Sermones que Iluminan

Propio 6 (C) – 2016

June 13, 2016


En el evangelio de hoy, mujer pecadora que se le acerca a Jesús durante una comida en casa de Simón, un fariseo. Jesús no la rechaza ante la sorpresa de los presentes.

En la época del Nuevo Testamento, la mujer vivía en condiciones las cuales muchos consideraríamos injustas hoy en día. Entre otras muchas desventuras, ni siquiera se le permitía entrar en la sinagoga local. Irónicamente, la mujer de nuestro relato es bien recibida por Jesús en la casa de Simón, un fariseo. Este acto de Jesús es un mensaje de lo que Él espera de los líderes religiosos y de las casas de oración.

Al igual que esta mujer supo irrumpir en la casa de Simón y en la historia para alcanzar la gracia y el perdón de Dios, son muchas las mujeres en el testimonio bíblico que han sabido enfrentar la exclusión social y religiosa: Judit, Ester, Ruth, Noemí, Susana, la Sulamita y muchas otras. En el episodio de la mujer del perfume que nos ocupa hoy, emergen el inconformismo y la resistencia de las mujeres en el día a día de la vida y la acogida que Jesús les brindaba. Una situación muy distinta a la falta de hospitalidad de Simón.

A Simón le fue muy difícil aceptar aquel despliegue de afecto y solicitud de Jesús. Él no puede ver a la mujer como una hija de Dios, más bien, para este fariseo ella es una amenaza a su propia bondad y pureza. La percibe como a alguien a quien evitar. Simón no es del todo un mal hombre. Su deseo es de hacer el bien cumpliendo la ley, para ser llamado justo. Su “pureza” es su ídolo. Simón no se da cuenta que él también es un pecador perdonado por la gracia de Dios. No cae en cuenta cuán interconectados están él y la mujer quien él cuestiona y rechaza. Su narcisismo es tal, que no ofrece hospitalidad ni a Jesús, su propio invitado. Es común de las religiones las preocupaciones convencionales especialmente acerca de quién es, y quién no es merecedor o aceptable de honor. Pero los relatos bíblicos registran la experiencia de un Dios que siempre supera la norma. El Dios de los textos bíblicos es un amante que no discrimina, un apasionado con una obsesión por el perdón y la justicia.

Este amor incontenible se hace patente en los otros textos bíblicos del día de hoy. Cuando el rey Ahab manifiesta su total menosprecio por la dignidad de su vecino, invoca la ira de Yahvé, quien, mediante el profeta Elías, se enfrenta al rey con el juicio del Señor. En el salmo de hoy en respuesta a esta historia, el Dios de Israel es presentado como Aquel que desprecia las maquinaciones, desprecia a los mentirosos y a los que ejercen dominio hacia los demás.

En la maravillosa historia de Lucas, Jesús coloca al amor de Dios en “pantalla completa”. A pesar del sobresalto y el asombro de los poderosos defensores de las expectativas religiosas convencionales de su época frente a lo que él dice y hace, Jesús no sólo acepta la solicitud de una mujer conocida en la zona como “pecadora”, sino que calla a su piadoso anfitrión con un reproche: “Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra”.

La capacidad del Dios de los textos bíblicos para hacer añicos las expectativas humanas nunca cesa. Pero no es un Dios que choca por el simple placer de chocar, no es por rebeldía; es el resultado inexorable del amor que sobrepasa incesantemente los límites de su propio don. En estos mismos textos, el amor de Dios está siempre emparejado con una pasión por la justicia. Dios repudia la explotación de las personas vulnerables hoy y siempre.

Un autor cristiano norteamericano, cuenta la historia de un amigo suyo en Chicago que trabajaba con las personas pobres de la ciudad, a quien una vez visitó una prostituta que se encontraba en una situación realmente desesperada. Con la prostitución, mantenía su adicción a las drogas, se encontraba sin hogar, enferma y ya no podía comprar comida. El amigo del autor le preguntó si había pensado en ir a una iglesia en busca de ayuda, a lo que la mujer respondió horrorizada: “¡¿Ir a una Iglesia?! ¿Por qué habría de ir allí? Ya me siento bastante mal conmigo misma. Ellos sólo me harían sentir peor”. Ella había experimentado la Iglesia como un lugar donde es juzgada. Un lugar carente de hospitalidad. La historia de Simón es muy a menudo la historia de la iglesia. Muchas personas como la mujer del perfume lo experimentan a diario. Aquellos que, como ella, se acercaban a Jesús, hoy evitarían ir a muchas iglesias.

Después de que Jesús le da su perdón a la mujer y la envía en paz al mundo, sabemos que luego la recibe en el círculo más íntimo de su comunidad de seguidores y discípulos.

Muchos hemos sido excluidos. Muchos más aún excluímos y rechazamos a otros. Pero Jesús nos recibe, nos ama con abandono. Derrama su perdón sobre nosotros así como derramó su sangre en la cruz y la mujer el perfume sobre sus pies. ¿A qué nos llama ese acto amoroso de Jesús? ¿a dónde se van hoy los pecadores redimidos luego de la paz del Señor? ¿Son bien recibidos en nuestras iglesias? ¿Estamos construyendo una comunidad de perdón y de pecadores perdonados? Esta es una historia que nos clama a gritos la necesidad de una iglesia que diga claramente y con sinceridad ¡aquí eres bienvenido!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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