Sermones que Iluminan

Propio 10 (C) – 2013

July 14, 2013


Jesús proclamó el reino de Dios y definió su misión con el anuncio de su llegada. Una y otra vez, Jesús modeló para nosotros las obras que verdaderamente reflejan la visión de Dios por un mundo justo.  El ministerio de Jesús estaba centrado en establecer comunidad entre los excluidos y aquellos que los excluían. Su ministerio de sanar a los enfermos, perdonar a los pecadores, resucitar los muertos y alimentar a los hambrientos eran acciones para restablecer la paz de Dios en un mundo turbulento.

El profeta Amós cita a Dios diciendo, “con esta plomada de albañil voy a ver cómo es de recta la conducta de mi pueblo Israel. No le voy a perdonar ni una vez más” (Amós7:8).  La plomada del albañil mantiene las cosas que uno está construyendo en relación correcta con el mundo que le rodea. Amós estaba llamando al pueblo, en el Reino del Norte de Israel a recordar la plomada de albañil de Dios. Amós les llamó a vivir de acuerdo a los estándares de Dios respetando la dignidad humana, desde los más pequeños hasta los más grandes.

Reconocemos a Amós por un versículo muy familiar donde reprime a Israel diciendo, “… que fluya la justicia como un río, y la rectitud como un manantial inagotable” (Amós 5:24).  El mensaje del Dr. Martin Luther King estaba permeado de esa visión bíblica del profeta sobre el cuidado a los pobres y de que todos los hijos de Dios reciban justicia. Esa visión es aplicable no solo a los pobres entre nosotros, sino también a aquellos que viven cientos de millas al sur de la frontera, a todos aquellos que viven en la miseria, hambrientos por la justicia de Dios en el mundo.

La parábola del Buen Samaritano ha sido aplicada como una forma de medir la bondad y misericordia de una persona. A menudo la interpretamos como una invitación de Jesús a preguntarnos a nosotros mismos cuando la situación lo requiera, ¿estaremos  dispuestos a ser un buen samaritano hacia otras personas?

Las parábolas no significan siempre lo que aparentan a simple vista. Debemos siempre buscar el significado que es menos obvio y más chocante a nuestro entendimiento, como en el caso de la parábola de hoy.

Un hombre se encontraba en una situación desesperada y en necesidad de recibir ayuda. No hay nada inusual en esto ya que el camino de Jerusalén a Jericó era notoriamente conocido como un camino peligroso debido a ladrones. Por lo tanto el hecho de haber recibido una golpiza y haber sido asaltado es algo de esperar. Pero hay dos cosas que suceden en la historia que nos sorprenden. Primero, es chocante el hecho de que dos personas que pudieron haberle ayudado no lo hicieron. Uno era un sacerdote y el otro un levita. Ambos personas religiosas no hicieron nada. Sus creencias  religiosas les impidieron evitar tener contacto con el herido y decidieron pasarse al otro lado del camino. Por lo tanto el primer aspecto chocante de la historia es que de quienes se supone debieran acudir en ayuda no hicieron nada. Segundo, nos sorprende el hecho de que la persona que los judíos no podían imaginarse que ayudara es en verdad la que, en su misericordia, rescata al hombre lastimado. Jesús, el maestro de la ley y todos los que escuchaban esta parábola eran judíos. Todos los personajes de la historia también eran judíos, excepto uno. Los judíos y los samaritanos tenían un historial de odio racial y religioso. La persona lastimada seguramente no esperaba la ayuda de los judíos y posiblemente tampoco quería la ayuda del samaritano despreciable. A pesar de todo, es el despreciado el que, conmovido por la misericordia,  cuida amorosamente a la víctima.

El ministerio de Jesús a lo largo de su vida estaba saturado de actos y enseñanzas de compasión. ¿Será acaso el mensaje de la parábola que debemos tener compasión y ofrecer ayuda a toda persona en necesidad al igual que lo hizo el samaritano? La compasión verdadera puede transformar nuestro mundo. La compasión es una palabra visceral y lo que sucedió en la historia es algo que estremece nuestros sentimientos más profundos. Compasión literalmente significa “sufrir juntos”; es un sentimiento humano que se manifiesta a partir del sufrimiento de otro ser. Más intensa que la empatía, la compasión describe el entendimiento del estado emocional de otro, y es con frecuencia combinada con un deseo de aliviar o reducir su sufrimiento.

Wesley Autrey, conocido hoy como el Samaritano del Subway en la ciudad de Nueva York estaba en la estación cuando un joven de 19 años se cayó en la línea del tren. Autrey sin pensarlo dos veces se lanzó a rescatarlo. No había tiempo de sacar al joven de la línea y por lo tanto Autrey lo apartó a un lado de los rieles y presionó su cuerpo sobre el joven para protegerlo del tren que pasaba. Muchos otros estaban en la plataforma pero ninguno arriesgó su vida para salvar al joven desconocido. Pero algo conmovió profundamente a Autrey  a actuar y esa fue la compasión. Seguramente una compasión más allá de su capacidad humana. Es difícil escuchar esta historia sin preguntarnos qué hubiésemos hecho nosotros de haber estado presentes. ¿Hubiésemos tenido tal compasión como la de Autrey? En ese día, confrontados con esa circunstancia, ¿nos atreveríamos a ser un bueno samaritano de tal magnitud? ¿Esperará Jesús de nosotros que en situaciones parecidas actuemos de la misma forma?

La disposición interna de los que escuchan la parábola afecta cómo entendemos su significado. Fijémonos nuevamente. La parábola fue dicha como resultado de querer atrapar a Jesús en una conversación con un abogado que no le gustaba el mensaje de Jesús. Tratando de encontrar una falla en sus enseñanzas este abogado le pregunta, ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Tú eres el maestro de la ley, ¿qué está escrito en la Ley? le responde Jesús. El abogado por supuesto sabía la Ley de Moisés, por lo tanto le responde: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”; y, “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).  Jesús le responde: “¡Correcto, ahí tienes la respuesta! Si haces eso, tendrás la vida”. Pero si se fijan este abogado no iba a dejarla pasar y continúa: “Necesitas ser más preciso Jesús. Define a quién te refieres como mi prójimo”.  En respuesta a este desafío Jesús cuenta la parábola del Buen Samaritano. Si el propósito de Jesús era que nosotros imitáramos al señor Autrey, el triste hecho es que la mayoría de nosotros no tenemos el valor de hacerlo. No es parte de nuestra naturaleza o respuesta instintiva olvidarnos de nosotros mismos para arriesgar nuestra vida por un extraño.

El mensaje de Jesús era más sutil. Aquellos que pasaron por el lado de la víctima sabían lo que era correcto hacer. Pero saber lo que es correcto hacer no significa que lo hagamos. El mensaje de Jesús es que si vamos a ser buenos samaritanos necesitamos algo más que cambiar nuestra forma de pensar. Debemos cambiar nuestro corazón. A pesar de que el abogado bombardeó a Jesús con la pregunta de quién es mi prójimo,  sabía que su prójimo era su vecino, alguien en su vecindario, en su comunidad y seguramente alguien de su misma sinagoga. Pero él también sabía que Jesús tenía un significado más amplio de prójimo y le estaba forzando a Jesús a decir algo que era incómodo de escuchar. Jesús fue claro. Tú prójimo es el “otro,” aquella persona quizás más despreciada o diferente u olvidada por la sociedad. Y finalmente Jesús cambia la pregunta de quién es mi prójimo a ¿qué es lo que el verdadero prójimo hace?

¿Qué hace el verdadero prójimo frente a leyes de inmigración que niegan el acceso a las necesidades básicas de la vida? ¿Qué hace el verdadero prójimo cuando el poder ofrecer cuidado médicos a millones de personas sin seguro significa un incremento en sus propios impuestos? ¿Qué hace el verdadero prójimo ante millones de personas a nivel mundial que viven en la pobreza?

La parábola de hoy nos llama a una transformación personal, a una especie de trasplante de corazón en Cristo para ser verdaderamente compasivos. Y cuando experimentamos esta transformación, todo en nuestra vida es impactado. El reino de Dios es sobre llegar a la gente, tocar y transformar sus vidas. Y la forma en que nosotros tocamos y transformamos sus vidas y la nuestra, es a través de obras de compasión. Compasión que nos mueve más allá de la empatía, la simpatía y nos lleva a la acción. Es través de nuestras obras nos transformamos y nos convertimos en verdaderos buenos samaritanos.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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