Sermones que Iluminan

Propio 19 (C) – 2019

September 15, 2019


Somos infinitamente valiosos para Dios.

La historia de la salvación, desde la creación y hasta siempre, es y será un relato de amor. Desde el mismo momento en que el ser humano cae en el pecado de la desobediencia, Dios se apresura a ir en su búsqueda a fin de devolverle la dignidad y cubrir su desnudez y su vergüenza; pero además le promete inmediatamente un Salvador que vencerá al adversario y restablecerá la armonía entre lo humano y lo divino, tal como lo describe bellamente el tercer capítulo del libro del Génesis.

Sin embargo, la respuesta de la humanidad, no se ha correspondido con ese sentir y actuar de Dios. La primera lectura que nos propone la liturgia para el día de hoy, muestra a un pueblo infiel e inconstante que necesita de permanente cuidado y atención para mantenerse fiel a su Señor. Al caer en la desesperanza busca de manera angustiosa a qué aferrarse, como en este caso, fabricando un ídolo de fundición y atribuyéndole poderes divinos, suplantando así al creador de todas las cosas, a su salvador y libertador.

El escenario moderno no es muy distinto. Al igual que el pueblo del Antiguo Testamento nos encontramos rodeados de una infinita oferta de deidades que nos prometen, por un lado,  prosperidad, sanación, liberación y felicidad, y por otro, un mundo de incredulidad que nos invita al placer desmedido que termina en libertinaje, drogas, alcohol, sexo sin amor, dependencia tecnológica y consumismo; situaciones que, al final, nos colocan es un estado de ansiedad que destruye familias, amistades y relaciones humanas en general.

Y con todo, aun en el peor escenario de rebeldía, infidelidad y abandono, el amor de Dios no se agota y continúa abierto y dispuesto para salvar continuamente a la humanidad redimida. Es por eso que se hace urgente que la comunidad cristiana reconozca su ingratitud y cante con el salmista “misericordia Dios mío por tu bondad”, vuelva su vida a Dios para ser renovada y, como lo hace el apóstol Pablo en su epístola a Timoteo, reflexione sobre su indignidad que solo puede ser superada con la Gracia de Dios, que nos regenera y fortalece a través de los distintos medios de santificación, entre ellos, la lectura y escucha atenta de la santa Palabra, la oración constante y los sacramentos.

El Padre eterno conoce la condición frágil de nuestro ser y es por eso que suscita guías, líderes, pastores y profetas que conduzcan a su pueblo a través del camino, a veces desértico y áspero, de la vida. Surge entonces un compromiso de doble vía. Por un lado, se necesitan pastores espirituales, fieles y orantes, comprometidos con la causa del Evangelio, que mantengan una constante comunicación con Dios, dedicando como Moisés y tantos otros personajes bíblicos, lugares y tiempos para escuchar su voz, llevarla a la comunidad y escribirla en sus corazones como si se grabara en piedra para la eternidad; cuando faltan líderes espirituales se corre el riesgo que la comunidad se disperse o ponga sus intereses y su corazón en dioses falsos como la fama, el dinero o el poder, que en conclusión solo dejan confusión y desesperanza. Pero también se necesita de un pueblo abierto a escuchar y guardar el mensaje salvífico que se le transmite. Si como miembros de la comunidad cristiana abandonamos nuestras reuniones, ella terminará disolviéndose y cada uno se extraviará en sus propios pensamientos y sentimientos de soledad, terminando finalmente como ovejas perdidas.

Pero Jesús es el buen Pastor, el que da la vida por sus ovejas; incluso, por una sola de ellas, y esto debido a que las conoce por su nombre y de manera individual y particular, con sus sentimientos, emociones, pensamientos, fortalezas y debilidades. Conoce a sus ovejas fieles pero, por sobre todo, quiere traer al redil a las extraviadas; muchas, quizá conscientes de su extravío como la oveja del Evangelio que hoy meditamos, y otras que aún no se han dado cuenta o quizá no quieren comprender y aceptar su soledad, como nos lo propone el texto de la moneda perdida, que como objeto inanimado que es, no percibe su situación, pero que igualmente es amada y valorada por su propietaria.

La cosmovisión judía de la relación con Dios, lleva implícita una comprensión según la cual, el cumplimiento de la voluntad divina plasmada en la Ley, garantiza al creyente el beneplácito de su creador, quien se manifiesta a través de la bendición en todo lo que éste hace, en su riqueza, salud y numerosa familia; aquellos que por el contrario viven en un estado de pobreza, enfermedad y necesidad, son víctimas, según este pensamiento, de su propia infidelidad al Señor.

Aún en nuestros días, son muchos los grupos religiosos que enseñan esta imagen vengativa del Todopoderoso y en lugar de buscar la causa de la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad en la injusticia y la desigualdad generadas por el egoísmo y la ambición humanas, las atribuyen a la maldición de un Dios vengador y justiciero.  

Hoy el evangelio nos muestra, por el contrario, un Jesús misericordioso que viene al rescate de lo que aparentemente está perdido para el mundo, reivindica la importancia de restablecer en el ser humano la dignidad ensombrecida por el pecado e invita a todos, como hijos e hijas de Dios, a experimentar la felicidad de lo que significa ser curado, amado, protegido y apreciado. Dios nos busca con diligencia, desea con infinito amor hacernos beneficiarios del rescate que ha realizado Cristo en la cruz y a través del cual hemos sido salvados para siempre. El llamado es para todos aquellos que por gracia escucha su voz.

Por último, debemos tener muy en cuenta que el proceso de conversión y regeneración del cristiano se evidencia al interior de la comunidad, la cual se alegra, se siente bendecida, convoca y acoge con amor y entusiasmo a todos aquellos que se acercan, viven y comparten su fe en la congregación que es familia espiritual y que anima y fortalece la existencia del creyente. Sentirse miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, nos debe llenar de gozo y afianzar en nosotros la seguridad de que, como rebaño del Señor, somos guiados a la verdad, el amor y la felicidad que nos permiten experimentar el reino de Dios actuando a través de nosotros en la construcción de un mundo mejor para todos y todas.  

El Rvdo. D. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es Diácono en transición en la Iglesia del Espíritu Santo en la Diócesis de Colombia, donde ha ejercido su ministerio por los últimos 4 años.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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