Sermones que Iluminan

Propio 14 (B) – 2018

August 13, 2018


En la casa de la familia Martínez la madre y sus niños se preparan para ir a la iglesia. El padre permanece sentado ante el televisor. La esposa intenta animarlo a que se prepare a acompañarlos. Él les dice que prefiere quedarse en casa viendo el partido de futbol. Sus hijos también tratan de animarlo. La respuesta sigue siendo la misma. Todos saben que él se considera no creyente y en varias ocasiones lo ha expresado. Él ha dicho: “No creo en esa doctrina cristiana de que Dios se hizo hombre”. Ese ha sido un tema de discusión frecuente en ese hogar. Cansados de insistir, la esposa y los hijos se despiden de él y se van al servicio dominical de su iglesia.

No había pasado media hora cuando de repente empezó a soplar el viento y a nevar copiosamente. El padre se levantó y se paró frente a la ventana para contemplar la belleza de la tormenta invernal mientras desde el fondo seguía escuchando su partido de futbol. Al poco rato, vio a unos pájaros dando vueltas cerca de la ventana. Parecía que querían entrar. En ese momento, sintió en su corazón que tenía que salvar a esos pájaros o muy pronto se morirían de frío. El hombre les abrió las ventanas, pero los pájaros no entraban. La casa comenzó a enfriarse, a pesar de que la calefacción estaba funcionando, pero a él eso no le importaba. Solo pensaba en hacer todo lo posible por salvar del frío a esas pequeñas criaturas. Se puso su abrigo y salió con una escoba, para intentar dirigir a los pájaros hacia las ventanas que él había abierto. Pero ellos seguían volando, daban vueltas y no entraban. Al final, ya no sabía qué más hacer. Entonces, se quitó el abrigo y empezó a mover los brazos como si fueran alas pensando que, al verlo, los pájaros tal vez lo seguirían y podrían encontrar el camino de la salvación al entrar en la casa. No consiguió lo que deseaba. Sintiéndose derrotado, el hombre pensó: “Qué equivocado he estado todo este tiempo… Pues Jesús vino para lo mismo. Haciéndose un ser humano como nosotros, nos mostró el camino de la salvación”. El hombre se puso a llorar. Lloraba por haberle dicho a su familia que no creía en Dios hecho hombre.

El tema de la encarnación nunca es fácil de comprender. Por algo decían las personas que escuchaban a Jesús en el evangelio de hoy, “¿No es este Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” – para ellos tampoco era fácil creer. Pero la encarnación es quizás lo más esencial del cristianismo, pues no creemos en un Dios lejano y desconectado de nuestra humanidad, sino en un Dios “hecho carne” y “que habitó entre nosotros”.

Jesús se revela como “el pan que ha bajado del cielo” y esto les causaba un gran malestar a quienes aún no percibían que Él era el Mesías, el hijo de Dios. Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que aun la encarnación sigue siendo algo difícil para cristianos y no cristianos, para creyentes y quienes dicen ser ateos o agnósticos – algo que escuchamos y se dice con mucha frecuencia hoy día. Sigue siendo “algo difícil” porque muy pocos hemos realmente “encarnado nuestra fe” y seguimos viviendo la fe en compartimientos, separando la vida entro lo físico y lo espiritual. Este pensamiento platónico, pensamiento que insiste en separar el alma de lo físico y lo inmaterial de lo material, contradice por completo nuestra creencia en la encarnación. Creemos que Dios hecho hombre se encarnó y vivió entre nosotros; y aún vive entre nosotros de muchas maneras. Esto profundamente impacta nuestra forma de ver y vivir nuestra fe cristiana.

La misión de la iglesia en nuestros tiempos quizás sea la de reintroducir a ese “pan bajado del cielo” y dar testimonio de que Jesús realmente ha venido a visitarnos y a quedarse con nuestra humanidad. En una sociedad donde existen tantas personas que viven solas, personas que han perdido la esperanza, personas que van de lugar en lugar solo recibiendo rechazo, separación y maltrato, como lo hemos visto ante nuestros propios ojos en los últimos meses en las vidas de miles y miles de inmigrantes en los Estados Unidos y en tantas otras partes del mundo. Tenemos un llamado urgente como pueblo de Dios a dar a conocer a este Dios presente entre nosotros. Por algo la imagen del Buen Pastor tiene tanta prominencia desde las Escrituras Hebreas hasta el Evangelio. Es el Dios que nunca nos deja, por muy lejos y muy extraviados que estemos.

La iglesia no puede seguir predicando doctrinas en el vacío. No podemos pretender que a la sociedad del siglo veintiuno le interese mucho nuestras posiciones teológicas y nuestras políticas eclesiásticas internas. Nuestra energía y nuestro enfoque tiene que ser el ofrecer algo diferente. El “Pan de vida” no se puede reducir solamente a la celebración eucarística dentro de un templo – por muy sagrada que la consideremos. También ha de ser ese “pan” que damos a un mundo hambriento que al igual necesita el alimento que viene con el ánimo, el acompañamiento, y el mensaje de esperanza que nos impulsa a seguir caminando cuando todo lo que encontramos en el camino son obstáculos, injusticias y falta de humanidad. La Madre Teresa de Calcuta decía que para quien tiene hambre por un pedazo de pan, saciar el hambre es fácil. Se le da un trozo de pan. Pero en los países desarrollados el hambre que ella encontraba era un “hambre de amor” – algo que era mucho más difícil de resolver.

Hoy Jesús nos dice que Él da este “pan de vida” por “la vida del mundo”. Nosotros y nosotras, sus discípulos y discípulas estamos llamados a dar nuestra vida y ser ese “pan vivo” para quienes hemos sido llamados y llamadas a servir. En esta comunidad, en nuestras vecindades y donde sea que nos encontremos en este momento, ¿somos capaces de identificar el hambre, la necesidad, los verdaderos retos? ¿Estamos dispuestos y dispuestas a dar voz a quienes ignoran a los demás y crear un mundo más justo y más humano? Este es el llamado de Jesús para cada uno de nosotros y nosotras si realmente deseamos ser sus discípulos y discípulas en nuestros tiempos.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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