicamos la existencia, somos arrogantes y creemos que con nuestras fuerzas o con dinero podemos solucionarlo todo, asumimos esa actitud inicial de Naamán; nos resistimos a Dios y queremos arrancarle por la fuerza las soluciones a los problemas que nosotros mismo hemos creado. Quizá, como Naamán, tengamos mucho oro, plata, vestidos caros, pero nada de esto nos sirve para sanar nuestras vidas.

Dios es gratis, está disponible para los que con corazón sencillo y obediente le reconocen, no necesita nada de nosotros, no nos pide nada complicado, costoso o espectacular; se manifiesta en el viento suave, en el silencio, en el desierto, en el monte, en el agua, en la comida eucarística; no espera grandes tesoros de nosotros porque todo es suyo, únicamente que seamos fieles, escuchemos y obedezcamos su llamado al amor, tal como nos enseña el Apóstol Pablo en la Epístola de hoy: “Si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo”.

Eliseo no sale a recibir a Naamán con grandes ínfulas de sanador; sólo lo invita a realizar una cosa sencilla, bañarse en el río Jordán, despojarse, limpiarse de los prejuicios, de la arrogancia, de creerse más poderoso y mejor que los demás. Jesús sólo pide a los leprosos, sin importar si son judíos o samaritanos, que se presenten a los sacerdotes, que cumplan con la ley para que esa misma ley los libere de la marginalidad y así, en lo simple, sin ruido, sin espectáculo, la vida de estos personajes queda restaurada y dispuesta para cantar con el salmista: “Grandes son las Obras del señor”.

El Rvdo. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es Abogado de profesión y Presbítero en la Diócesis de Colombia, ha practicado la docencia en temas de Anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis. Profesó votos monásticos Benedictinos de Obediencia, Estabilidad y Conversión de vida el 16 de octubre de 2020 en la Fraternidad Anglicana de San Benito, siendo elegido como Prior.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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