Pentecostés 7 (C) – 27 de julio de 2025
July 27, 2025
LCR: Génesis 18:20–32; Salmo 138; Colosenses 2:6–15, (16–19); San Lucas 11:1–13.

Oración en el camino
Hoy, a través de su palabra, nuestro Maestro Jesús nos da una hermosa catequesis sobre la oración. Las preguntas que debemos hacernos son: ¿para qué la oración? ¿Cómo oramos? ¿Cómo Podemos mejorar nuestra oración? ¿Qué métodos y formas de oración podemos considerar para fortalecer nuestra vida?
Como escuchamos en el evangelio de este domingo todo comienza con una petición de uno de los discípulos hacia Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. Ésta fue una petición importante no sólo para los discípulos de ayer, sino para todos nosotros que hemos aceptado la condición de ser discípulos de Cristo, el Señor. Hoy vuelve a nosotros esta petición: “Señor, ensénanos a orar”, porque no sabemos orar; lo intentamos, pero no sabemos y muchas veces oramos desanimados y sin esperanza. ¿Podemos reconocerlo?
La respuesta de Jesús, el Maestro, fue una respuesta esencial, llena de poder. Su respuesta sale de su experiencia de oración; él fue un hombre de oración y su vida de oración produjo en él el gran poder para transformarlo todo a través de la fuerza del amor. Lo que Jesús nos enseña es que orar es entrar en comunicación con el amado Dios, donde ese amado derrama su amor y nos trasforma, nos llena de poder para cambiar la vida a través del amor. ¡Qué gran mística es la oración! ¡Qué urgente es saber orar! ¡Qué gran misterio escondido aún lejos de ser descubierto!
Jesús, el Maestro, nos ensena que debemos orar en nuestro camino. Cada día de la vida debemos orar sin cesar, sin cansarnos, porque el discipulado de Cristo es un camino que se entiende, se acepta y se perfecciona sólo a través de la oración. Aprender es todo un camino, no fácil en realidad; requiere encontrar espacio, tiempo, actitud, disciplina y deseo para orar. Orar es un proyecto de vida. Todos debemos siempre preguntarnos cómo debemos orar mejor. En otras palabras ¿qué tenemos que hacer para comunicarnos mejor con Dios? La oración es comunicación con Dios y la buena oración es comunicación directa con él ¡sin interferencias!
El discípulo de Cristo es una persona de oración. Nunca podríamos decir “yo soy cristiano” si no somos personas de oración. Claro, hay muchas formas de ser cristiano: el episcopal, el anglicano, el romano católico, el ortodoxo, el metodista -y tantas otras maneras de ser cristiano-, pero todos tenemos muchos puntos en común, siendo uno de ellos el que el cristiano ora y ora siempre. La oración nos lleva a ver el mundo como Dios lo ve: una creación llena de amor y de vida.
La oración nos ayuda a poner nuestra vida en perspectiva, fortalecer los valores, los sueños y esperanzas de la vida, a entender que Dios camina con nosotros y que no estamos solos nunca. Dios nos creó para que estuviéramos en comunidad con él y con los demás. Dios es el primero en salir a nuestro encuentro. La oración nos une a Dios, es meternos en sus brazos abiertos y calurosos que nos acogen y nos sostienen. La oración nos lleva a unir nuestro proyecto de vida al proyecto de Dios; por eso un buen orante grita a Dios: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. La oración transforma nuestras realidades de escasez de salud, trabajo, paz, amor, bienestar… en realidades de abundancia; porque cuando Dios se hace presente todo cambia, todo se transforma. Él fortalece nuestros sueños, nos sana, nos purifica, calma nuestra sed y dice al caído: “levántate y anda.”
Tengamos en cuenta que cada día de nuestra vida nuestro deber de hijos de Dios es santificar el nombre del Señor. El nombre de Dios debe ser santificado, alabado y glorificado. Así como lo hacen los pájaros del bosque quienes, en el frío congelador del amanecer del invierno, bajo la lluvia torrencial de la primavera, el calor sofocante del verano, los vientos cruzados del otoño, con frío o con lluvia, parecen cantar cánticos de alabanzas al Señor. Alabar al Señor es decirle: ven, te necesitamos, hazte presente entre nosotros aquí y ahora. ¡Ven no tardes tanto!
En esta catequesis de la oración, Jesús nos pide que no olvidemos al prójimo. Debemos incluirlo. Al prójimo le debemos amor, respeto, ayuda, amistad, solidaridad y perdón. Esto es lo que identifica claramente al cristiano, la inclusión del otro, pobre, rico, forastero, inmigrante, pecador, inocente y arrepentido. Por todos y con todos oramos. Tenemos que animarnos mutuamente y, a través del poder de la oración, recuperar la cultura de la sonrisa, del mirar al otro con amor y extenderle la mano para levantarlo y decirle “no tengo plata ni oro, pero en nombre de Cristo, levántate y anda”.
Debemos orar sin desanimarnos, hay que pedir el pan de cada día. Cada día, al despertar, debemos decir esto a Dios: Señor aquí esta tu hija, tu hijo, dame el pan de hoy, es decir, la salud, el trabajo, la alimentación, la seguridad, la unidad de la familia y todo aquello que nos alimenta física y espiritualmente. La lista es larga y a veces inimaginable. El pan cotidiano es todo lo que simboliza el pan nuestro para vivir. Todo nos lo da Dios cuando lo pedimos con fe, y nos lo da en abundancia.
A veces nos llega la tentación de volver la oración del Padrenuestro una fórmula fría de palabras repetitivas que no tocan la realidad ni la transforman. Oran el rico y el pobre, pero nunca se saludan; todos se excluyen, nadie ayuda a nadie, y todos gritan: ¡somos cristianos! Esto debe evitarse y cambiarse en nuestra práctica cristiana. ¡Qué vergüenza! Qué anti-testimonio!
En esta catequesis de la oración que Jesús nos da aprendemos que Dios es dador. Él no se retendrá el pan; tampoco dará lo que no es útil y saludable para nuestro bien. Dios es rico en misericordia y copioso en su perdón, y dará sin condición, pues hace llover sus bendiciones sobre pecadores y justos. Así es la grandeza de Dios. ¡A él la gloria por siempre! ¡Démosle nuestro corazón!
¡Qué gran maestro es Jesús! Por eso hoy, una vez más y en humildad, pidámosle: Señor, Jesús, gran Maestro, ensénanos a orar. Amén.
El Rev. Fabio Sotelo es el Rector de la Iglesia San Eduardo, en Lawrenceville, Georgia. El recibió una maestría en filosofía y literatura en la Universidad Santo Tomas de Bogotá, Colombia, una maestría en Teología en la Universidad de Santa María, Emmitsburg, Maryland y actualmente adelante un Doctorado en Liturgia en la Universidad del Sur, Suwannee, Tennessee. Con su esposa Claudia son padres de tres hijas, muy hermosas: Melanie, Samantha y Briana. Juega Tenis y lee literatura, política y teología.
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