Sermones que Iluminan

Pentecostés 7 (B) – 11 de julio de 2021

July 11, 2021

LCR: Amós 7:7–15; Salmo 85:8–13; Efesios 1:3–14; San Marcos 6:14–29

El evangelio de hoy nos habla de la confusión que se había desatado en el pueblo sobre la persona de Jesús: unos creían que Juan el Bautista había resucitado, otros que Elías había vuelto y otros más lo veían como algún profeta del Primer Testamento. Esto preocupó mucho al rey Herodes quien llevaba una vida pecaminosa y lejana de la presencia de Dios. Al igual que Herodes, en nuestro mundo, hay muchos que confunden a Jesús por el mismo miedo a saber la verdad.

El personaje de Herodes se repite en la historia de la humanidad con mucha frecuencia. Cada vez se hace más difícil aceptar las verdades que ayudan a la realización personal y que dan vida y tranquilidad de espíritu a los seres humanos. Los “herodes” del siglo veintiuno tienen miedo de que Jesús aparezca como la sombra de lo que ellos han eliminado para justificar sus malas acciones. Eliminan a los “Juan Bautista”, es decir, a los profetas que anuncian y denuncian con la palabra de Dios para cambiar nuestra manera de pensar y, consecuentemente, cambiar nuestra manera de vivir.

Herodes pensó que cortando la cabeza del Bautista la verdad sería eliminada junto con la voz que la proclamaba, pero se equivocó. El tetrarca Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, tiene tanto miedo que confunde a Jesús con Juan el Bautista resucitado.

Muchos dirigentes políticos y religiosos siguen confundiendo a Jesús con un dios hecho a la medida de sus intereses mezquinos. La descripción del martirio de Juan muestra la crueldad a la que llegan los poderosos para tratar de callar la conciencia crítica de los profetas de todos los tiempos. El actuar del Imperio Romano se sigue repitiendo hoy con la persecución de hombres y mujeres que encarnan la verdad de Jesús y la proponen en nuestra sociedad.

Lo que pasó a Juan, es también un signo premonitorio de lo que le espera a Jesús y a todos aquellos que siguen y practican los principios cristianos que nos fueron legados. Ésta es la promesa que Jesús anuncia a sus discípulos y a todos los que se toman en serio la opción por la vida como base fundamental del reino de Dios. Vivimos en una cultura de muerte donde se atenta contra los cristianos que no renuncian a su fe, donde las armas son una amenaza constante de destrucción para los pueblos que claman justicia y libertad, donde se infravalora la vida en toda su diversidad.

Hay muchos “herodes” modernos decapitando a los nuevos “Juan Bautista”, a los profetas que proclaman la verdad que incomoda, la del reino de Dios que libera y trae justicia; esa verdad la anuncian sin importar que sus vidas les sean arrebatadas porque eso es, precisamente, ganancia de vida para la eternidad. La muerte de los profetas genera vida en la comunidad y vida en abundancia. Como decía Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. El poder del mal quiere imponerse en la humanidad a través de la encarnación de los “herodes” políticos, religiosos y demás líderes que quieren callar la verdad de Dios.

Pablo, en la carta a los cristianos de Éfeso, pondera esa bendición de ser profeta de Dios, en el himno tan hermoso que hemos escuchado en la segunda lectura de hoy: “Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues en Cristo nos ha bendecido en los cielos con toda clase de bendiciones espirituales”. El autor sagrado toma aliento profundo en este grandioso inicio de la carta para pronunciar su bendición de una sola alentada, en una única frase, bajo la fuerza de un entusiasmo incontenible. Bendición que debe transmitirse a todos los seres humanos para detener el mal en el mundo.

En esa bendición están expresados el gozo profundo del profeta que anuncia la verdad del reino y la acción de gracias de los oyentes de la palabra de Dios, compartida por toda la comunidad de fe, ante el momento decisivo de su compromiso bautismal de una nueva vida en Cristo. La bendición nos abre la maravilla del plan de salvación de Dios y viene presentada como un diálogo de amor entre las tres divinas personas que se desborda en la creación del mundo y de los seres humanos, revelándose en la historia y en la plenitud de los tiempos en Jesucristo.

En cada predicador y en cada cristiano comprometido está la persona de Jesucristo poniendo a los “herodes” frente a la pared para que no sigan cortando cabezas. Juan Bautista fue decapitado, pero sus palabras y testimonio siguen vivos en el corazón de los cristianos de nuestra sociedad que buscan constantemente al Señor. La palabra de Dios no muere con el mensajero, al contrario, se multiplica con su muerte.

La palabra de Dios da vida y vida en abundancia. Urgen los profetas como Juan el Bautista, Pablo, Juan el evangelista, Ezequiel, Isaías, Santiago… que no tengan miedo de gritar a todo pulmón que la palabra de Dios es liberadora y que proporciona la vida en abundancia necesaria para realizarse y ser feliz. Ya basta de la cultura de muerte, del terrorismo, de la exclusión o eliminación del diferente, de la injusticia y de toda práctica que sólo sirven para destruir.

Decidamos, definitivamente, llenar el mundo con la palabra viva de Dios en cada rincón del planeta, proclamando sin miedo que Jesús está en cada cristiano fiel, en cada catequista fecundo, en cada predicador eficiente, si realmente somos fieles a ese Jesús Liberador. Pidamos fervientemente al Todopoderoso que nos libre de los “herodes” de nuestro siglo y dejémonos tocar por la palabra de Dios para cambiar nuestra manera de pensar y de vivir poniendo en orden nuestras vidas.

Pidamos al Dios Todopoderoso que nos llene de valor para seguir predicando la Buena Noticia del reino sin importar el peligro, sabiendo que Él nunca nos abandona.

A Dios sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

El Rvdo. Napoleón Brito, fue Dean del Centro de Estudios Teológicos durante 11 años. Ha ofrecido su ministerio en cuatro arcedianatos en República Dominicana. Prestó sus servicios durante tres años en Christ Church Episcopal en Norcross, Georgia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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