Sermones que Iluminan

Propio 27 (C) – 2019

October 20, 2019

Demos gracias a Dios Padre que nos brinda la posibilidad de aproximarnos al término de este año litúrgico. Hemos sido robustecidos en la fe al recorrer y vivir como Iglesia las diferentes estaciones, centrándonos en la experiencia del Resucitado y su Santa Cena. Un maestro de liturgia muy sabio decía: “el ciclo completo de un año litúrgico debe ser vivido y entendido como la forma de un espiral”, cuyo fin es resaltar el sentido litúrgico y teológico de cada estación y formar en la mente y corazón del pueblo de Dios los distintos momentos de la historia de la salvación, desde la preparación para la llegada del Mesías hasta la conmemoración de su Pasión, Muerte y Resurrección. Esta experiencia pedagógica y amorosa, tiene forma de espiral porque nos da la posibilidad de recorrer y ascender un poco más hacia el Dios Trino. De igual forma, también nos acercamos a la finalización del año civil 2019. Sea éste el momento propicio para alabar y dar gracias al Dios vivo, el dueño de la historia.

La invitación, en el culmen de este año litúrgico, es a evaluarnos en el crecimiento de nuestra fe en Dios Padre; fe que demostramos al amar al prójimo como hermanos. Vivimos en un mundo lleno de sufrimiento e injusticia, expuestos a una vida marcada por las inapelables consecuencias del pecado. Antes de Cristo, un hombre llamado Job, se enfrentó a todas las tragedias y desventuras posibles que lo desolaron en gran manera. Él insistió en su inocencia, pero parecía claro que Dios se había puesto en su contra. Sin preguntar, sus amigos le consideraron culpable y le volvieron la espalda. Ya que nadie le creía, era probable que muriera sin ser resarcido. Si eso sucedía, pasaría al olvido o quedaría marcado en la historia como ejemplo de un mal hombre que recibió su justo castigo.

De cara a la muerte y en la decadencia, Job seguía esperando ver a Dios mientras estuviera en su cuerpo. Entonces, quiere que sus reclamaciones de inocencia sean documentadas en un récord permanente, preferiblemente en un monumento de piedra, para que generaciones futuras pudieran recordar lo que él dijo. Así, quizás, alguien investigaría y verificaría sus declaraciones. Su nombre quedaría sin mancha, su reputación restaurada. Se presenta en la reclamación una progresión muy lógica: palabras escritas en papel duran un tiempo; palabras escritas en un libro duran aún más; pero las palabras esculpidas en piedra pueden durar décadas o siglos. Es posible que en los tiempos de Job las personas utilizaran el plomo para destacar las palabras talladas en piedra.

En medio de su tragedia, Job expuso las palabras más importantes de su historia y que hoy abrigan la esperanza de aquellos que confiamos en Dios como nuestro Redentor. Es normal que el hombre se aferre a la vida mientras está vivo, es un deseo profundo que arde en su corazón; cuesta desprenderse de las cosas y las personas. Es lo que Job constata en su experiencia, sin embargo, el anhelo de Dios es lo que lo mantendrá firme pese a las duras circunstancias.

En el Salmo, tradicionalmente atribuido a David, es interesante ver un rey que, a pesar de estar sufriendo la persecución sin causa, en lugar de enfrentar a sus contrarios, deja el asunto en manos Dios, en oración. Aquí ya encontramos una bella lección para nosotros. David ora a Dios, le pide que oiga su causa que es justa; él está siendo perseguido. Con ímpetu, pide a Dios que su oído esté atento a su súplica porque las palabras que estaba pronunciando salían de labios sin engaño. Él, como Job, confía en la justicia de Dios y espera que de él venga su defensa, es decir, la declaratoria que todas las acusaciones son falsas y que se está cometiendo una injusticia. Esto era conocido por Dios, porque Dios había probado el corazón de David, al igual que el de Job, y a los dos los había introducido en la oscuridad de la prueba y los había hallado justos.

Somos atribulados sencillamente porque no estamos en casa, porque gracias a Dios no fuimos creados para este mundo de injusticia, pecado, violencia, enfermedad, dolor y demás. Lo mejor está por venir. Como decía Pablo: si sólo esperamos en este mundo y no hay una realidad eterna, y Cristo no está vivo y no viene por nosotros, somos los más dignos de compasión. Una vida vacía y sin propósito es una vida que espera ser feliz y completa bajo los valores superficiales y falsos de este mundo. Por ello, nos enseña lo necesario para tener perspectiva, una esperanza eterna que nos mueva a perseverar viviendo una vida santa para el Señor, quien viene a hacer justicia. Un correcto entendimiento del fin de los tiempos nos mantiene sanos en la fe, nos lleva a ser obedientes a la verdad y disciplinados para no caer en la ociosidad y en orgullo espiritual; nos lleva a dar testimonio eficaz al mundo.

Los tesalonicenses nos inspiran con su fe firme, con su amor entrañable y con su actitud de servicio y amor por la verdad, a pesar de la fuerte persecución y sufrimiento que estaban viviendo por causa del Evangelio. Vemos en ellos cómo una fe auténtica no es debilitada por los problemas sino fortalecida; no así una fe falsa que es destruida por las pruebas y dificultades. Nos llenan de esperanza al enseñarnos que Dios es justo y, al mismo tiempo, misericordioso porque está listo para hacer justicia. La vida del creyente es agradar a Dios y crecer hasta llegar a esa plenitud que llamamos Resurrección, cuya garantía es Jesucristo Resucitado de entre los muertos. La Resurrección no es simplemente la prolongación de esta vida a la futura; es plenitud en comunión con Cristo a quien en vida anunciamos, proclamamos y vivimos; de ello son testigos los tesalonicenses.

Lucas, en su evangelio, nos dice claramente que Dios es un Dios de vivos, no uno de muertos. Por eso Jesús, en este pasaje, desbarata los argumentos de los saduceos quienes acuden a la ley del levirato para tratar de confundir a Jesús, a propósito del caso de una mujer que se ha casado siete veces. La Resurrección transforma por la acción del Espíritu de Dios al creyente, a quien la misericordia y elección divina juzga digno; lo ha perdonado y salvado, y lo llama a la comunión plena con Cristo porque lo amó y lo eligió y, en consecuencia, no morirá. El matrimonio, por tanto, ya no tiene sentido a este nivel. En este nuevo estado sobrenatural, el creyente llega a la plenitud de la comunión con Dios.

Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; es el mismo Dios en quien creyó Job, David y Jesús. Y es un Dios de vivos no de muertos. Así que no le preguntemos tanto a la vida, más bien respondámosle a la vida a través de la misión que realizamos. Ésta sería parte de la enseñanza del Evangelio que hemos escuchado. Una oportunidad para agradecer a Dios el don de la vida, de amar, de aprender, de hacer crecer a otros; de hacer la existencia más agradable y humana para los demás, más digna de ser vivida, más fraternal y esperanzadora.

Misael Pacheco Guevara es aspirante al diaconado en transición; es Líder Pastoral y ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista donde es líder incluyente en el grupo: “God’s Love Is Open To All”. Es profesor en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis de Colombia. Es Doctorando en Educación y Magíster en Filosofía de la Universidad Santo Tomás de Aquino; Licenciado en filosofía, profesional en filosofía y teología de la Fundación universitaria san Alfonso. Tiene estudios en Derechos y Humanos de la Universidad autónoma de Bucaramanga.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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