Sermones que Iluminan

Propio 5 (B) – 2018

June 11, 2018


¡Qué difícil distinguir la voluntad de Dios en el mundo en que vivimos! Los ejemplos abundan: “los necesitados son responsabilidad del gobierno”, “los inmigrantes quitan el trabajo a los ciudadanos”, “la homosexualidad es antinatural y repugnante a los ojos de Dios”, “Dios habla solo a través de tal o cual iglesia”, “el planeta nos fue dado para que lo explotáramos”, “para qué hacer la fila si mi amigo va mucho más adelante y seguro me dejará colar”. El ser humano se halla inmerso en un sinnúmero de realidades que muchas veces seducen con argumentos convincentes. Nos seducen a alejarnos de la práctica de la misericordia, del respeto a la moral, de la vivencia de los valores, incluso, nos tientan a alejarnos de Dios y nos alejan del mensaje de Jesús.

No por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios podemos dejarnos engañar con juicios seductores que no nos permiten apreciar el milagro, el actuar del Espíritu, la misericordia y la revelación de Dios que opera a cada instante de nuestras vidas. Son las voces que nos rodean y logran que actuemos de maneras contrarias a los valores de las enseñanzas de Jesús. Utilizamos versículos bíblicos fuera de contexto para afirmar los ideales del mundo: “la serpiente me engañó, y por eso comí del fruto”, dice la mujer en el libro del Génesis esta mañana. También, decimos, el “diablo” me hace mentir, me hace engañar, me convence de que hago lo correcto cuando no es cierto. ¿Será parte de nuestra naturaleza humana querer ser dios? Es decir, no hacer la voluntad de Dios sino la humana y pretender ser superiores a todo y a todos.

¿No hubiese sido más fácil que Dios simplemente no hubiera creado ese árbol? ¿Para qué ponerlo allí si luego lo iba a prohibir? En el libro del Génesis se lee: “¿Acaso has comido del fruto del árbol del que te dije que no comieras?” Se podría pensar que se trata de un Dios tentador, que pone trampas. ¡Atención! Dios no es tentador; el “diablo” es el tentador/calumniador. El árbol del que está prohibido comer es la imagen del límite: todo nos ha sido dado, pero con límites. La libertad de la que goza el ser humano no es absoluta.

Baste ver lo que hemos hecho los seres humanos cuando hemos traspasado las fronteras de nuestra libertad, cuando hemos ido más allá de los límites de nuestro señorío simbolizados en el árbol prohibido: guerras, destrucción, extinción, explotación, opresión, engaño, discriminación, y muerte. No todo lo que es materialmente posible de realizar es éticamente realizable y hay situaciones donde no nos debemos exceder, aun cuando tengamos el conocimiento de poder hacerlo. Por esto, cuando caemos en cuenta del abuso, nos sentimos desnudos, desnudas y al descubierto, es decir, avergonzados y avergonzadas ante Dios, pues reconocemos nuestras faltas. La humanidad ha de respetar ese árbol, el límite que Dios nos ha puesto, y de no sucumbir al tentador que convence de que es correcto aquello que no lo es.

¿Qué serpientes y qué frutos han sido el objeto de las tentaciones a través de la historia del mundo? En el evangelio de Marcos las autoridades religiosas cuestionan la divinidad de Jesús por las obras milagrosas que hizo. Inclusive, esas autoridades implican que Jesús mismo está operando en nombre del diablo, de Beelzebú, al decir: “es quien le ha dado a este hombre el poder de expulsarlos.” Estas autoridades representaban el poder religioso y político de la época. Seguramente muchos de estos eran los líderes políticos, sociales, religiosos y empresariales del pueblo que hoy día dirían: “altere los informes señorita contable”, “cuélese en el transporte que ellos ganan demasiado”, “¿le dieron más dinero de cambio? Quédese con él que a usted le hace más falta.” ¡Sabemos en nuestros corazones lo que hacemos y decimos, pero a veces ignoramos esa vocecita del Espíritu Santo!

¿Cómo reconocer la voluntad de Dios? ¡Hasta la misma familia de Jesús dudaba de él! Sus parientes quisieron impedir su misión bajo el pretexto de que se había enloquecido; dice el evangelio de Marcos: “Cuando lo supieron los parientes de Jesús, fueron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco… llegaron la madre y los hermanos de Jesús, pero se quedaron afuera y mandaron llamarlo.” Se trata de una clara contraposición entre el discipulado, la voluntad de Dios y quienes parecen ser los más cercanos a Él.

La clave para distinguir la voluntad de Dios de la tentación humana nos la da Jesús y la escuchamos en el evangelio que acabamos de escuchar: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?… Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.” En estas palabras encontramos el verdadero discernimiento y al poner en práctica el mensaje del Reino de Dios toda persona forma parte de la familia del Señor.

Hermanos y hermanas, como nos dice Pablo su segunda carta a los corintios: “las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.” Acostumbrémonos a discernir porque muchas veces lo que proviene de Dios es invisible. Valores como el amor, la misericordia, la solidaridad, el espíritu de acogida, el perdón… solamente son visibles a través de la práctica. La única forma de entenderlos y vivirlos es a través de nuestras acciones en la vida cotidiana y en el bien que podemos practicar. De otra manera, permanecen invisibles o como conceptos, palabras o definiciones atractivas.

En este tiempo de Pentecostés, oremos por las obras de cada persona cristiana porque esos son los verdaderos frutos del Santo Espíritu de Dios, el Espíritu divino que habita en cada uno de nosotros y nosotras y se propaga en el mundo.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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