Sermones que Iluminan

Último Domingo después de la Epifanía (B) – 2015

February 16, 2015


Hoy, el último domingo después de Epifanía, la Iglesia Episcopal celebra el Día Mundial de las Misiones. Hoy es el día en que se nos pide celebrar que somos una iglesia misionera. Hoy es el día cuando todos estamos llamados, a través de nuestros votos bautismales, a buscar y servir a Cristo en todas las personas y respetar la dignidad de todo ser humano, a continuar en las enseñanzas de los apóstoles y proclamar, por medio de la palabra y el ejemplo, las Buenas Nuevas de Dios en Cristo.

Hoy es un día en que recordamos que mediante nuestro bautismo renacemos en la familia de Cristo, como hijos de Dios.

En la lectura del evangelio de hoy, se nos recuerda la divinidad de Cristo como el Hijo de Dios, y por lo tanto, se nos recuerda nuestra relación con Dios, como hijos de Dios y hermanos y hermanas en Cristo. Una razón por la que el Día Mundial de las Misiones es importante es que se nos recuerda que, como hijos de Dios, formamos parte de una familia global y somos mutuamente responsables unos de otros.

En 1963, 16 mil anglicanos de todo el mundo se reunieron en un Congreso Anglicano para discutir asuntos del ministerio mutuo, y vivir en la creencia de que la Comunión Anglicana es una sola familia, interdependientes mutuamente unos de otros.

Este congreso tuvo problemas con las cuestiones de la interdependencia en un mundo económicamente desigual. El congreso habló de alejarse de la idea de dar y recibir, y en su lugar centrarse en la igualdad, la interdependencia y la responsabilidad mutua. El congreso trató de la necesidad de examinar rigurosamente el sentido en que usamos la palabra “misión” en la descripción de hacer algo por los demás.

Tal vez uno de los comentarios más reveladores en el documento final es: “La misión no es la bondad de los afortunados sobre los desafortunados; es la obediencia mutua y unida al único Dios, de quien es la misión. La forma de vivir de la Iglesia debe reflejar eso”.

Si realmente creemos que somos hijos de Dios y hermanos y hermanas en Cristo, entonces tenemos una responsabilidad más profunda, no sólo hacia nuestra familia de nacimiento, sino también hacia nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.

Vemos atisbos de esta conexión, a menudo en momentos de tragedia. El 15 de abril de 2014, cuando Boko Haram secuestró a más de 270 niñas de una escuela secundaria en Chibok, Nigeria, hubo una protesta en todo el mundo, y vimos que muchas personas formaron parte de la campaña “Devuélvannos a nuestras hijas” [#BringBackOur Girls], incluyendo a la Primera Dama Michelle Obama. El grito fue: “Devuélvannos a nuestras niñas”, no a “esas” niñas o a “sus” niñas, sino a “nuestras” niñas.

Más recientemente, después de los ataques terroristas en París, la comunidad mundial se unió de nuevo, anunciando “Je suis Charlie” – “Yo soy Charlie” – para demostrar solidaridad con el personal asesinado del periódico satírico francés Charlie Hebdo.

Hay momentos en nuestra conciencia colectiva, cuando sabemos que todos estamos conectados íntimamente, y formamos parte de la misma comunidad global y que somos hijos de Dios. Dentro de la Iglesia, muchas personas experimentan esto durante las principales fiestas y estaciones del año, cuando podemos sentir las oraciones de millones de personas durante Cuaresma o Pascua o Navidad. Lo maravilloso de ser episcopal y miembro de la Comunión Anglicana mundial es que también sabemos que estamos conectados por el Libro de Oración Común, en el que, aunque ha sido adaptado culturalmente y escrito en muchos idiomas, nuestras oraciones fundacionales son las mismas, y las hacen más de 80 millones de personas en todo el mundo todos los domingos.

¿Cómo se vería si este sentido de unidad, esta sensación de formar parte de una familia global fuera algo que se sintiera de manera más regular e íntima?

La Iglesia Episcopal es una iglesia misionera; nuestro nombre oficial corporativo declara que somos la Sociedad Misionera Doméstica y Extranjera. Nuestro Pacto Bautismal declara que creemos en lo que decimos, y vamos a obrar en la forma en que lo decimos.

La Iglesia Episcopal continúa enviando misioneros a todo el mundo, jóvenes y gente de joven corazón. Con el Cuerpo de Servicio de Jóvenes Adultos existe una oportunidad para aquellos entre las edades de 21 y 30 años de viajar a otra parte del cuerpo de Cristo y ver al Espíritu Santo moviéndose alrededor del mundo. La Iglesia Episcopal también ofrece oportunidades para que los adultos sirvan en toda la Comunión Anglicana.

Mientras que nuestras parroquias, diócesis y denominación envían misioneros a todo el mundo, todos estamos llamados a participar en este ministerio. Todos estamos llamados a orar juntos, a apoyar mutuamente, a abogar por, a estar con, a compartir historias con, a escuchar, y a adorar juntos con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.

Como se nos recordó en el congreso de 1963, “no misionamos a otros o para otros”. La misión no es una actividad en la que alguien es “enviado” y “recibido”, la misión no consiste en la bondad de los afortunados sobre los desafortunados, o en dar un poco de nuestro exceso. La misión es estar en una relación recíproca plena e interdependiente, en la que reconocemos que somos sangre de la misma sangre, carne de la misma carne.

Cuando una persona sufre, todos sufrimos. Cuando una persona no es capaz de vivir plenamente en su humanidad, debido a la falta de derechos humanos, entonces todos sufrimos.

Mientras vemos atisbos de esta conexión en momentos de gran alegría y en momentos de gran tristeza, nuestro reto es ver esta conexión cada momento de cada día. El reto consiste en sentir esta conexión con nuestras hermanas y hermanos cuando estamos inmersos en nuestra vida diaria, ya sea comprando café a precio justo o cabildeando por la igualdad de oportunidades y mejores condiciones de vida para los que trabajan en las fábricas de todo el mundo haciendo la ropa que vestimos.

El Día Mundial de las Misiones nos recuerda que todos estamos íntimamente conectados entre sí. Las niñas que fueron secuestradas en Nigeria son nuestras hermanas e hijas. Las familias que viven hambrientas en Sudán forman parte de nuestra familia. Los niños que no pueden ir a la escuela en el África occidental debido al Ébola son nuestros hijos, al igual que son parte de nuestra carne y sangre, como nuestras familias en casa.

Nuestro reto, de cada día de cada semana, es ¿cómo vivimos en esta “realidad cristiana” de la vida? ¿Cómo vivimos fielmente nuestros votos bautismales? ¿Cómo podemos aprender a ser una comunidad global como Dios quiere que vivamos?

En un nivel práctico, sin duda podemos estar más informados:

Podemos escuchar las noticias de todo el mundo y estar educados acerca de nuestros hermanos y hermanas que sufren.

Podemos aprender del trabajo de los misioneros de la Iglesia Episcopal a través de su sitio web.

Podemos abogar por los pobres y conectar con la Red Episcopal de Políticas Públicas.

Podemos donar a través de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo.

Podemos orar por nuestros hermanos y hermanas.

Podemos visitar, compartir nuestras historias y escuchar las historias de los demás.

Levantando pancartas y declarando nuestra solidaridad con los demás en momentos de crisis demostramos nuestra unidad en conjunto y es importante que lo hagamos. También estamos invitados por Dios a elevar los corazones, las mentes y nuestro ser para conectar con nuestra familia global.

Hoy es el Día Mundial de las Misiones; se nos invita a vivir nuestros votos bautismales y a participar concretamente en las relaciones mutuas e interdependientes con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.

¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.

 
 
 
 
 
 
 
 

Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

Click here