Sermones que Iluminan

Transfiguración – 2013

August 07, 2013


Acogemos hoy el testimonio del apóstol Pedro que después de la experiencia de la resurrección, dirige su enseñanza a la comunidad primitiva recordándoles lo que él, como testigo ocular, presenció: “Os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: ´este es mi Hijo muy amado en quien me complazco´. Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo”. (2 Pedro 1:16-18).

Esas palabras no sólo hacen eco en la comunidad de hace dos milenios sino que se actualizan en nuestra Iglesia hoy, donde tomamos conciencia de que el camino de Jesús que conduce a la gloria pasa por la experiencia de la cruz. La revelación dada a Pedro, Santiago y Juan sobre la gloria futura, sólo se comprenderá a la luz de la resurrección, donde a su vez, la resurrección sólo se comprende en relación con el sacrificio de la cruz. ¡No hay gloria sin cruz! Aproximémonos un poco más a esta experiencia y actualicémosla en el hoy de nuestro caminar como discípulos, para ello dejemos que la Palabra ilumine nuestra reflexión.

Jesús escoge a aquellos que en el lago de Galilea le habían dicho sí a la invitación de seguirle. Ir tras Jesús implica ser testigos del ser y quehacer de la persona del Maestro, por ello se les presenta de una manera nueva en el lugar donde la teología del Antiguo Testamento coloca las grandes revelaciones de Dios: “La montaña”. Allí, vestido de blanco (color que representa la dimensión gloriosa divina) se presenta como la síntesis entre la ley representada por Moisés y la profecía representada por Elías. El objetivo de esta revelación es animarles para seguir las huellas del Maestro y así ser transfigurados como él participando de su gloria como resucitado. Esta misma realidad se actualiza en nosotros el día de hoy, quienes le contemplamos en su gloria, pero a la vez en fe, queremos participar de su gloria futura como resucitados.

Visto desde esta perspectiva, celebrar hoy la transfiguración significa acoger la invitación al diálogo que Jesús quiere tener con los suyos. Un diálogo que podríamos continuar sobre todo en los momentos difíciles y de oscuridad, cuando buscamos que el Señor se nos presente como es para darnos fuerza y esperanza para enfrentar los avatares de la vida cotidiana.

La montaña es el lugar por excelencia donde Dios revela sus designios. En esta oportunidad no será la excepción, ya que el propio Padre revelará a los discípulos de aquella época y a los de todos los tiempos la identidad de Jesús como su propio Hijo, a quien se le debe escuchar, pues lo que comunica con sus hechos y palabras es el querer de Dios para todos los hombres.

A pesar del sueño Pedro y los otros discípulos “vieron su gloria” (Luca 9:32). De la misma manera nosotros, a pesar del sueño producto del cansancio que se va presentando, debido a las diferentes problemáticas que van apareciendo en nuestras vidas, estamos invitados a ver la gloria del Hijo de Dios en la cotidianidad de nuestra historia. Sin embargo, debemos tener cuidado de caer en la tentación de querer quedarnos en este estado de “éxtasis”, sin comprender que la subida a la montaña implica un bajar de ella transformados y llenos de esperanza para poder contemplar esa gloria de manera permanente en nuestro acontecer.

El lenguaje de Pedro es bíblico, porque la palabra “tienda” para él es sagrada, indica la habitación donde Dios circunscribe su presencia. Pero la contemplación de la transfiguración de Jesús no puede paralizar nuestro caminar ni mucho menos apartarnos de la visión de una serie de realidades concretas de la vida, realidades duras que tenemos que enfrentar en el nombre y con el  Espíritu del Señor.

Para poder llegar a contemplar la gloria futura, el discípulo, es decir, cada uno de nosotros, tendrá que ser obediente a la palabra del Padre que invita a escuchar al Hijo, quien a su vez indica que el camino para llegar a esa gloria será el de la cruz. Pedro y cada uno de nosotros tendrá que hacer un aprendizaje, donde se debe tener cuidado que la contemplación de la transfiguración del maestro puede convertirse en una fuga de la realidad si no está acompañada de la escucha de sus palabras sobre el tomar la cruz y seguirle.  Por tanto, subir a la montaña implica tener capacidad de escucha para que al bajar de ella se pueda asumir de manera responsable el camino de la cruz.

En medio del éxtasis que produce el ver la gloria del Hijo de Dios rodeado por la misma nube que conducía a Israel por el desierto, debemos comprender como discípulos, que la transfiguración del Señor es un llamado a la esperanza, para que no nos encerremos en nuestros problemas o peor para que no construyamos una espiritualidad que huye de los problemas haciendo de la oración un escondite que en realidad no los soluciona. A partir de la oración debemos salir con una nueva comprensión de nuestros problemas y, por ende, de nuestra realidad. Saber estar ante Jesús en la transfiguración nos educa para también saber estar delante de la tumba vacía sin emprender la fuga.

La experiencia contemplativa de la gloria de Jesús no puede alejarnos de las realidades terrenas, por el contrario, debe llenarnos de fuerza para que a partir de la escucha de Jesús el Hijo de Dios, podamos enfrentarlas llenos de esperanza, la cual es interpelada sobre todo desde los más hondos y radicales problemas que nos afectan en nuestra individualidad personal; por ejemplo, el sufrimiento en diferentes aspectos tales como el físico, psíquico, moral y social; el sufrimiento comprensible y razonable, o el sufrimiento incomprensible e injustificable; el sufrimiento de los inocentes, que cuestiona todos los esquemas mentales de la teodicea y muchos de la teología.

La esperanza mediada por la autoconciencia y por la libertad, es una semilla oculta en lo más hondo del corazón del hombre, y que está llamada a germinar y dar frutos de felicidad. La esperanza es el único bien común a todos; los que todo lo han perdido la poseen aún. Por eso mismo, la esperanza tiene profundas raíces antropológicas y aflora siempre de nuevo cuando todo parece hundirse bajo nuestros pies.

La esperanza cristiana vive referida y abierta al futuro. No a un futuro cualquiera o indeterminado sino a un acontecimiento de plenitud que tiene como punto de partida y de llegada a Jesucristo. Esta precisión matiza la esperanza de una forma singular respecto a otras esperanzas que se centran en la determinación espacio-temporal, es decir, aquellas esperanzas que no sobrepasan la inmanencia. Por este motivo, como creyentes podemos afirmar que nuestra esperanza está puesta en Aquel que murió y resucitó según las Escrituras (1 Corintios 15:3-5), Aquel a quien el Padre invita a escuchar permanentemente en la historia.

Entonces, reflexionemos: ¿Qué tanto le estamos escuchando? ¿Qué tan madura es nuestra experiencia de oración como para salir del éxtasis de la misma y enfrentar la vida con esperanza? Recuerde que sólo el discípulo que baja de la montaña podrá asumir la experiencia de la cruz como acto de configuración con la persona de Cristo. Y queda la pregunta ¿Qué tan configurados estamos?

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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