Sermones que Iluminan

Viernes Santo – 2014

April 18, 2014


El acto principal de este día es la celebración de la pasión del Señor, que tiene tres momentos claves: la liturgia de la palabra, la veneración de la cruz y la comunión.  Hoy no se celebra la eucaristía, aunque pueda parecerlo, guardamos ayuno eucarístico que mañana sábado será total, por la muerte del Señor.

No hacemos del viernes santo un duelo estéril. No nos reunimos para lamentar, sino para ponderar. Cristo murió por nosotros, dándonos así la prueba más clara de su amor infinito. Y al morir cumplió su anuncio profético de que iba a ser levantado en alto y ser para todos señal de salvación.

Hablando con Nicodemo, su discípulo secreto, le dijo una vez: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3: 14-15).

En otra ocasión y refiriéndose también a su muerte dijo a una multitud que le escuchaba: “Y cuando yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Juan 12:32).

Atraídos por él, nos reunimos junto a la cruz.  Atraídos por él, seguiremos viendo en la cruz la señal de nuestra redención. Mirando a la cruz, comprendiendo su significado, nos curaremos de la herida del pecado y alcanzaremos la salvación.

La muerte de Cristo fue un paso voluntario. Murió porque quiso, pero siempre hay y habrá un gran misterio alrededor de su muerte. La única explicación posible del misterio de la cruz es el amor. El amor de Dios a sus criaturas. El amor de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, a todos los hombres y mujeres.

Escribiendo a la primitiva comunidad cristiana de Roma, el apóstol Pablo dice: “Sabemos que Cristo resucitado de entre los muertos no mure más, y que la muerte en adelante nada podrá contra él. La muerte de Cristo fue un morir al pecado, y un morir para siempre; su vida es ahora un vivir para Dios” (Romanos 6:9-10).

Cuando fuimos bautizados, morimos al pecado y renacimos a la vida de la gracias; por el bautismo hemos muerto con Cristo para resucitar con él. Esta doctrina que la Iglesia ha recibido de la enseñanza de los apóstoles, y en especial de san Pablo, es el anuncio saludable que en este viernes llamado con razón santo, hemos de tener muy presente.

No tengamos reparo en recordar una vez más la muerte de Cristo. ¿No recordamos, acaso, la muerte de nuestros familiares y amigos para renovar los lazos espirituales que nos unieron a ellos y mantener viva su memoria? Pues no tengamos reparo en venerar la cruz, de la misma manera que la veneraron los verdaderos cristianos desde los primeros tiempos de la Iglesia. La cruz no es signo de muerte, sino de triunfo, de victoria.

Predicar la cruz es deber de la Iglesia. Y la Iglesia somos todos los cristianos. Ya san pablo nos prevenía contra el rechazo de la cruz, por eso dice: “La predicación de la cruz no deja de ser locura para los que se pierden. Pero para los que somos salvados es poder de Dios” (1Corintios 1: 18).

El credo que rezamos nos dice que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado. Todo eso porque quiso hacerse semejante en todo a nosotros, menos en el pecado.

Los evangelistas hablan de la sepultura de Jesús y nos dicen que un hombre rico de Arimatea llamado José y un fariseo distinguido de nombre Nicodemo que eran seguidores de Jesús, fueron ya tarde a pedir a Pilatos el cuerpo del Señor para darle sepultura. Pilatos les concedió su petición y ellos lo amortajaron según la costumbre de los judíos y lo sepultaron en un sepulcro nuevo cavado en la roca, cerrándolo con una piedra.

No faltaron en aquel momento de incertidumbre y de dolor el testimonio y valentía de las mujeres que seguían a Jesús. Así lo dice san Juan en su evangelio: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19:25).

Jesús llevado al sepulcro es para todo mortal, y todos lo somos, es esta una gran lección. Pero lo que sucede en la sepultura de Jesús, se explica claramente en una frase que antes había pronunciado cuando enseñó a sus discípulos, la oración del padrenuestro. Esta es la frase: “Hágase su voluntad” (Mateo 6:10). ¿Qué otra cosa se ha hecho en la muerte de Jesús, sino la voluntad de su Padre que le entrega a la muerte por nuestra salvación? La voluntad del Padre se cumplió y Jesús la acató con total obediencia. Obediencia total al Padre, y también a los reclamos infinitos del amor de Dios a todos los hombres y mujeres.

Esto vale para hacernos pensar en nuestra propia muerte y en la de aquellos que amamos. El Señor de la vida es el mismo que le pone término un día, en una fecha que ignoramos.

Dios nos llama y nosotros obedecemos. Viendo la entrega de Cristo a la voluntad de su Padre nuestra resignación a la voluntad divina debe ser completa y gozosa, porque es la última oportunidad que tenemos de imitar a Cristo, que cumple así, hasta el sepulcro, la voluntad de Dios.

José y Nicodemo, amigos y discípulos de Jesús, fueron unos verdaderos privilegiados. Venciendo cualquier temor a la represalia de los enemigos de Cristo, asumen la responsabilidad de enterrarlo. Sus nombres están escritos en el evangelio, y también en el libro de la vida, que es la lista de los santos que habitan en la gloria del cielo.

Si nosotros sabemos dar la cara a las circunstancias difíciles; si cumplimos a tiempo nuestro deber, también podemos esperar que nuestros nombres figuren en el mismo libro de la vida. No nos van a faltar, como cristianos, las ocasiones en que nuestra fe y nuestra caridad y sentido de justicia van a ser puestos a prueba.

Caminemos espiritualmente hacia el sepulcro del Señor.  Paso a  paso. Con amor y reconociendo nuestras fallas en el servicio de Dios. Acompañemos y llevemos consuelo y asistencia a todos los que sufren el dolor por la partida de familiares y amigos.

La tarded el viernes santo nos recuerda la sepultura de Jesús y nos prepara para quedarnos junto a él, tanto en la vida como en la muerte. Siempre con la esperanza, porque se cumple en ella la voluntad de Dios, nuestro Padre.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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