Sermones que Iluminan

Propio 4 (C) – 2016

May 30, 2016


Antes de enfocarnos en el mensaje del evangelio de hoy, debemos recordar que Jesús ha estado ocupado predicando las Buenas Nuevas, sanando enfermos y enseñando a la gente sobre el Reino de Dios. Hoy encontramos a Jesús en camino a Cafarnaúm. Al llegar a la ciudad un grupo de ancianos de la sinagoga le estaban esperando.

El capitán romano, que era un gentil, tenía un criado al que estimaba mucho, quien estaba muy enfermo y a punto de morir. El capitán había escuchado del poder milagroso de Jesús. Envió ancianos judíos, representantes del mismo grupo étnico de Jesús, para que le hablaran en su nombre. Ellos se presentaron ante Jesús para rogarle que fuera a sanar al criado del capitán romano y no sólo llevaron su mensaje, sino que también añadieron su propia recomendación: “Este capitán merece que lo ayudes,  porque ama a nuestra nación y él mismo hizo construir nuestra sinagoga”.

El capitán romano no se deshace de su criado, no trata de reemplazarlo debido a su incapacidad o enfermedad. Todo lo contrario; el capitán romano suplica, por medio de los ancianos judios, por el restablecimiento de la salud a su criado. Sabiendo de sus diferencias con Jesús y su tradición Judía, decide no presentarse él mismo ante Jesús, sino que envía representantes judíos a implorar en su nombre.

A pesar de la diferencia racial, política y social Jesús se dirige a la casa del capitán romano cuando de repente recibe un segundo mensaje de unos amigos del capitán: “Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa;  por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte. Solamente da la orden, para que sane mi criado.  Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando”.

Puede ser muy fácil enfocarnos en el poder sanador de Jesús y en su autoridad. Tan solo pronuncia palabras para que el criado sane. Igualmente pudiéramos enfocarnos en la autoridad de un capitán romano, su posición de liderazgo y poder para dar órdenes, pero eso no fue lo que le impresionó a Jesús. Lo que le impresionó a Jesús fue que este hombre, un no creyente, mostrara una fe extraordinaria. Jesús, no habiendo visto hasta ese momento una fe tan profunda, se sintió tan conmovido que se dirigió a la gente que lo seguía y les dijo: “Les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe como en este hombre”. El criado fue sanado y por supuesto sabemos que fue Jesús quien lo sanó.

Por otro lado, pudiéramos también reflexionar en la fe del centurión y como su fe jugó un papel crítico y fue un acto necesario en este evento milagroso.

La fe del capitán romano seguramente fue lo que le permitió amar más allá de las barreras étnicas y religiosas; fue su fe, lo que le permitió obrar por el pueblo de Dios; fue su fe, lo que le permitió acercarse a Jesús con humildad; y finalmente, a través de esa fe, él puso toda su confianza en Jesús.

Nuestro tiempo, nuestro mundo, tiene gran necesidad de que las personas de fe seamos una luz de esperanza. Eso se afirma en los siguientes textos bíblicos del Nuevo Testamento sobre la fe. En la carta a los Efesios, escuchamos: “Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe”. En la segunda carta de san Pablo a los Corintios, escuchamos: “Ahora no podemos verlo, sino que vivimos sostenidos por la fe”. En el evangelio de Marcos escuchamos: “¡Todo es posible para quien tiene fe!” y en la carta a los Hebreos escuchamos: “Los justos por la fe vivirán”.

A través de todo el Antiguo Testamento también encontramos historias de personas que dieron un paso al frente y afincándose en su fe: Ester, Abram, Isaac, Jacobo y Sara. Estos individuos vivieron una vida de fe y de relación con Dios. Dios puso a prueba la fe de Abraham cuando le pidió que le ofreciera en sacrificio a su hijo Isaác.

Muchos hoy en día se alejan de la fe en Dios. En el siglo veintiuno muchos pensamos que nuestros logros, las cosas que creemos, lo que nos motiva a actuar y la forma en que entendemos el mundo se basa solamente en métodos científicos, o en evidencias o ponemos fe en la riqueza, la avaricia y en la fe en sí mismo, que no toma en cuenta la vida en comunidad. Vivimos en tiempos donde las iglesias están perdiendo su relevancia. Hay momentos en que solemos restarle importancia al poder transformador de Dios que actúa a través de nuestra fe. Nuestro tiempo, nuestro mundo, tiene gran necesidad de que las personas de fe seamos una luz de fe y esperanza en algo más.

Grupos de ateístas han sostenido argumentos en contra del Cristianismo por mucho tiempo. Muchos de ellos afirman que la fe es meramente una creencia que no se basa en evidencias; que es un proceso activo desconectado de la capacidad de pensar. Otra forma de decirlo sería, que la fe es una negación de la realidad y que sólo los ignorantes dependen de ella. Y por último, que la fe no es más que una superstición.

La fe es la que nos permite seguir adelante a pesar de los grandes retos que enfrentamos en el mundo en que vivimos: la pobreza, la injusticia, el calentamiento global, la escasez de recursos naturales y la sobrepoblación que representan un peligro ambiental catastrófico para toda la humanidad. Lo cierto es, que la fe es central para nuestra existencia diaria.

En los momentos más oscuros y de gran depresión, es la fe en Dios la que nos puede liberar de la desesperanza, lo único que pudiera dejarnos ver nuevamente lo bueno de nuestras vidas con alegría y satisfacción.

No debemos dejar que nuestra fe sea una simple superstición, sino que al renovar nuestra esperanza nos debe impulsar a la acción de amar y de servir en nombre de Él quien nos amó y nos envió al mundo en su nombre.

El capitán romano estaba convencido, los ancianos judíos también. Jesus sabía que la fe es una fuerza poderosa que está presente en el universo y que la fe, cuando va acompañada de valor, es un instrumento muy poderoso que pone en movimiento la energía sanadora de Dios, tanto en nosotros como en el mundo. Para nosotros los cristianos, la fe no es creer si Dios puede, la fe es nuestra certeza de que Dios sí puede.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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