Pentecostés 6 (C) – 20 de julio de 2025
July 20, 2025
LCR: Génesis 18:1–10a; Salmo 15; Colosenses 1:15–28; San Lucas 10:38–42

“Una mujer llamada Marta lo hospedó”.
Las lecturas para nuestra reflexión de este Domingo nos llevan a considerar la práctica de la hospitalidad. Podemos decir que el relato bíblico del evangelio de Lucas, en el capítulo 10, que sitúa la acogida de Jesús en casa de Marta después de la parábola del Buen Samaritano quiere continuar y reforzar la idea de ayudar al extranjero. Después de todo la hospitalidad, en griego, se traduce al español literalmente en “amar al extranjero”, lo que indica que cuidar y acoger al extranjero es una forma de amar a Dios.
El hecho de que encontremos la hospitalidad en la Biblia, tanto en el Primer como en el Nuevo Testamento, demuestra que esta práctica de acoger, ayudar, recibir, cuidar al extranjero, está intrínsecamente arraigada en la cultura bíblica. A Jesús, en su ministerio, lo encontramos itinerante de pueblo en pueblo, recibiendo y compartiendo con todo tipo de personas, recaudadores de impuestos, maestros de la ley, pecadores y también con amigos como Marta y María.
La hospitalidad es una práctica que requiere nuestra atención porque la primera persona que nos recibe siempre es Dios. De aquí que estamos llamados a aprender e imitar la generosidad ilimitada de Dios. El mismo evangelio de Lucas, más adelante en el capítulo 14, nos recuerda “cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues, aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos”. La hospitalidad y la generosidad de Dios siempre están disponibles, particularmente cuando estamos en necesidad.
La hospitalidad exige hacer espacio para el huésped, para recibir al forastero, necesitado o a quien está fuera de su tierra y su familia. El huésped nos recuerda misteriosamente la presencia de Dios. En el huésped necesitado el anfitrión está acogiendo, sirviendo y cuidando al mismo Jesús: “Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mateo 25:34-36). Si necesitamos adaptar y reinterpretar cómo cuidar y acoger a los necesitados que nos rodean, no podemos ignorar que amar a Dios es cuidar al prójimo necesitado.
Al ofrecer hospitalidad ofrecemos y damos de lo que tenemos, pero sobre todo abrimos el corazón de lo que somos. Más que la entrega física de una cama, comida, ropa, etc., lo cual es importante, la hospitalidad es abrir el corazón y tener compasión de la persona que lo necesita. Encontramos en las lecturas de hoy que Abraham y Marta, al abrir sus espacios, sus casas, están ofreciendo más que comida, ellos ofrecen lo que son, y así sus vidas se transforman por su generosidad: Abraham recibe la bendición de un hijo y Marta recibe la bendición de escuchar de Jesús que hay una parte mejor, la cual debe esforzarse por alcanzar.
La verdadera hospitalidad abre la puerta a una relación con el huésped, la persona que está frente a nosotros. En el Evangelio Marta estaba “preocupada e inquieta por muchas cosas”, tal vez la comida, la limpieza, cómo complacer al huésped Jesús, etc. Todas las cosas son importantes y necesarias, pero Marta se olvidaba de pasar tiempo con Jesús, el invitado especial. Esta lección también es para nosotros, es fácil dar dinero o comida a alguien que lo necesita, es difícil pasar tiempo con él/ella; es fácil hacer un cheque para el banco de alimentos o para apoyar a nuestra escuela primaria, es difícil dar nuestro tiempo, ser voluntarios, involucrarnos con ellos. La hospitalidad, siguiendo el ejemplo de Dios, es dejar que el otro sea acogido en nuestro propio espacio, es atenderlo y amarlo.
Cuando Dios nos acoge, nos recibe. Él siempre está dispuesto a escucharnos y cuidarnos. Como seguidores de Jesús, debemos encontrar un equilibrio saludable entre cómo recibir a Jesús en el extraño y cómo preocuparnos lo suficiente para elegir la mejor parte. La hospitalidad puede parecer diferente para cada persona o familia, sin embargo, es un movimiento del corazón que recibe al huésped y le da tiempo, amor y cuidado. En el mundo de hoy, donde muchos son extraños y forasteros incluso en sus propios hogares o familias (pensemos en las muchas personas que son discriminadas por diferentes razones), los cristianos tenemos la responsabilidad de reconocerlos y crear espacios donde puedan sentirse amados, apreciados y respetados, como Dios hace con nosotros. Amén.
El Rvdo. Dr. Fabián Villalobos es Rector en la Iglesia St. Peter’s en Perth Amboy en la Diócesis de New Jersey.
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