Pentecostés 19 (C) – 19 de octubre de 2025
October 19, 2025
LCR: Génesis 32:22–31; Salmo 121; 2 Timoteo 3:14–4:5; San Lucas 18:1–8.

Las lecturas que escuchamos hoy nos han ofrecido ejemplos que hacen especial énfasis en la fe, considerada primordial junto con la esperanza y la caridad, tres virtudes esenciales en nuestra vida y creencia cristianas. Muchos recordaremos cuando durante la catequesis nos preguntaban ¿Qué es la fe? Y todos al unísono, sin cometer error alguno, respondíamos con la alegría de saberlo de memoria: “Fe es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”. Aunque nunca se nos enseñó el origen de la palabra ni su significado, nuestra vida familiar, en la escuela y en la comunidad, se llenó de expresiones de fe para que prendiera con fuerza esa semilla y se tornara en una profunda e inquebrantable fe en Dios para todo en la vida, sobre todo en el momento de tomar pequeñas y grandes decisiones.
Expresiones como “ten fe en Dios”, “confía plenamente en su palabra, bondad y misericordia”, “la fe mueve montañas”, “que tu fe no desmaye”, “tu fe te ha salvado” y muchísimas más, abundan no sólo en momentos decisivos, sino que surgen del deseo de las personas que nos aprecian al ofrecernos ánimo, aliento y fortaleza en nuestro caminar por este mundo.
La segunda carta de San Pablo a Timoteo, que escuchamos en este día, nos inspira curiosidad de buscar el origen de la palabra fe al invitarnos a tener firmeza en lo que aprendemos y de lo que “estamos convencidos”. La palabra fe viene del latín fides y significa lealtad, fidelidad. Al reflexionar sobre la fe como lealtad, afirmamos lo que el apóstol Pablo le escribe a Timoteo: que somos leales y creemos firmemente que las Sagradas Escrituras son inspiradas por Dios y que a través de nuestra fe en Cristo Jesús se nos ofrece la salvación y la vida eterna; que no dudamos porque estamos convencidos de que las Sagradas Escrituras nos instruyen y que en momentos apropiados podemos utilizarlas para “enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud” y, de esa manera, preparar a otras personas a hacer el bien donde quiera que vayamos.
Un ejemplo de inmensa lealtad, de enseñanza e inspiración, lo encontramos en el libro de Rut. Las palabras de esta joven nos llevan a reflexionar sobre su fe y amoroso compromiso para con su suegra Noemí, quien había enviudado al igual que Rut. En vez de dejar que su suegra se fuera a vivir sola -decisión que en aquellos tiempos era una condena a morir porque las viudas necesitaban que las cuidaran y las protegieran-, Rut le contesta: “¡No me pidas que te deje y que me separe de ti! Iré a donde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”.
La fe que es fidelidad la encontramos en los Salmos que elevan alabanzas fervientes al amor divino de Dios para con nosotros y nosotras, sus amados hijos e hijas. Así sucede con el salmo 121, que acabamos de leer. Muchas veces llenos de angustia por el inmenso dolor que sentimos debido a los días aciagos que nos trae esta vida, levantamos nuestra mirada al cielo y con fidelidad en Dios, Padre creador de todo lo que existe, le afirmamos nuestra fe; le decimos que nuestra ayuda viene de Él, que Él es el guarda de nuestras vidas y que siempre estará a nuestro lado para protegernos de todo mal; que nada nos hará daño porque su amor guardará por siempre nuestras salidas y entradas.
Sin embargo, muchas veces, a pesar de nuestras súplicas llenas de fe y esperanza en Dios, las respuestas esperadas o soluciones a los obstáculos y tropiezos que la vida nos trae a cada paso toman mucho tiempo en resolverse, no importa lo que hagamos bien. La espera nos parece una eternidad y muchas veces nuestra situación va de mal en peor. Lo podemos sentir en lo cotidiano. Estremecidos ante la división de opiniones que llevan a la violencia, al desalojo, a la falta de entender y verse en la vida del prójimo, o a no querer entrar en diálogos constructivos que sean parte del consenso, terminamos por cuestionar o apartarnos de nuestra propia fe y esperanza en Dios Padre, dejamos de creer en su bondad y misericordia, no sentimos su amorosa presencia en nosotros y nosotras. Dios, amante leal y fiel, nos parece distante o que nos ha abandonado. Un peso de dolor y de culpa se cierne sobre nosotros y nosotras y solo nos atrevemos a gritarle: ¿Dónde estás Padre amado? ¡Explícame tu ausencia! ¡Sólo tú puedes aliviar mi carga! Y, como escuchamos sobre Jacob, luchamos no sólo una noche, a veces son muchos días, a veces caemos en la depresión y nos convertimos en víctimas de cualquier hábito que calme nuestras angustias y sufrimientos.
Hermanos y hermanas, no olvidemos que Dios nos escucha en cada instante de nuestras vidas, acompaña en nuestro dolor sin apartarse ni un segundo de nuestro lado, sufre cuando sufrimos, llora cuando lloramos y nos consuela arropándonos en su divino manto de bondad y compasión. Llegará el momento en que, cuando todo pase si nos hemos mantenido aferrados a esa fe que llevamos muy arraigada en nuestro ser, saldremos victoriosos como la viuda del evangelio de hoy, que pedía justicia, y más fortalecidos, aunque tal vez cojeando como Jacob, pero con nuevas fuerzas para empezar e, igual que antes, sintiéndonos abrazados por el amor divino que siempre estuvo a nuestra diestra y nunca, como canta el salmista, dejó que el sol ni la luna nos hiciera daño.
Con Dios estaremos guarecidos de todo mal. Su promesa es que, con su amor infinito, a cada paso que demos protegerá nuestras vidas. Creámoslo así siempre, porque todo lo podemos confiando plenamente en Él, nuestro Padre amado, a quien alabamos con nuestras oraciones pidiéndole fortalecer nuestra fe, siendo leales y fieles como Él lo es para con nosotros y nosotras.
¡Cantemos! “Tu fidelidad es grande, Tu fidelidad incomparable es. Nadie como Tú, bendito Dios. Grande es tu fidelidad”. Amén.
La Rvda. Diácona Ema Rosero-Nordalm actualmente se desempeña como Oficial de Admisión del Título IV, como Miembro del Subcomité de Justicia Racial en Formación, como Compañera Espiritual de Latinos y Latinas que disciernen su llamado a las Órdenes Sagradas y como miembro del Comité Ejecutivo de la Abadía de Allston a cargo del Ministerio Vecinal de la Comunidad Episcopal San Óscar Romero.
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