Sermones que Iluminan

Segundo Domingo de Pascua (C) 2010

April 18, 2024

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por la Rvda. Diacona Marivel Milien

Hechos 5:27-32; Salmo 118:14-29; Apocalipsis 1:4-8; Juan 20:19-31

En este segundo domingo de Pascua, la alegría continúa con el canto: ¡Aleluya! Cristo ha resucitado. La sorpresiva aparición de Jesús en la noche de la misma resurrección fue motivo de completa alegría para el grupo de los apóstoles. El Señor, resucitado, se introdujo en medio de un grupo prácticamente derrotado, entristecido y encerrado por miedo a los judíos. Nada, en aquel instante podría haber sido más importante para los apóstoles que volver a ver al Señor. Sí, como dice la Escritura, se alegraron de ver al Señor. Hoy participamos todos de esa alegría. La noticia de la resurrección es una gran noticia para el cristiano. La Iglesia pregona esta noticia con gozo y esperanza. Ha pasado ya una semana y la Iglesia sigue celebrando aquel extraordinario acontecimiento y nos invita anualmente a evaluar nuestra visión evangélica siempre teniendo presente la resurrección de Jesús. Sin duda, se trata de un hecho maravilloso y, como reza el salmista, estamos sumamente maravillados (Sal 118:2).

La presencia de Jesús trajo consuelo y seguridad a sus seguidores. A ellos se les encomendó en seguida la tarea de llevar un mensaje de perdón y de reconciliación al mundo. Cada vez y en cada lugar donde se predique este mensaje de victoria, el espíritu de Jesús está presente para garantizar el perdón y la paz. Ésta es la paz divina que llena los corazones y da plenitud de gozo a todos los creyentes. Fue con ese sentimiento de confianza y serena tranquilidad cómo Jesús envió a los discípulos como testigos de paz. Y como tal, quedaron comprometidos con una misión de reconciliación y solidaridad entre todos los pueblos y razas.

El mensaje de Cristo ha de ser respaldado por el poder y la autoridad del testimonio de quien lo proclama. El mensaje jamás ha de ser distorsionado. No cabe duda ni inseguridad cuando se habla del amor de Dios. Jesús es la vida misma y los que creen en él son dichosos porque el reino de Dios les pertenece. Sin la resurrección de Jesús la Iglesia no tendría un mensaje poderoso, porque la Iglesia es un instrumento del Cristo resucitado para propagar el mensaje de salvación a toda la humanidad. Y ahí está la acción del Espíritu Santo para mantenerla pura hasta el día de su regreso con gran poder y gloria.

Así como en medio de la desolación y del temor los apóstoles recibieron la fuerza del Espíritu Santo, así mismo hoy, Jesús unge con el Espíritu a todos aquellos que creen en su nombre y le obedecen para un ministerio exitoso dentro y afuera de la Iglesia. Como había una relación perfecta de amor y obediencia entre el Hijo y el Padre, así también es el llamado de la Iglesia a tener una relación semejante. El ejemplo está patente en la autoridad dada a los apóstoles, mediante el don especial del Espíritu Santo. A ellos se les encomendó una misión importantísima que consistiría en garantizar el perdón de los pecados. “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a quienes no se los perdonen les quedarán sin perdonar”.

El evangelio de hoy nos asegura que la misión de la Iglesia es promover la paz en el mundo mediante el perdón y la reconciliación. Nos puede parecer sorprendente cómo unos pobres pescadores, llegaron a ser personas con autoridad y particular privilegio para establecer la diferencia entre sus semejantes. Y todo esto, gracias al poder que les dio el Señor resucitado.

El testimonio de los apóstoles abunda en convicción y de él se desprende la seguridad de que hay que obedecer primero a Dios que a los humanos. Pedro exteriorizó esa seguridad ante la Junta Suprema. Es posible que el intrépido apóstol se acordara del momento en que Jesús les advirtió que por la causa del mensaje serían conducidos ante el Sanedrín. También les prometió que cuando esto sucediera, que no se preocuparan de cómo se defenderían pues el Espíritu Santo les pondría en la boca las palabras necesarias. Bienaventurados son aquellos que creen en la verdad. En medio de las persecuciones había motivos de miedo, pero los apóstoles fueron valientes al dar testimonio del Cristo glorificado.

Iluminados por el Espíritu de Dios, debemos darnos cuenta de que nuestro Señor es definitivamente el camino, la verdad y la vida. No cabe duda de que los que creen en esta buena nueva y la propagan con amor, son los que verdaderamente reciben el perdón de sus pecados como regalo de Dios. Al estar unidos al Cristo resucitado nos hemos convertido en hombres y mujeres nuevos, lavados por la sangre del Cordero inmolado para limpiarnos de toda impureza.

Hablar del pecado es hablar de algo más profundo que de las faltas de cada día. Implica mucha debilidad el negarse a creer sin ver, a la manera de Tomás. O caer en la tentación de no abandonar el mal, y seguir viviendo una vida de infelicidad provocada por el inútil orgullo que mantiene al ser humano apartado del amor de Dios.

Hoy los cristianos podemos llevar el mensaje de Jesús a otros, gracias a nuestras experiencias personales y, sobre todo, con la guía del Espíritu Santo. Las condiciones no son siempre favorables, pero de todas formas se puede esparcir la semilla del evangelio. El desafío de la Iglesia es el de convencer al mundo de que algún día la humanidad va a ser sorprendida por la reaparición del Señor. La obra de redención que promueve el misterio pascual es que todos podamos ver la venida de ese gran día.

El propósito del pasaje del evangelio de Juan, es el de extender una invitación clara y abierta a todos a que acepten a Jesús como salvador. Jesucristo vino para dar vida y quien cree en él, encuentra la vía que conduce a la vida eterna.

El misterio pascual constituye el centro de nuestra fe. Descubrimos en él la manifestación real del Hijo de Dios que consumó el pacto del Padre con su creación: perdonando, reconciliando y redimiendo. Unidos a Cristo por la fe, llegamos a ser personas nuevas. Así se cumplen las escrituras que afirman que las cosas viejas ya pasaron y todas son hechas nuevas gracias al amor y poder de Dios manifestados en el Hijo amado, muerto y resucitado.

¡El Señor ha resucitado! Él ha dado con su vida el mayor ejemplo de amor a la humanidad. La Iglesia redimida por su preciosa sangre ha de seguir llevando el testimonio de su amor a toda la humanidad. No hay tiempo que perder. Todos a la acción. Con la resurrección Jesús da un severo golpe a la incredulidad de muchos. Su amor y su justicia son eternos. Hoy es el mejor momento para tener un encuentro personal con Jesús. La promesa del evangelio es que al creer en Cristo todos tendrán vida por su nombre.

Oremos. Jesucristo, hoy me consagro a ti. Te acepto como mi Salvador y te entrego mi vida. Gracias Señor, pues tu bondad perdura para siempre.

— Marivel Milien es diacona desde 2007, ordenada por el obispo Leo Frade. Comparte su ministerio en una congregación hispana de Miami, Florida, donde vive con su esposo, el Rvdo. P. Smith Milien y sus tres hijos. Es oriunda de la República Dominicana.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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