Sermones que Iluminan

Propio 19 (A) – 2014

September 14, 2014


Las lecturas asignadas para este domingo comparten en común el tema del perdón. Nos sugieren que existe un deseo universal, un hambre de perdón en cada alma humana, tanto de recibirlo, como de ofrecerlo.

Si algo nos llega con una claridad cegadora en la Biblia hebrea es que Dios es un Dios de perdón, porque es un Dios de amor. Al igual que otros mandatos en las escrituras, el perdón es primeramente un mandato para nuestro propio bien. Sería imposible imaginarnos nuestra fe sin el perdón. Dios sabe que nosotros nunca podríamos ser sanados, nunca podríamos ser restablecidos a la plenitud de nuestra vida y nunca podríamos seguir adelante hasta que abandonáramos viejos resentimientos, o los deseos de venganza, y finalmente podremos perdonar. Porque Dios nos enseña consistentemente, a través de las Escrituras, que el perdón, tanto divino como humano, es el epicentro de su gracia.

Hay un pasaje muy fortificante en el libro del profeta Jeremías y dice: “Todos me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande, dice el Señor. Porque perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados”. El evangelio de hoy nos hace un llamado radical a la práctica del perdón. En el mismísimo centro de este llamado se nos recuerda que, ante todo, Dios es un Dios de gracia y que, debido a su gracia, el acto de perdonar es fruto espiritual de vivir la vida enraizada en el amor y en el perdón incondicional de Dios.

Hace algunos años, hubo un estudio fascinante sobre la canción más favorita en Estados Unidos. El estudio reveló que para la mayoría de la gente, la canción favorita era ese viejo himno traducido al español como La gracia sublime. ¿Pero qué es exactamente la gracia? ¿Qué la hace ser tan sublime, tan excelsa y majestuosa? ¿Qué palabras contiene que parecen llegar hasta lo más profundo del alma humana para revelar una sed insaciable en el espíritu humano?

Cuando el Nuevo Testamento utiliza la palabra gracia, en realidad está refiriéndose a la traducción griega de la palabra “Xaris”, que significa “regalo”. Y esa es la forma del Nuevo Testamento de decirnos que en el centro de nuestra vida existe un Dios que no es juez castigador, sino un Dios que, en un acto de amor unilateral e inmerecido, nos da regalo tras regalo. Eso es la gracia. Por lo tanto, cuando el Nuevo Testamento nos habla de la gracia como un regalo de Dios, también nos está diciendo que nuestra relación con Dios es una cuestión de gracia, un regalo.

Nosotros, como seres humanos, tenemos muchas faltas y a menudo nos extraviamos del camino correcto de Dios. Ninguno de nosotros, basándonos en sus propios méritos, en su propia moral, sería capaz de presentarse ante Dios con una conciencia limpia, creyéndose merecedor de su gracia y perdón. La única razón por la que podemos hacerlo, a pesar de nuestras imperfecciones, es porque el perdón y la gracia de Dios son un regalo inmerecido por nosotros. Son un don y regalo de Dios.

En una corte criminal, muchos de los acusados son personas que han ido a la corte en varias ocasiones y la verdadera pregunta para ellos no es si los van a declarar culpables o inocentes- la mayoría espera que los declaren culpables. La pregunta que se hacen es: ¿Quién será el juez ese día? Algunos jueces son severos y otros compasivos, y ellos esperan que les asignen un juez compasivo. De pie frente a Dios, nosotros sabemos que somos culpables, pero el veredicto de Dios es: “inocente”. Eso es la gracia.

Y cuando nosotros hemos experimentado ese tipo de gracia puede resultarnos un poquito incomodo porque nos dice que en lo profundo de nuestro ser todo lo que somos, todo lo que tenemos, nos llega como un regalo de Dios a través de su gracia.

Hace unos años las noticias dejaron al descubierto que en un complejo de apartamentos lujosos había residentes que recibían asistencia pública. Cuando la noticia se extendió, los dueños de los apartamentos se molestaron mucho. No querían que sus propiedades perdieran valor y, por lo tanto, exigieron una audiencia pública con la ciudad para expulsar a los pobres que recibían asistencia.

La primera persona que se acercó al micrófono fue una joven que cargaba su bebé. Su historia era que quedó embarazada, su novio la dejó sin auto y desapareció para no hacerse cargo de ella. Cuando el bebé nació, pudo conseguir un trabajo limpiando habitaciones en un motel. Si no tuviera un apartamento donde vivir, no hubiera podido conseguir trabajo, y si no tenía trabajo no podía hacerse cargo de su bebé. Pidió que no la sacaran del apartamento y que no le quitaran la ayuda social por el momento.

La siguiente persona que se acercó al micrófono fue un dueño de apartamento y dijo que su esposa y él habían trabajado muy duro y ahorrado, y querían que su inversión fuera protegida. Se tornó hacia la joven madre con su bebé y le dijo: “Entiendo cómo te sientes, pero yo trabajé duro para ganarme lo que tengo, así que vas a tener que ganarte lo tuyo también”.

Bueno, lo cierto es que cuando usted ha experimentado la gracia de Dios, usted no puede mirar a otra persona en la cara de nuevo y decir, “yo me gané mi gracia, tú tendrás que ganarte la tuya”. No podemos decirlo porque todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Todo es un acto de gracia de Dios. ¡Todo! La gracia está primeramente enraizada en la creencia de que todo es un regalo de Dios; y cuando lo reconocemos, entonces descubrimos que la gracia de Dios está obrando en nosotros. Entonces tomamos ese regalo de gracia y lo ponemos al servicio de nuestras relaciones, en nuestros hogares, trabajos y escuelas. El perdón es el fruto de la gracia de Dios operando en lo más profundo de nuestro ser.

El arzobispo Desmond Tutu argumenta que el perdón es posible, y no solo posible sino también necesario para el futuro. Tutu dice que el perdón para muchos sudafricanos consistió en sacar a la luz y reconocer opresiones del pasado, como condición de poder seguir en marcha hacia el futuro a través del restablecimiento de las relaciones humanas entre opresores y víctimas.

Nuestro futuro como especie humana, como creación de Dios, depende de nuestra habilidad de perdonar y ser perdonados. La gracia de Dios penetra todas nuestras acciones para ayudarnos a sanar un mundo en dolor, un mundo en gran necesidad de experimentar el perdón, tanto humano, como divino.

En el Nuevo Testamento, siempre se nos pide que hagamos lo que no podamos hacer, amar, servir y perdonar. Nosotros somos invitados a hacer estas cosas, no porque podemos hacerlas por nosotros mismos, por nuestra propia cuenta, sino más bien porque el perdón que se nos exige ofrecer nos es otorgado como un don de gracia. Ahora podemos entender por qué La gracia sublime es la canción más favorita”.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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