Sermones que Iluminan

Pentecostés 22 (C) – 6 de noviembre de 2022

November 06, 2022

LCR: Job 19:23-27a; Salmo 17:1-9; 2 Tesalonicenses 2:1-5,13-17; San Lucas 20:27-38

“Con mis propios ojos he de verlo, yo mismo y no un extraño.”

Sin duda, las lecturas asignadas para hoy nos señalan la gran verdad y, lo que es todavía más grande, la suprema esperanza de todo cristiano: la resurrección de los muertos.

De un modo, todos estamos acostumbrados a hablar de la resurrección porque a menudo repetimos las palabras de los credos: “Creo…en la resurrección de los muertos y la vida eterna”, como indica el Credo de los Apóstoles o, como decimos en el Credo Niceno: “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Muchos hemos repetido estas palabras en innumerables ocasiones desde nuestra niñez.

De otro modo, la resurrección no parece ser un tema del que se escucha mucho en nuestras iglesias, lo cual es curioso dado que goza de gran importancia en las Escrituras y en las enseñanzas del Señor Jesucristo; pero, de nuevo, por mucho que repitamos las palabras de los credos, poco hablamos de la resurrección de los muertos. Las lecturas de hoy nos ayudan a entender más sobre este asunto.

En primer lugar, leemos las palabras poderosísimas del libro sapiencial de Job. Son tan llenas de esperanza que las empleamos al principio de nuestras liturgias fúnebres. En su totalidad Job es un texto difícil de interpretar, sin embargo, esta sección provee una pauta para entender el resto del libro: Job confía en Dios a pesar de no siempre entender lo que Dios hace. “Yo sé que mi defensor vive y que él será mi abogado aquí en la tierra. Y aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, veré a Dios.” Esta declaración expresa el meollo de nuestra fe en la resurrección: aunque nuestra vida física quede en pedazos o en el polvo de la muerte, veremos a Dios con nuestros propios ojos. Dios, nuestro defensor y abogado, se encargará de darnos la justicia y la vida.

Y no sólo eso, nuestra visión de Dios será un encuentro con alguien que no es ningún extraño. Algunas traducciones dicen: “Y veré al que es mi amigo y no un extraño”. Revela que, por fe, los que creemos tenemos una relación con el Dios que puede dar vida incluso a los muertos y cuya justicia redentora se extiende más allá de los confines de la tumba.

Esta fe -o confianza en el Señor y en esta gran verdad- es lo que el apóstol San Pablo enseña como medio de nuestra salvación: “Pero nosotros siempre tenemos que dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados por el Señor, porque Dios los escogió para que fueran los primeros en alcanzar la salvación por medio del Espíritu que los hace santos y de la verdad en que han creído.” Pablo anima a los tesalonicenses, y a nosotros, a seguir firmes y constantes en la fe que habían recibido con el mensaje de su predicación.

En el tiempo de escribir esta carta algunos predicadores habían comenzado a anunciar que Jesús ya había regresado invisiblemente y en secreto. Eso les daba una manera de tomar ventaja de los demás, porque sólo ellos tenían conocimiento de la actividad del Salvador. Para el apóstol, tal enseñanza era patentemente falsa, porque lo que Jesús hace lo hace abierta y públicamente. La Segunda Venida y la resurrección de los muertos serán eventos vistos por todos. Como dijo Job: “con mis propios ojos he de verlo, yo mismo y no un extraño”.

Los cuatro evangelios canónicos indican que Jesús enseñaba sobre la resurrección abiertamente. Decía cosas como “Yo soy la resurrección y soy la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá”, y la porción de San Lucas que leemos hoy es otro buen ejemplo. Los saduceos, que no creían en la resurrección, ni en los ángeles, y que tampoco aceptaban más libros bíblicos que los de la Ley de Moisés, querían avergonzar a Jesús con respecto a su doctrina de la resurrección de los muertos, por eso, le echaron el cuento de los siete hermanos que se casaron con la misma mujer: “¿de cuál de ellos será esposa esta mujer, si los siete estuvieron casados con ella?”.

La pregunta no viene de buena fe, y Jesús no cae en la trampa tendida. Sus opositores revelan una falta de comprensión de la Palabra de Dios y de qué se trata el tema. En primer lugar, la vida venidera será distinta a la vida actual, será una transformación, pero mejor. En la vida venidera la gente no se casará, no morirá. Se verá que son todos hijos de Dios porque Dios los resucitará. Como los ángeles, verán a Dios cara a cara. Segundo, Jesús, siempre sagaz, explica que la esperanza de la resurrección se fundamenta en una de las tradiciones bíblicas más importantes, que es la revelación del Nombre Sagrado en el episodio de la zarza ardiente: “¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!”. Para Dios todos sus hijos están vivos porque él los conoce y los resucitará en el día final.

Los que creemos en Jesucristo tenemos otra razón para esperar en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Ésta es Jesús mismo. Nuestro Señor mostró con su propia resurrección de la tumba que él es Señor de la vida, que la muerte no puede contenerlo, que él es victorioso. Por nuestro bautismo ya somos parte de su cuerpo y compartimos su misma vida, por tanto, compartiremos su resurrección. Como dice Pablo, tenemos la convicción de que también llegaremos a compartir su gloria. Proclamar que Cristo ha resucitado es profesar que nosotros resucitaremos también.

Sigamos firmes. No olvidemos la esperanza de la resurrección. Que nuestro Señor Jesucristo mismo, y Dios nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado consuelo eterno y esperanza gracias a su bondad, anime nuestros corazones y nos mantenga constantes en hacer y decir siempre lo bueno. Amén.

El Rvdo. Dr. John J. Lynch es un sacerdote, autor y educador, que ha servido en las diócesis episcopales de Honduras, el Sur de Virginia y Rhode Island. Actualmente sirve como director en el Instituto Ecuménico del Ministerio Hispano y el Cura párroco de la Iglesia Episcopal San Jorge en la ciudad de Central Falls, Rhode Island.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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