Sermones que Iluminan

Propio 28 (A) – 2017

November 19, 2017


El año litúrgico se acerca a su fin. Para cerrar el ciclo del recuerdo de la historia de la salvación, los últimos domingos del año siempre presentan el final de los tiempos para nuestra consideración. Hoy es el penúltimo domingo del año litúrgico. Quiere decir que el domingo que viene terminará el año tal como lo celebramos en las iglesias cristianas. El último domingo después de Pentecostés tendrá presente, de una manera especial, el triunfo de Cristo.

Por eso, la lectura de la primera carta a los tesalonicenses concuerda mejor con la parábola de los talentos, que Jesús nos cuenta en el evangelio de Mateo.

La primera carta a los tesalonicenses resulta ser el primer libro escrito del Nuevo Testamento. Es decir, fue escrita antes que los evangelios. Habían transcurrido unos veinte años después de la muerte de Jesús. Los eruditos colocan su composición hacia el año 51 de nuestra era.

Tesalónica era la ciudad griega que hoy se conoce con el nombre de Salónica. Era una ciudad cosmopolita, próspera y en ella florecía un sincretismo religioso, es decir, existían cultos de una variedad de religiones. En Tesalónica, Pablo fundó una comunidad cristiana.

Después de unos años, ya estando en Corinto, Pablo se acordó de su querida comunidad tesalonicense. Les envió esta primera carta en manos de su fiel discípulo Timoteo. El objetivo de la carta era consolarlos de sus preocupaciones con respecto al destino de sus seres queridos que ya habían muerto. Veamos cuál era el problema.

A los primeros cristianos les parecía que los acontecimientos relacionados con Jesús no habían llegado a una conclusión definitiva y perfecta. Creían en la resurrección de Jesús y en su ascensión a los cielos. Sin embargo, faltaba algo. Los cristianos que se habían quedado en esta tierra continuaban peregrinando. El peregrinaje continuaba siendo arduo y duro. Así que empezó a cundir la idea de que el regreso de Jesús era inminente. Esto explica el que los primeros cristianos vendieran sus posesiones y compartieran lo que tenían, pues, ¿para qué lo querían, si el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina con el regreso de Jesús? Convencidos de que Jesús volvía, la nueva comunidad de cristianos vivía en una expectativa inminente.

Pablo era uno de los más fervientes promotores de la vuelta definitiva del Señor. Las comunidades por él fundadas también se habían contagiado de su entusiasmo. Todos esperaban con urgencia el “día del Señor”. En ese día habría una gran fiesta como no se había dado otra en la historia de la humanidad. Rebosantes de alegría todos subirían al cielo en las nubes, a gozar de Dios por toda la eternidad.

No obstante, y como ya se mencionó, a los cristianos de Tesalónica les preocupaba la situación de sus seres queridos ya muertos. ¿Dónde están? ¿Qué les sucederá? Pablo contesta en esta carta de esta manera: “No se entristezcan, como los que no tienen esperanza. Dios resucitará primero a esos muertos y, luego, todos subiremos al cielo. Así que, ¡anímense los unos a los otros con palabras de esperanza y de consuelo”! Y la razón de todo ello es porque los tesalonicenses son “ciudadanos de la luz y del día”, y porque “Dios no nos destinó a recibir el castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Ahora ya sabemos que Jesús no regresó, y que la expectativa sigue en pie. Pero ahora la pregunta tiene un aspecto diferente: ¿qué hacemos mientras tanto”. ¿En qué nos ocupamos mientras regresa el Hijo del Hombre, es decir, Jesús? La respuesta nos la ofrece la parábola tradicionalmente conocida como la parábola de los talentos. Hoy nos encontramos con que cada Biblia se refiere a los “talentos” de una manera diferente: unas hablan solamente de “talentos”, otras de “talentos de oro”, otras de “bolsas de oro”, otras de monedas”. Al parecer, en un principio la palabra “talento” no significaba moneda. Las traducciones modernas siempre se han referido a ella como “don”, “capacidad” o “aptitud”.

En esta parábola se nos invita a la diligencia, a la fidelidad mientras se consuma el tiempo. El punto de tensión se encuentra en la rendición de cuentas, y de manera especial en la conducta del siervo precavido. Jesús denuncia la inconsecuencia de los que reciben el mensaje del reino y luego se refugian en una seguridad estéril. Los discípulos de Jesús tienen que hacer fructificar los bienes del reino durante el tiempo que se les concede.

Así pues, los primeros en sentirse atacados por esta enseñanza fueron los escribas y fariseos que, como el siervo precavido, enterraron o escondieron sus responsabilidades en la tierra. Es decir, se aferraron a las leyes que ellos mismos habían creado, leyes, en muchos casos ridículas y sin sentido, que antes de beneficiar a los seres humanos, les impedían el caminar hacia Dios. Como sabemos, Jesús mismo en muchas ocasiones fue víctima de una situación tan legalista, cuando se le acusaba de quebrantar el sábado. Los escribas y fariseos debieran haber abierto su entendimiento a un espíritu nuevo y haberse arriesgado para poder crear nuevas oportunidades.

En segundo lugar, la parábola nos dice que Dios ofrece a cada persona diferentes talentos y cada uno debe responder con ellos de una mera responsable, incluso arriesgando para multiplicarlos. Aquí lo que importa no es cuántos talentos da a cada uno, sino cómo respondemos con los que hemos recibido. Dios no va a demandar cuentas a nadie por dones que no haya recibido. Pero sí quedará muy sorprendido de que no hayamos colaborado con los dones y talentos que nos ofreció.

Y esta enseñanza tiene sentido en todos los sectores de la vida. Por ejemplo, cómo podemos avanzar la causa de la humanidad para que se dé más justicia en el mundo, cómo podemos ser más responsables en nuestros hogares en nuestro matrimonio y en la educación de nuestros hijos y, finalmente, cómo podemos colaborar en nuestra iglesia, en nuestra comunidad de creyentes. No podemos asistir al templo como espectadores que van a contemplar un espectáculo. La iglesia somos todos, y todos juntos debemos esforzarnos para lograr que el reino de Dios sea una realidad lo antes posible.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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